Negra, favelada, feminista, bisexual y de izquierda, hacía rato que la concejala Marielle Franco estaba en la mira de las mafias que amurallaron de tanques a la cidade maravilhosa. Joven, audaz, carismática, Marielle se estaba convirtiendo en un fenómeno político de las barriadas que circundan los morros de Río de Janeiro. “Era muy humana”, la recuerda emocionado el corresponsal Bruno Bimbi. En la noche del miércoles Marielle salió en auto de una reunión política que había tenido con el movimiento de mujeres negras. Cuando el coche detuvo su marcha, una ráfaga de nueve disparos acribilló la ventana entintada del asiento trasero donde viajaba la dirigente del PSOL. El presidente Temer y su gabinete, todos hombres, ricos y blancos, lamentaron el hecho. Todo Brasil los señala como culpables. Mariella Franco aprendió desde chica a hacer rápido dos cosas: peinar con destreza su azabache pelo mota y vaciar con celeridad sus bolsillos cuando la policía montaba una requisa en su barrio, la populosa favela do Maré de Río de Janeiro. Ya de más grande a Marielle le picó el bicho de la política. Su origen humilde y su matricula universitaria la convirtieron en una buena asesora parlamentaria. Tenía calle, y también muchos libros leídos en su biblioteca. Socióloga, y con un máster en administración pública, Marielle decidió subirse como candidata a concejala a la inesperada ola de izquierda que el PSOL, una fuerza roja pequeña en el país pero de fuerte clivaje en la cidade maravilhosa, está consiguiendo en Río. Para Marielle implicaba seguir en la política, pero poniendo la cara en los afiches. Más popularidad, pero también más riesgo en una ciudad acerada por el patrullaje pesado y ronco de los tanques militares. “El PSOL es un partido con pocos recursos. Su campaña fue muy pobre. Tenían tan pocos panfletos como tiempo en la televisión para decir sus propuestas. Y, sin embargo, su última campaña fue creciendo de boca a boca, y ahí Marielle se transformó en un fenómeno social. Dos hechos antes de los comicios me hicieron percibir el crecimiento de Marielle. Me encontraba con personas que no veía hace mucho; por ejemplo, a una amiga que da clases para ayudar a los jóvenes a entrar a la Universidad, que es una chica que vive en una favela en la zona norte de la ciudad, repartiendo panfletos en la calle a favor de Marielle. Algo parecido me sucedió con mi orientadora del doctorado, que vive en otro lugar de Río, más favorable en términos económicos, y también estaba haciendo campaña por Marielle”, explica el corresponsal argentino en Río Bruno Bimbi, quién hace casi diez años vive, trabaja y estudia -ahí consiguió un doctorado en lingüística-, en esa hermosa ciudad ícono del litoral atlántico brasileño. “Ya dentro del Concejo, Marielle se transformó en una representante de esos sectores sociales que nunca estuvieron representados en Río. De los 51 concejales de la ciudad, unos 40 son unos verdaderos delincuentes, con todo el peso que esa palabra implica. Bueno, pero igualmente la minoría decente de esa clase política local tiene un perfil social diferente al de Marielle, mayormente son dirigentes de clase media, blancos, profesionales. Marielle también era una isla dentro de esa minoría, era la voz de los no representados. Ella denunciaba lo que hacía la Policía en do Maré, donde a diario los uniformados pueden requisar un barrio entero porque los jueces se lo permiten. Eso molestaba mucho. Era una presencia incómoda en el Concejo de Río. Yo la apreciaba mucho, tenía un respeto y una admiración enorme por ella. Además de lo humano, su asesinato es una gran pérdida en términos políticos. Su muerte es una suerte de mensaje fascista que nos está advirtiendo que no puede haber una persona como ella en la política, y que el hecho de que ella haya podido filtrarse en el esquema de representación no va a volver a repetirse. Por eso, le descargaron cinco tiros en la cabeza”, continúa su relato Bimbi mientras participa de las primeras marchas por reclamo de Verdad y Justicia para Marielle en la ciudad carioca. El asesinato a sangre fría de Marielle Franco conmocionó a los movimientos populares latinoamericanos como hacía tiempo no sucedía. Ayer mismo varios líderes regionales, como los ex presidentes Luis Inácio Lula Da Silva, su coterránea Dilma Rousseff, o la argentina Cristina Fernández, pero también movimientos sociales de toda índole y color, ya sea los reunidos en el Foro Social Mundial, que tiene lugar precisamente en la ciudad brasileña de Salvador de Bahía, o los congregados en las calles empinadas del Altiplano boliviano o abrazando al Obelisco porteño, exigieron justicia y también advirtieron en las entrelineas de sus discursos que las balas que acabaron con la vida de Marielle también habían rozado los corazones de ellos. “Además de la brutalidad del caso en sí, el asesinato de Marielle se da en un contexto político tremendo. Hace dos años tuvimos un golpe de Estado, que puso en el poder a los partidos que perdieron las últimas cuatro elecciones presidenciales y, en paralelo, el partido que ganó los últimos cuatro comicios está ahora en la oposición porque lo decidió el Congreso. En medio de esa anomalía fundacional tenemos, por un lado, una intervención militar decretada en el Estado de Río de Janeiro por la cual el gobernador paso a ser un títere del General proclamado como voz de mando por (Michel) Temer. También hay varios generales con cargo de ministro en el gobierno nacional. Nunca hubo tantos generales y coroneles en el gabinete de un gobierno democrático y, por otro lado, estamos entrando a una elección presidencial donde el candidato favorito está proscripto por el Poder Judicial y, posiblemente, vaya preso en las próximas semanas. Entonces, el asesinato de Marielle es parte del desmantelamiento progresivo de la democracia en Brasil. En las últimas semanas profesores universitarios fueron convocados a declarar a las comisarías por el contenido de las materias que dictan en la universidad pública. Es increíble. La élite de Brasil pasó un límite más con la muerte de Marielle. Derrocaron a una presidenta, proscribieron al candidato más popular y, ahora, asesinaron a un dirigente política”, contextualiza Bruno Bimbi. A Marielle un auto la persiguió durante cuarenta cuadras cuando salió de su última reunión política del día miércoles. Ni ella, ni su asesora, ni el chófer, aparentemente, notaron la sigilosa persecución. Cuando el coche en el que iba Marielle detuvo su marcha en una esquina cercana al Palacio Municipal, una ráfaga luminosa y picante de pólvora acribilló el lado trasero donde estaba sentada la concejala del PSOL. No hubo hurto ni se produjo otra acción delictiva luego de la descarga de nueve balazos gatillada desde una pistola nueve milímetros. Los investigadores admitieron ayer a regañadientes a la prensa local que se trató de un acto homicida ejercido por sicarios. Profesionales que se ganan la vida matando a sangre fría. “Estoy casi seguro que fue la policía”, arriesga Bimbi. El periodista y escritor Reinaldo Sietecase, cuya última novela está parcialmente escenificada en Río, recordó ayer un dato que suele pasar desapercibido en los grandes medios. “En Brasil hay una guerra civil silenciada contra los pobres y negros. A diario a veces se producen tantas muertes como lo puede haber en un país en guerra como Siria, pero nadie lo nota”, advirtió el conductor radial de La inmensa minoría. “Acuerdo con Reinaldo. Lo que se padece todos los días en Río de Janeiro es el fracaso de la Guerra contra las drogas, que sólo ha ahondado la tragedia social del país. Esa guerra, en realidad, es una guerra contra los pobres; principalmente, contra los jóvenes negros y pobres, en su mayoría habitantes de favelas y de barrios muy humildes. Hoy Brasil tiene más de 700 mil presos, con una capacidad carcelaria instalada para albergar a medio millón. Y de esa población, alrededor del 70% son negros, y la inmensa mayoría son jóvenes y pobres. Además, por lo menos, uno de cada cuatro está preso por una infracción menor a la ley contra las drogas, y no por haber sido culpable de un delito violento como asesinato o secuestro. Entonces, esa política anti-narcóticos sirve para justificar la militarización de las favelas; es decir, funciona como una máscara para esconder la guerra que ejerce el Estado contra los jóvenes negros y pobres del Brasil”, coincide Bruno Bimbi. En la noche del miércoles, uno de esos jóvenes y negros, además mujer y bisexual, también cayó bajo la oscura noche del gobierno de Temer. Marielle ya había zafado de varios garrotazos. Como en un juego imposible de ganar, Marielle había esquivado un campo minado de obstáculos, y así se había colado, de repente, sin que nadie se diera cuenta en uno de los salones donde la democracia blanca, rica y patriarcal de Brasil decide en nombre del pueblo. La acribillaron. Pero, ya resucitó en miles de banderas que seguirán llevando su nombre. Comentarios
Una lluvia de balas acribilló un Río de igualdad
Negra, favelada, feminista, bisexual y de izquierda, hacía rato que la concejala Marielle Franco estaba en la mira de las mafias que amurallaron de tanques a la cidade maravilhosa. Joven, audaz, carismática, Marielle se estaba convirtiendo en un fenómeno político de las barriadas que circundan los morros de Río de Janeiro. “Era muy humana”, la recuerda …