Sociedad

La noche en que los pañuelos verdes le ganaron la calle a los celestes

A las 18.15, mientras la cúpula del Congreso recibía los últimos rayos de un sol tibio, tres señoras

A las 18.15, mientras la cúpula del Congreso recibía los últimos rayos de un sol tibio, tres señoras salieron del subte y comenzaron a caminar por Hipólito Yrigoyen ansiosas por llegar al escenario de su marcha. La bandera argentina que las emponchaba era una muestra elocuente de su filiación contraria a la despenalización del aborto que en ese momento se discutía en la Cámara de Diputados. Algo, sin embargo, había salido mal y a los pocos pasos se dieron cuenta de que estaban en territorio enemigo, rodeadas de adolescentes con pañuelo verde que gritaban contra el patriarcado y por la legalización del aborto. No habían equivocado el camino: el lado sur del Congreso, donde se encontraban, estaba reservado para los antiabortistas. El bando contrario, los que apoyan la despenalización, debía estar cruzando la plaza. Así se negoció en los días previos a esta histórica marcha, cuando se establecieron espacios similares pero divididos para las dos facciones, algo inédito en la larga historia de movilizaciones de la Argentina. El problema es que una, la verde, la quiere aborto legal, reunió una enorme multitud, decenas de miles de personas que coparon Callao, Rivadavia y Avenida de Mayo, una marea de gente que cerca de las 17 hacía difícil caminar en las inmediaciones del Congreso. La otra, la celeste, la que se opone al aborto, se repartió en poco menos de una cuadra sobre Entre Ríos. Al rato ya era fácil reconocer caras de ese colectivo. La composición de género y edad también resultó bien distinta. En la verde había mayoría de mujeres, muchas adolescentes con sus compañeras de colegio. En la azul, en cambio, había hombres y mujeres mezclados y con un promedio de edad más elevado. "Acá estamos bancando la parada para que la gente se entere que no sólo existe la postura de los otros", dijo con un poco de bronca Martín Rattel, un chico de 18 años que tocaba el redoblante para el grupo celeste. Sus esfuerzos, y los de una mujer que desde el escenario pedía "hacer ruido para callar a los que quieren matar a los niños por nacer", no eran suficientes para tapar la invasión de los bombos enemigos, los del otro lado de la plaza. La ola verde, que viene tomando temperatura y congregando mucha gente, o más bien mujeres, desde las marchas de NiUnaMenos, tuvo un inesperado impulso cuando el presidente Mauricio Macri habilitó a que por primera vez la legalización del aborto se discutiese en el Congreso y se volvió masiva en esta convocatoria, que busca presionar sobre los diputados encargados de definir el destino de la ley. "Vinimos a hacer ruido porque calladas no logramos nada", explicó Carolina Molozaj, de San Justo, acompañada de un pañuelo verde, su pequeño hijo, su hermana y amigas. Ellas, como tantas otras, habían empezado a marchar con las movilizaciones de NiUnaMenos y su militancia estaba centrada en cuestiones de género. Del lado celeste, en cambio, había una resistencia tibia, un esfuerzo por emparejar con entusiasmo el hecho de que, por lo menos ayer, la calle era de los otros. Es lógico: mantener el estado de situación resulta una causa menos convocante que impulsar una ley que, desde la perspectiva de las manifestantes de verde, implica una ampliación de derechos y una reivindicación de género. "Si me curé de un cáncer mirá si voy a decir que sí a la muerte", explicaba Alejandra Domínguez, que tiene 44 años y es de Wilde. Estaba triste porque en el colegio de su hija de 12 años habían hecho una votación: ganó la posición pro aborto por 35 votos contra 5. A su lado, Leila Otera, de 28, parecía resignada. "Va a ganar el aborto por el apoyo de los famosos y de los medios", dijo. La escena de los antiabortistas incluía un grupo circunspecto que rezaba el rosario con tono de tragedia y otro, más festivo, que cantaba contra al aborto al ritmo de los bombos. Dos maneras muy disímiles de plantarse para defender lo que ellos consideran la vida desde la concepción y que señalan la dificultad de ese colectivo para hacer oír su voz en la calle y en los diferentes espacios de la discusión pública: los antiguos modos ya no generan adhesión y sus contrincantes tienen más gimnasia de movilización. La Iglesia, gran convocante cuando se discutieron otras leyes sociales contrarias a sus intereses, como el divorcio y el matrimonio igualitario, no se organizó para llevar gente a esta marcha. Su voz tampoco se viene escuchando con la potencia de otras ocasiones. La comparación de las formas de ambos colectivos tuvo una escena muy elocuente en la esquina de Hipólito Irigoyen y Solís minutos antes de las 19. Al igual que las mujeres que salieron del subte, Víctor Nardili, de 51 años y pañuelo celeste al cuello, se encontró rodeado por un grupo de adolescentes de pañuelo verde. Lejos de bajar la cabeza y caminar hasta el refugio de las vallas que separaban ambos bandos, Nardili decidió dar pelea y se puso a argumentar con sus contrincantes. "Ustedes valen mas que los hombres, tienen vida en sus vientres", le dijo a una mujer que le escupía sus argumentos a centímetros de su cara. "Camine señor porque lo vamos a terminar matando", zanjó la discusión la mujer luego de varios minutos de intercambio inconducente y a los gritos. Trepadas a las vallas, un grupo de adolescentes con la cara pintada con brillantina verde y envueltas en el humo de una bengala del mismo color cantaban: "Aborto legal y que los curas se vayan a laborar". Parecían preparadas para una larga noche.

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