Cultura

Radiografía de la mafia

Corría noviembre de 2008. Iban cinco años y medio de kirchnerismo y las tasas chinas que siguieron al

Corría noviembre de 2008. Iban cinco años y medio de kirchnerismo y las tasas chinas que siguieron al ajustazo de Duhalde lo tapaban todo cuando once diputados de la Coalición Cívica de entonces (Patricia Bullrich, Elisa Carca, Héctor Toty Flores, Susana García, Fernanda Gil Lozano, Juan Carlos Morán, Adrián Pérez, Elsa Quiroz, Fernanda Reyes, Fernando Sánchez y quien esto escribe) tuvimos el honor de acompañar a la doctora Carrió en su denuncia contra el gobierno de los Kirchner. No fue una denuncia más por el hecho de haber sido de las primeras, cuando parecía que los Kirchner se quedaban para siempre y las iniciativas judiciales que hoy abundan escaseaban, ni tampoco por la negativa a firmarla por parte de muchos que habían llegado a sus cargos como integrantes de aquella alianza electoral. La denuncia que presentamos en 2008 no era una denuncia más porque era una denuncia por "asociación ilícita", esa forma un tanto ambigua que encontró la ley argentina para referirse a la mafia. Paso a paso, página a página, la denuncia de Carrió mostraba el modus operandi de la banda identificando treinta casos emblemáticos e incluía una descripción del rol que desempeñaban los integrantes de la banda. "El jefe, quien ordena el negocio y recibe el mayor porcentaje de dinero, es Néstor Kirchner. La subjefatura que ordena las licitaciones, establece los precios y las adjudica, es Julio de Vido, el ministro más corrupto de la historia de la Nación", sostenía Carrió en el escrito, que también mencionaba al secretario de Transporte, Ricardo Jaime, hoy célebre por el caso Once; al titular del Occovi e implicado en el caso de la valija de Antonini Wilson, Claudio Uberti; y a tres "empresarios" santacruceños poco conocidos entonces pero destinados a jugar en las grandes ligas: Rudy Ulloa, Cristóbal López y Lázaro Báez, descripto como "testaferro de Kirchner y quien recibe todas las concesiones". Noviembre del 2008. El jefe de gabinete de Cristina era Sergio Massa, quien debía estar demasiado ocupado por entonces porque el que salió a poner la cara no fue él sino otro de los peronistas racionales y buenos que algunos proponen cómo alternativa. Hablo del entonces ministro del Interior Florencio Randazzo, quien declaró que Argentina necesitaba "una oposición coherente, respetuosa y que no viva permanentemente de la difamación y la calumnia", para lamentarse después de "una denuncia muy poco seria que no le hace bien a la democracia" y de que tuviéramos una oposición tan pobre". Curiosas palabras cuando se las liga a una de las frases de Néstor que los cuadernos revelaron: "¡Qué pobres estuvimos esta semana!". Las descalificaciones del kirchnerismo fueron muchas pero no fueron lo que más nos dolió. La mayor parte del periodismo y gran parte de la ciudadanía también nos maltrataron. Apocalípticos y calumniadores fue lo mínimo que nos dijeron, y tres años después, muerto Néstor y asumida Cristina como capomafia, la asociación ilícita kirchnerista logró la reelección por el abrumador porcentaje del 54% y fue por todo. Así nos fue. Así nos fue en los años en que el mundo nos ofreció una tremenda oportunidad de salir de la decadencia. No sé a los demás. A mí, la única sorpresa que me traen las revelaciones de los cuadernitos Gloria de Centeno es la sorpresa de que todavía exista gente que se sorprende. ¿Qué sorpresa puede causar en 2018 el darse cuenta de que los Kirchner fueron y son una mafia? Repito: mafia. No políticos que se corrompieron sino mafiosos que se hicieron con el poder político nacional por doce años con el beneplácito de las mayorías. Y no bajaron en un plato volador. Los presentó Duhalde como una simpática parejita de abogados patagónicos cuando llevaban una década de hacer lo mismo en Santa Cruz. ¿Corruptos? Corruptos fueron Menem y los suyos, que cobraban un porcentaje y les bastaba. Los Kirchner fueron mafia. En términos de la Real Academia: una organización criminal; un grupo organizado que defiende sus intereses sin escrúpulos. Mafiosos borrachos de poder y creídos en su eternidad y en la impunidad perenne, ya que de otra manera no se explica que un simple chofer al que no los unía lealtad ninguna haya acumulado semejante montaña probatoria. ¿Se imaginan la cantidad de cosas que deben saber quienes ocupaban cargos mucho más importantes y estaban unidos a Néstor y Cristina por lazos de fidelidad y de complicidad mucho más profundos? ¿Se imaginan lo animada que se pondría la cosa si los jefes de gabinete kirchneristas -Albertito Fernández, Sergio Massa, Hannibal Fernández, Abal Medina y Capitanich-mostraran sus cuadernos y contaran lo que saben? No va a pasar, me temo. Y sin embargo, a muchos nos invade hoy la sensación de que esta vez estamos ante algo de veras grande. Una revolución, en el sentido inaugural del término. Un cambio de época potente y definitivo. Si aquella denuncia de 2008 fue la foto, los ocho cuadernos de Centeno revelados en 2018 son una radiografía precisa de la mafia. Una radiografía que quedará indeleblemente registrada durante un proceso judicial terminado en condenas ejemplificadoras para sus integrantes. El fin de la impunidad, acaso. El comienzo de una república verdadera y posible. No un país utópico en el que la corrupción no exista, cosa que en ningún lugar sucede; pero sí un país donde los episodios de corrupción sean una excepción perseguida por las instituciones y no la regla promovida por los gobiernos mientras la Justicia garantiza la impunidad perenne. Ocho cuadernos de tapa blanda. Ocho cuadernos Rivadavia y Gloria. Digno final para el Frente para la Gloria; esa gang de almaceneros que acumulaba ceros borroneados con la BIC de Néstor en la inmortal libreta negra. Dirán que es una operación del Gobierno los mismos que ayer decían que Cristina estaba libre porque Durán Barba la quería de contrincante. Clamarán que la causa debe ser cerrada porque los cuadernos no aparecen los mismos que antes de enterarse de que Centeno los había quemado sostenían que unos cuadernos no podían probar nada. Ladridos a la luna. Y en tanto, los más astutos, los que desde aquella denuncia de 2008 nos miraron despectivamente desde la Corea del Centro periodística o desde la política Avenida del Medio dirán que al gobierno "le convienen los cuadernos" para tapar la inflación y la suba del dólar. ¿De veras lo creen? ¿De veras, creen que conviene? Para empezar, recordemos que el acusado Baratta era la mano derecha de De Vido en el núcleo central del saqueo y el desastre kirchnerista: la energía. Compras de gas licuado a Venezuela cuyos barcos transportadores solían extraviarse durante el recorrido y el control de la petrolera Enarsa y la mayorista eléctrica Cammesa, especialmente. El resultado de esas políticas energéticas lo conocemos todos: subsidios que favorecían doblemente a los ricos que a los pobres, tarifas multiplicadas en el Interior respecto a Buenos Aires, cortes de luz permanentes y gente quemando cubiertas en las calles con la esperanza de que la luz volviera después de semanas de ausencia en Capital y Provincia. Más importante a los efectos de la devaluación y la inflación: desde que perdió el autoabastecimiento -en 2011- la Argentina padece un alto déficit energético. Aun después de haberlo recortado a la mitad respecto a 2015, el del año pasado fue de 3.272 millones de dólares; un 38% del déficit comercial total, de USD$8.471 millones. ¿Conviene? Lejos de convenir, ¿no tendrá algo que ver el país triplemente deficitario (fiscalmente, comercialmente y energéticamente) que dejaron los K con la devaluación que sufrimos este año? ¿Hubiera sido tan alta la presión sobre el dólar si el déficit comercial argentino fuese la mitad, o menos? ¿Y qué decir de la inflación, cuyo componente principalísimo es la suba de tarifas energéticas imprescindible para refinanciar una reconstrucción paulatina de la infraestructura energética? ¿De verdad piensan que la política energética encabezada por De Vido le convino a alguien que no fuera un cómplice operativo o ideológico de la mafia? Más importante: ¿cuántas vidas nos hubiéramos ahorrado si las obras de infraestructura se hubieran hecho, y con los precios de hoy, entre 30% y 50% menores que en 2015? ¿Cuántas personas murieron en las masacres de Estado kirchneristas de las cuales Cromañón, Once y La Plata son emblemas, pero que registran miles de muertos gracias a hospitales inaugurados que jamás entraron en funciones y a rutas de la muerte de una mano sola mal reparadas? Nadie sabe aún a dónde nos llevará la impiadosa radiografía de la mafia que Centeno registró puntillosamente para la posteridad. ¿Será el anunciado fin político del kirchnerismo o, al menos, la tumba de los sueños presidenciales de Cristina? ¿Detendrá a algunos de los miembros del Frente Reciclador que ayer nomás corrían hacia el redil kirchnerista abandonado hace poco tiempo? Y si Cristina descartara presentarse, ¿estaría a tiempo el peronismo de generar un candidato alternativo que no haya sido ministro, Jefe de Gabinete o cómplice menor de Cristina? ¿En los meses que faltan para octubre de 2019, les surgirá alguna idea que no haya sido detonada por el fracaso de doce años? ¿O sucederá más bien que el denso lodo generado por la mafia K se derramará inevitablemente sobre el Partido Justicialista al que los K pertenecieron y pertenecen, y que fue su socio en el poder desde aquel lejano 1991 santacruceño en el que comenzaron su epopeya? Nadie puede decirlo con certeza, pero todos tenemos nuestras propias intuiciones.

To Top