La patria y no el alma diferencia al hombre del gusano, dijo José María Arguedas, pensador peruano que bien nos serviría recordar. O a nuestro Leopoldo Marechal, que nos definió: "La patria es un dolor que aún no tiene bautismo". Un desaparecido alcanza para sacar lo peor de nosotros. Sirve también para que muchos que viven parasitando recuerdos, tan ajenos como deformados, intenten banalizar lo peor que vivimos para seguir generado resentimiento. Somos una sociedad que no logra construir una patria, un espacio que nos contenga a todos, una posguerra, una pertenencia que supere nuestras diferencias. Aquello que nos separa es más fuerte que lo que nos une; la noción de enemigo no logra ser suplantada por la de adversario. Lo que lastima no es la desgracia en su dimensión de existir más allá de nuestro propio orden, lo que lastima es el cómo utilizamos aquello que debiera unirnos para intentar profundizar las diferencias. Progresistas son los gobiernos de Chile y Uruguay, autoritarios y sin destino son los de Venezuela y como fue el de Cristina. Esa reiterada apuesta al estallido social, a la destrucción de las instituciones carece de sentido y de posibilidad de éxito. Es como los cortes de calle, lastiman a los transeúntes sin siquiera aportarles ni votos ni prestigio alguno a sus participantes. Es cierto que el Gobierno es conservador o de derechas, pero no mucho menos que el Gobierno que se fue. El caos no es ni progresista ni de izquierda, ni le sirve al pueblo ni a nuestros hijos. Ese caos, ese desorden es una ayuda vital a nuestra imparable decadencia. Ni el orden es de derecha ni el desorden es de izquierdas. La democracia necesita de la cordura del Gobierno y de la oposición. Hay una que no está nunca y la otra, sólo a veces. El Gobierno mejoró su espacio electoral, pudo usar el rechazo que provoca Cristina para imponer su proyecto. Eso implica profundizar la grieta, sirve para ganar elecciones tanto como impide vivir en paz y salvar la ropa en los momentos difíciles. Voté a Macri sin ser del PRP, claro que si este Gobierno reitera el enfermizo sueño de ser el único partido vigente, me deja sin espacio y me obliga a enfrentarlo. Cuando participé de la reivindicación del Pacto de la Moncloa, lo hice en compañía de Federico Pinedo y Ernesto Sanz, además de Miguel Picchetto y el importante intelectual español Ramón Tamames, actor central de ese acuerdo, quien tuvo la gentileza de acompañarnos. Un par de días después, el grotesco Jaime Durán Barba declaraba una sarta de insensateces, tal cual nos tiene acostumbrados, contra semejante intento de convocar a la unidad nacional. Fue duro comprobar que las instituciones eran menos vigentes para el Gobierno que la picardía del asesor extranjero bien pago. Ahora que el gobierno pasa un momento complicado, uno vive el conflicto entre la obligación de acompañar la democracia y la bronca que implica que nos utilicen personajes menores. Queda la izquierda, con sus aburridas maneras de exagerar para exasperar y, en consecuencia, terminar siempre corriendo al servicio de la derecha. Es esa pretendida y pretenciosa "vanguardia iluminada" que siempre despreció al peronismo en la misma medida en que se irrita con todo aquello que exprese al pueblo. Usan aún los cortes de calle y sus manifestaciones, probado hace tiempo que espanta votos propios mientras incrementan causas ajenas. Pero insisten, la realidad no les altera las ideas, en rigor imaginan un mundo que poco tiene que ver con la realidad. Los argentinos no tienen dónde invertir sus ahorros, y el Gobierno convoca a los "inversores extranjeros". Se trata de dos palabras que se convirtieron en una sola; los bancos nos saquean cuando ahorramos y cuando pedimos: los bancos ganan, la gente pierde. Los ricos son cada vez más ricos, los comercios se caen y un cartel "se alquila" marca un rumbo de la época. Todo se concentra, es tal la dimensión de los grandes grupos económicos que ya la misma democracia está en duda frente a semejante acumulación de riquezas. Los políticos y los empresarios, los sindicalistas y los jueces, esos crecieron en estas últimas tres décadas en la misma medida en que se hundieron y multiplicaron los humildes, los necesitados. Una democracia que empobrece a la sociedad va limitando su misma legitimidad. Nosotros venimos en caída desde hace tres décadas, quizá cuatro, nunca siete como intentan imponer los enamorados de la "década infame". Ahora, frente a un desaparecido, que sea por izquierda o por derecha, siempre es contra el gobierno, se vuelve tan imprescindible la política como patéticos lucen los gerentes y los asesores de moda. Gobernar es imponerle un límite a la codicia de los ricos para que no terminen destruyendo las mismas raíces de la sociedad. Los Kirchner no lo hicieron, Mauricio Macri, tampoco hasta ahora. La corrupción es grave, pero, cuidado, el saqueo legal de los grandes monopolios es mucho peor. Y hasta ahora todo sigue igual. Son tantos los caídos que siempre estamos temiendo que las instituciones se nos escapen de las manos. Sólo la política en su dimensión de grandeza puede devolvernos la esperanza. Economistas, encuestadores y gerentes abstenerse. La crisis es de fondo. LEER MÁS: Penosa manipulación política del caso Maldonado LEER MÁS: La politización del caso Maldonado amenaza a la primavera macrista
Caso Maldonado: una tragedia que la izquierda está convirtiendo en farsa
Esa reiterada apuesta al estallido social, a la destrucción de las instituciones, carece de sentido y de posibilidad de éxito