Cultura

La conveniente desmemoria de los actores "militantes"

Miles de argentinos, entre ellos dirigentes sindicales y políticos, organizaciones de derechos humano

Miles de argentinos, entre ellos dirigentes sindicales y políticos, organizaciones de derechos humanos, docentes, trabajadores estatales, ciudadanos de a pie, se congregaron el 25 de mayo del 2018 frente al Obelisco protestando contra las políticas económicas del Gobierno de Mauricio Macri y el regreso al Fondo Monetario Internacional. Fueron los actores más afines al kirchnerismo los que convocaron a la manifestación popular con el pomposo título de "La Patria está en peligro". Son los mismos que en diciembre del 2011 visitaron a la reelecta ex presidente Cristina Kirchner en Casa Rosada para vivarla, besarla, abrazarla y decirle que cada día estaba más bella. Allí estaban Mercedes Morán, Nancy Dupláa, Pablo Echarri, Muriel Santa Ana, Soledad Silveyra, Rita Cortese, Andrea del Boca y su futura productora, Arturo Bonín, León Gieco, Luis Machín, Horacio Fontova, Esther Goris y Gustavo Santaolalla, entre los más destacados. Solo Roberto Pettinato se bajó de ese colectivo militante. Luego de la muerte de Néstor Kirchner, y tras la trágica represión en el Parque Indoamericano en diciembre del 2010 que significó el cambio de la política de seguridad nacional, en el seno del peronismo se dudaba de la cintura política de Cristina Kirchner para encarar un segundo período de gobierno. Es más, gran parte del sindicalismo encabezado por Hugo Moyano ya estaba en otra cosa. Cristina se apoyaría en la juventud, encarnada en la flamante agrupación política La Cámpora. Hebe de Bonafini, escudada en los derechos humanos y en su historia, sería la pionera en pedir la reelección. Allí aparecía la fuerza de "los buenos" de la sociedad encabezados por actores, actrices, músicos y referentes de la cultura que equiparaban a Cristina con Evita y en la salvadora de los pobres. Durante esos años en que los casos de corrupción se multiplicaron, las estafas a los más humildes proliferaron de La Quiaca, con Milagro Sala, a Santa Cruz, con las rutas hacia ninguna parte, pasando por los Sueños Inconclusos de las casas abandonadas de los hermanos Schoklender; "los buenos" de la sociedad denunciaban, a diestra y siniestra, que Cristina estaba en peligro. Decían que había que defenderla de las decenas de intentos fallidos de golpe de Estado y de movimientos desestabilizadores cuyos protagonistas eran el campo, los opositores gorilas y vendepatrias, los oligarcas de siempre, el periodismo, Lanata y el Grupo Clarín, el abuelito amarrete, los que joden con viajar a Miami, los que quieren dólares, los caceroleros, los Blumberg, la izquierda "extranjerizante" que "no representa a nadie", los denunciantes silenciados, los "irrespetuosos" familiares de víctimas, la corporación judicial, los estudiantes díscolos con preguntas "armadas", los grandes poderes internacionales, la "loca" de Carrió y los "falsos" dirigentes indígenas que acampaban frente al Ministerio de Desarrollo Social representados por un tal Félix Díaz. Iban por todo. Nada del mundo cultural y simbólico debía escapar al control estatal. La creación del Banco Audiovisual de Contenidos Universales Argentino (Bacua), la financiación del Ministerio de Planificación de contenidos audiovisuales, la creación de nuevas productoras por actores militantes —el caso de Andrea del Boca es el más emblemático pero no el único—, las películas millonarias y sin públicos del INCAA, la bajada de línea infantil de Zamba a "El Pacto", la televisión digital y los 15 minutos de propaganda política partidaria en los entretiempos de los partidos de fútbol formaban parte de un relato estructurado por Hugo De Vido, hermano de Julio, y escenificado por Javier Grosman. Pertenecer tenía sus privilegios. La estructura millonaria de la que formó parte un colectivo de actores solo es comparable con lo ocurrido durante el primer peronismo. La aprobación del proyecto de Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes (SAGAI) —los derechos intelectuales del mundo artístico—, que permite que cobren regalías cada vez que un canal emite un programa en el que aparece un actor o una actriz, fue la consumación final de la relación amorosa entre el kirchnerismo y el mundo actoral. Atrás habían quedado años de reuniones con José "Pepe" Albistur. Como les pasó a Hebe de Bonafini y a Estela de Carlotto, lo simbólico vino de la mano de lo económico. Cada vez que un actor o actriz eran convocados por la Secretaría de Medios de Cristina para apoyarla o defenderla en los medios, ellos decían que sí. Algunos lo hacían con dudas. Otros, con convicción. En esos años en que lo que se defendía era a Cristina y no a la Patria (¿acaso eran lo mismo?), a nadie se le ocurría impulsar la legalización del aborto o más derechos para las mujeres. El mundo artístico conocía el prejuicio personal que tenía la Presidente, en aquel entonces, con respecto al aborto. ¿Cómo alguien osaría a contradecirla o a molestarla? El tiempo todo lo borra. Florencia Peña olvidó que el grupo Clarín tenía las manos manchadas de sangre, otros colegas borraron la promesa de no pisar jamás un estudio de TN y trataron de acomodarse a los nuevos aires. Muchos de ellos se victimizaron, hablaron de listas negras, persecución y pérdida de trabajo. Durante 12 años, miraron para otro lado, cuando alguien les mencionó el caso de Pepe Eliaschev, por solo dar un ejemplo. Reprodujeron el "por algo será" o "algo habrá hecho" de antaño. Hoy levantan la bandera de la "Patria está en peligro".

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