La razón abortista es, en rigor, muy poco razonable. Y es que lo razonable en una discusión seria sobre el aborto, en el marco de una sociedad que considere a la vida humana como primer derecho humano, estribaría en determinar en qué momento empieza la vida humana como tal. En efecto, si la vida es un bien que hemos de proteger, nuestro conocimiento sobre ella debería ser tan riguroso como fuera posible. Pero semejante debate, en el marco de una sociedad moderna, merecería ser dado fundamentalmente por las ciencias que se ocupan de estudiar las condiciones naturales del ser humano. Los increíbles avances científicos y tecnológicos las hacen a ellas las candidatas más indicadas a la hora de brindar conocimiento riguroso al respecto. Todo ello es cierto a menos, por supuesto, que nuestra sociedad no considere a la vida humana como primer derecho humano o que prefiera los eslóganes políticos e ideológicos a los descubrimientos científicos. Si ocurre lo primero, podemos dar por terminado el debate y admitir que la vida ajena, cuando representa un estorbo, merece ser terminada. Si sucede lo segundo, podemos parodiar que debatimos, para volver a la postre a una lógica oscurantista donde la realidad se define en función de creencias arbitrarias. El problema para la razón abortista es que la ciencia moderna ha descubierto que en el momento en que espermatozoide y óvulo se unen, y se produce la fusión de núcleo masculino y femenino en ese proceso llamado singamia, aparece un nuevo ser con ADN propio, distinto del de su madre y su padre, que inicia un proceso de desarrollo específicamente humano. Es curioso que, teniendo un criterio de vida tan avanzado como nuestra mismísima huella genética, hoy decidamos enceguecer voluntariamente frente a nuestros propios descubrimientos y sus alcances. Pero la razón abortista sabe que es peligroso dar la batalla en el campo científico, y por ello decide ignorarlo, mientras en una astuta maniobra de distracción acusa a sus rivales de "religiosos". Efectivamente, la razón abortista querría tener razón científica, aunque, como de ella carece, proyecta su falta en quienes se le oponen. Lo ideal sería pelearse con el cura, no con el biólogo; con la Biblia, no con la genética. Y así, quienes llevan con orgullo el estandarte del progresismo terminan enfrentados al propio producto de la ilustración y la modernidad que está en sus orígenes, en una especie de burla dialéctica de la historia. En este contexto, para la razón abortista es mejor contar con la voz de Jorge Rial que con la voz de la Academia Nacional de Medicina que ha expresado de manera categórica que la vida humana empieza desde la concepción. ¿Pero cuántos argentinos siguen y orientan sus opiniones en virtud de las de Jorge Rial y cuántos en virtud de las de nuestros científicos? Si en el juego de la democracia todo voto vale uno, en las luchas culturales las voces que realmente valen son las que mayor capacidad de difusión tienen. Y en el campo de la ciencia, por su parte, ninguna regla cuantitativa opera. Vale recordar al respecto que dejar derecho tan preciado como el de la vida a merced de mayorías circunstanciales está en la base de todos los totalitarismos y los genocidios modernos. La razón abortista nos dirá, por supuesto, que países muy modernos y liberales como Estados Unidos, Canadá, los escandinavos, etcétera, tienen aborto legal y, por ende, nosotros para ser tan modernos como ellos deberíamos emularlos. Semejante argumento no solo esconde una falacia de autoridad evidente, sino que, de forma quizá no tan evidente, impone consigo una concepción neocolonialista (¿no ha pedido acaso el Banco Mundial la legalización del aborto?) según la cual hay países benditos que deben marcar la senda del progreso a países caídos que deben expiar sus pecados a través de la sumisión. ¿Y no esconde también semejante razonamiento un juicio atrozmente acrítico para con la modernidad, cuyas impresionantes energías, bien lo sabemos, pueden ser utilizadas tanto para el bien como para el mal? ¿No fue Auschwitz, parafraseando a Adorno y Horkheimer, un fenómeno específicamente moderno? Así como la razón abortista es inmune a las ciencias naturales, lo es también respecto de la ciencia estadística. De tal suerte que gruesos errores numéricos han contagiado todo el debate sobre el aborto. Un mal pensado podría creer que quien no tiene escrúpulos a la hora de pedir violentar el derecho a la vida menos escrúpulos tendrá a la hora de mentir. Comoquiera que sea, lo cierto es que se nos ha dicho que en Argentina se practican 500 mil abortos clandestinos por año, cifra ciertamente ridícula si tomamos en cuenta que en nuestro país nacen 700 mil argentinos por año. En los casos de aborto, agregan de inmediato, miles de mujeres morirían por los riesgos sanitarios del caso, cifra desmedidamente inflada que no se corresponde con los 31 casos de muerte materna por aborto inducido informados por el Ministerio de Salud de la Nación para el año 2016. Toda vida es valiosa y toda muerte es una tragedia, pero convengamos que mientras miles de muertes representan un problema público generalizado, 31 casos, no. Y convengamos, también, que jugar con los números a los fines de condimentar un discurso político, cuando de muertes se trata, constituye una inmoralidad difícil de calificar. Si a los números nos atenemos, el aborto inducido representa el 0, 025% de las causas de muerte femenina en el país. En lo que respecta específicamente a la muerte materna (muerte de la mujer durante el embarazo), los últimos registros del Ministerio de Salud (2016) contabilizan 245 casos en total, de los cuales 31, como se dijo, se debieron a abortos inducidos, representando esta causa el 12, 7% de los casos de muerte materna. Es curioso que, siendo la sepsis la principal causa de muerte materna en Argentina, nadie tenga idea de qué demonios es esto y que ningún pañuelito sea usado con el fin de pedir por las mujeres que mueren en el embarazo por falta de tratamiento adecuado para remediar este mal. ¿No será que en el fondo la mujer fue simplemente una excusa? Cuando se revisan otros números, uno puede sospechar que nuestra anterior pregunta podría responderse afirmativamente. En efecto, si en 2016 murieron 31 mujeres intentando abortar, 525 mujeres murieron por deficiencias de la nutrición; 233, por tuberculosis; 194, por Chagas y 214, por falta de control y asistencia médica adecuada en el embarazo, solo por mencionar algunas causas. ¡Ese mismo año 5900 mujeres murieron por cáncer de mama! Todas estas muertes, subrayémoslo, podrían haberse evitado si tuviéramos mejores sistemas de salud y menos pobreza. Pero el objetivo de la razón abortista no parece ser la mujer y su salud, sino el aborto en sí mismo. Y si advertimos que gran parte de la campaña en favor del aborto viene siendo financiada desde hace varios años por la Planned Parenthood, organización poseedora de decenas de clínicas abortivas en el mundo, involucrada en escándalos relativos al negocio del aborto, veremos que nada de esto es tan filantrópico como parece. Por tomar al azar el 2015, encontramos en los propios reportes financieros de Planned Parenthood que 871.222 dólares fueron donados ese año a organizaciones abortistas argentinas como Católicas por el Derecho a Decidir o FUSA. El aborto es un negocio y, si es financiado por el Estado, es un negocio todavía más rentable. No existe tal cosa como un aborto gratis: el aborto se paga, independientemente de si lo paga la mujer que se lo practica o si se lo pagan sus conciudadanos. Finalmente, la razón abortista es también una razón política. Muchos sospechan que Mauricio Macri habilitó el aborto como eficaz pantalla de humo para tapar problemas urgentes que atraviesa la Argentina. Otros sospechan que, en verdad, su Gobierno, a espaldas de la gente, ha estado desde el inicio a favor del aborto y ahora pone toda la carne al asador, con numerosos e importantes ministros respaldando la causa abortista (Lino Barañao, Patricia Bullrich, Marcos Peña, Juan José Aranguren, entre otros), y con un Macri que ya adelantó que no vetará la ley si se aprueba. ¿Y qué decir de esos diputados que todavía juegan de indecisos, a pesar de ser experimentados cuadros políticos? ¿Es que todavía no tienen una postura sobre un tema tan importante? ¿O será una maniobra para dar la impresión de un final cerrado el 13 de junio, cuando la ley se vote en la cámara baja y horas más tarde estemos todos viendo el comienzo del mundial de fútbol, olvidándonos definitivamente del asunto? La razón abortista contiene razones económicas, políticas e ideológicas, no humanitarias. Una razón verdaderamente humana consiste en bregar por la vida de todo ser humano, sin discriminaciones. Madre e hijo: las dos vidas valen, y pueden y deben ser cuidadas. Una razón verdaderamente humana consiste en pedir por un sistema de salud que no quite vidas sino que las salve. A decir estas obviedades hemos sido empujados.
La razón abortista
Agustín Laje