Dos señoras de mediana edad, vestidas con elegantes y modernos trajecitos de lana, salieron de la estación Novoslobodskaya del magnífico sistema de metro de Moscú y se sentaron a conversar en el borde de un cantero de flores. Parecían ser dos empleadas que terminaban su jornada de trabajo de en un banco o alguna empresa multinacional. La mujer más delgada sacó de su cartera una botella de vodka y dos vasitos de plástico. Comenzaron a tomar sin parar de hablar al unísono. Siguieron charlando y tomando durante casi dos horas. En el medio, muy cerca de allí, pasó un grupo de manifestantes en contra de las políticas del Kremlin y las sirenas de la policía no pararon de sonar. Cuando empezaron las refriegas el olor acre de los gases lacrimógenos llegaba al lugar pero no parecía molestar a las mujeres. Tampoco se inmutaron cuando un pelotón de soldados pasó a la carrera frente a ellas. En un momento, se levantaron y se saludaron con un beso en la mejilla. La mujer más rellena tiró en un cesto de basura la botella de vodka vacía con los dos vasitos de plástico. Se las veía caminar tranquilas y apacibles sin efectos del alcohol. Observé la escena con asombro desde la ventana de la habitación del hotel donde estaba. Cuando lo comenté con el traductor ruso, éste lo tomó como algo muy natural. Me dijo: "Esa es la consecuencia de tantos años de inestabilidad y restricciones; esas mujeres se sentían en ese momento libres y entienden que es mejor disfrutar ese instante que esperar algún otro mejor y se acompañan con nuestra bebida nacional. Esa es la actitud que tiene mucha gente y es la que sostiene el orden establecido de Putin. Están convencidas de que les garantiza cierta estabilidad ante el caos que podría ser una Rusia sin Zar". Vladimir Putin, precisamente el Zar del Siglo XXI, ganó las elecciones en marzo con el 77% de los votos y asumió esta semana su cuarto mandato. Va a permanecer en el poder hasta, al menos, 2024. Mantienen en este régimen autocrático, en su mayoría, los rusos que sufrieron la transición de la desaparecida Unión Soviética comunista a esta Rusia que cuya columna vertebral es el nacionalismo. Las dos mujeres que se acabaron la botella de vodka en una charla son las típicas votantes pasivas de Putin. En 1989 cuando se desplomó la URSS, Putin era un oscuro agente de inteligencia de la KGB en la oficina de Dresde, en Alemania Oriental. Regresó a su ciudad natal de Leningrado (actualmente San Petersburgo) donde se convirtió en asesor del diputado Anatoly Sobchak. Cuando éste logró llegar a la alcaldía de la ciudad, nombró a Putin primero ministro y luego vicealcalde. En 1996 ya había llegado a colocarse en el Kremlin muy cerca del presidente Boris Yeltsin. Dos años más tarde dirigía el FSB, el Servicio de Seguridad Federal (sucesor de la KGB). Y se puso al frente de las fuerzas rusas que combatían en la segunda guerra contra los separatistas de Chechenia. Eso lo convirtió en el político más popular de la caótica república y cuando Yeltsin renunció, el último día del siglo, Putin se convirtió en el sucesor de facto. Tres meses después ganó las elecciones presidenciales con el 53% de los votos. Ese primer mandato lo terminó de consolidar. La economía creció en forma extraordinaria y muchos rusos que habían quedado fuera del sistema al caer la URSS se recuperaron. "Sintieron que recobraban su dignidad", explica el traductor. En marzo de 2004, Putin fue reelegido con el 71% de los votos. A partir de ahí, se sintió dueño del país más extenso de la Tierra y empezó a buscar su reelección indefinida. Pero no logró modificar la constitución y tuvo que buscar otra forma. Encontró al dócil viceprimer ministro Dmitri Medvédev a quien nombró su candidato. Y se guardó una jugada de jaque mate. Medvédev ganó las elecciones y nombró a Putin como su Primer Ministro. Seguía controlando el Kremlin desde otra oficina. En 2012 volvió a estar habilitado y se presentó a las elecciones. A pesar de las innumerables denuncias de fraude, el resultado oficial le dio la mayoría de los votos y regresó a su antigua oficina de Presidente con un enroque en el que Medvédev pasó a ser el Primer Ministro. Repitió en marzo y se convirtió en el hombre que más tiempo permanece en el poder en Moscú después de Joseph Stalin con 29 años y el Zar Nicolás II con 23. Ganó estas elecciones después de impedir que participara de los comicios Alexey Navalny, el líder de un extendido movimiento anticorrupción que cuenta con el apoyo de millones de jóvenes que buscan un cambio democrático para su país. Si lo hubieran habilitado, Navalny podría haber encendido una peligrosa luz ante la oscuridad en la que se mueve el ex agente de inteligencia. Cuando Navalny insistió, le envió -como hubiera hecho cualquier Zar de la historia rusa- un regimiento de cosacos (sí, aún sobrevive esta institución de mercenarios) con sus impresionantes botas y uniformes y la misma rudeza que exhibieron cuando persiguieron a las fuerzas de Napoleón hasta París. Al asumir, el lunes pasado, Putin lanzó su idea de proryb, un paso adelante, una política cada vez más nacionalista y más expansionista. El temido Oso Ruso se despierta de un duro invierno para recorrer el mundo en busca de comida que le haga ganar peso rápidamente. "A lo largo de su historia milenaria, Rusia atravesó en más de una ocasión épocas de confusión y de pruebas, y siempre renació como el ave Fénix y se alzó a unas alturas a las que otros no pudieron llegar", lanzó durante su toma de posesión en el Kremlin. Sin decirlo explícitamente, estaba hablando de una potencia renacida que va a seguir jugando sus fichas en Siria, Crimea, Georgia, Ucrania y Bosnia Herzegovina como lo vino haciendo hasta ahora y en cualquier otro lugar del mundo donde pueda apoyar su pata de gigante. Es posible que el próximo paso sea el de disputarle el Pacífico a China. Y, por supuesto, continuará su eterno enfrentamiento con Estados Unidos. Cuando recién había comenzado su ascenso intentó acercarse a Washington. Tras los ataques terroristas del 11-9 fue el primer líder en llamar para dar su apoyo a George W. Bush, pero éste no le dio la recepción que esperaba. Tampoco le agradeció la ayuda que le dio en Afganistán para terminar con los talibanes y lo ignoró cuando decidió invadir Irak. Putin se sintió humillado, el peor sentimiento para cualquier ser humano con poder. "Fuimos tratados como un país irrelevante", dijo entonces a su gabinete. A partir de ese momento fue armando una estrategia que le devolviera a Rusia el esplendor de siglos anteriores. En 2007, hablando en la Conferencia sobre Políticas de Seguridad de Munich, Putin presentó oficialmente su disidencia. "Hace solo dos décadas, el mundo estaba dividido ideológica y económicamente, y su seguridad era provista por el enorme potencial estratégico de dos superpotencias", dijo el presidente ruso con una expresión endurecida. "Pero ese orden fue reemplazado por un mundo unipolar dominado solo por Estados Unidos. Es el mundo de un maestro, un soberano". Y agregó que "un orden mundial controlado por un solo país no tiene nada en común con la democracia. El orden actual es inaceptable e ineficaz. La acción unilateral e ilegítima solo creó nuevas tragedias humanas y centros de conflicto. Llegó el momento de repensar toda la arquitectura de la seguridad global". Washington continuó ignorándolo mientras se metía en el patio trasero del Kremlin. El apoyo estadounidense a la Revolución Rosa en Georgia, la Revolución Naranja en Ucrania y la Revolución Tulipán en Kirguistán era indisimulable para Putin. Uno de sus asesores, Andranik Migranyan –hombre muy cercano al canciller Sergei Lavrov– explicó la posición del Kremlin a la revista The Atlantic de esta manera: "Los estadounidenses pueden pensar que están promoviendo la democracia, pero en realidad están diseminando el caos. Miren lo que sucedió en Egipto. En 2011, el hombre fuerte egipcio Hosni Mubarak renunció luego de las protestas que los Estados Unidos habían apoyado. Pero después de que los islamistas radicales ganaran el poder democráticamente, la Casa Blanca hizo la vista gorda ante un golpe militar que depuso a los nuevos líderes. Luego está Libia. Derribaron al gobierno más exitoso en el norte de África y al final, tenemos un gobierno en ruinas, un embajador estadounidense brutalmente asesinado, caos y radicales islámicos". "Si contamos todos los fracasos estadounidenses, tal vez es hora de que comiences a escuchar a Rusia", dijo Migranyan de manera enfática. "Si el presidente sirio Bashar al-Assad tiene que irse, ¿quién entra, en lugar de Assad? … ¡No destruyas gobiernos si no sabes lo que viene después!". Un informe del Departamento de Estado dice que Putin estuvo viendo obsesivamente el video del linchamiento del líder libio Muammar Khadafi y le comentó a sus más cercanos colaboradores que si Rusia no se hacía fuerte nuevamente a nivel internacional podría acabar como él. Sus temores se acrecentaron cuando en noviembre de 2013 decenas de miles de jóvenes ucranianos tomaron la plaza de Maidan, en Kiev, para protestar contra el entonces presidente Viktor Yanukovych, que se había retirado de un acuerdo económico con la Unión Europea bajo la presión de Putin. Los manifestantes se quedaron todo el invierno, hasta que la policía abrió fuego contra ellos, matando a unas 100 personas. Al día siguiente, 21 de febrero de 2014, Yanukovych firmó un plan de reconciliación política, a instancia de Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea, pero esa noche huyó de la capital. Para Putin, estaba claro lo sucedido: Estados Unidos había derrocado a su aliado más cercano, en un país que él consideraba una extensión de la propia Rusia. A partir de ese momento, comenzó su apoyo militar al régimen sirio de Bashar al Assad en una alianza con Irán y el Hezbollah libanés, sin miramientos para enfrentarse a los aliados estadounidenses en la región. Para Putin, la última afrenta fue la revelación de su fortuna a través de la investigación de los Panama Papers. A pesar de ser un trabajo realizado en forma independiente por un consorcio internacional de prestigiosos periodistas, el líder del Kremlin cree que todo fue obra de la CIA estadounidense. Los documentos indican que en ese paraíso fiscal figura una cuenta de su amigo íntimo y padrino de su primera hija, Sergei Roldugin, con 2.000 millones de dólares. Es imposible que Roldugin, un cellista no muy dotado, haya acumulado semejante fortuna. Todos en Rusia saben que se trata del dinero de su íntimo amigo. Para Putin, la divulgación de esta información fue parte de "un plan para desestabilizar Rusia". "Fue cuando quiso demostrar que la política rusa está tan sucia como la de Estados Unidos y lanzó contra Washington una fuerza que venía preparando desde hace años, la de los hackers, los expertos informáticos capaces de entrar en cualquier sistema digital", explicó a The Washington Post un experto en cibercrimen. Son los chicos de apenas 18 o 19 años que participan en un campeonato nacional denominado "Capturar la bandera" que consiste en hackear un sistema de computación determinado y cuyo premio máximo es ser convocado a formar parte de alguna de las agencias de inteligencia rusas con un salario de 50.000 rublos (unos 900 dólares). El campeonato está auspiciado por la ARSIB, la asociación de funcionarios de seguridad informática, que es considerada una filial del Servicio de Seguridad Federal (FSB) y el ministerio del Interior. Los más destacados entre los jóvenes hackers son reclutados por el SVR, el Servicio de Inteligencia Externo, para integrar los grupos de elite denominados "Oso Sofisticado" y "Oso cariñoso", que en una investigación del comité de Inteligencia del Senado estadounidense son señalados como los máximos responsables del robo de datos del Comité del Partido Demócrata y de la campaña de Hillary Clinton y su difusión a través del sitio de Wikileaks. Una maniobra que ayudó a Donald Trump a llegar a la Casa Blanca y cuyas ramificaciones aún no están del todo claras.
El ejército de "Osos Cariñosos" que protegen al Zar Putin
El líder ruso asumió su cuarto mandato y gobernará hasta 2024. Es el líder ruso con más tiempo en el poder después de Stalin y el Zar Nicolás II