Sociedad

La carta desde Malvinas del gendarme Acosta a su hijo: "Estamos rodeados, pero pelearemos hasta el final"

Salvó a tres compañeros atrapados entre las llamas cuando un misil derribó su helicóptero. Combatió hasta el final contra las fuerzas británicas en Monte Kent. Poco antes de morir se despidió de su hijo de doce años con palabras de Fe y valor. Aquí, en la voz de Federico D’Elia, el homenaje a un héroe de Malvinas

Murió muy lejos de su Formosa natal. En la tierra de turba y niebla, entre las rocas del Monte Kent, durante una emboscada británica. El impacto de un proyectil de mortero lo encontró peleando junto a sus compañeros del Escuadrón Alacrán de Gendarmería, ese frío 10 de junio de 1982. El sargento ayudante Ramón Gumersindo Acosta había aterrizado el 28 de mayo en un Hércules C-130 en Puerto Argentino, como integrante de la Compañía de tropas Especiales 601. Dos días más tarde tuvo su bautismo de fuego. Habían recibido la orden de infiltrarse detrás de las líneas enemigas, para ocupar cinco alturas y actuar como alerta temprana, muy cerca de Monte Kent que estaba dominado por las fuerzas del Reino Unido. Pero el helicóptero Puma en el que patrullaba recibió el impacto de un Sea Harrier británico. El piloto evitó que la nave se estrellara, pero en tierra comenzó a incendiarse. Acosta sacó a tres compañero que habían quedado atrapados entre las llamas. El aparato, cargado de municiones, explotó. El ataque británico mató a seis miembros del escuadrón. Con emoción el sargento ayudante Miguel Víctor Pepe relató el enorme acto de heroísmo de Acosta, y el horror de ver morir a sus compañeros. "Nosotros íbamos a cubrir una línea más allá de los cerros Dos Hermanas tras un objetivo: sobrepasar las líneas inglesas y luego atacarlas por atrás. Todos sabíamos que la situación era muy comprometida. Los ingleses se venían con todo. Pero eso no nos amilanó. No veíamos la hora de entrar en combate. Era nuestra primera acción de guerra real". "Ese día salimos a las 8 de la mañana, retrasados por algunos ataques ingleses. Llevábamos a bordo gran cantidad de explosivos, artefactos que habíamos preparados para batir al enemigo en retaguardia. Teníamos plena conciencia del peligro y sabíamos que mucho de nosotros íbamos a morir. Pero en ese momento no pensábamos en la muerte, pensábamos en el combate, en demostrar que estábamos preparados…". "Cuando dejamos atrás las primeras líneas argentinas, algunos iban en silencio, tal vez pensando en su familia o simplemente en el glorioso significado de combatir por la Patria. Otros comentaban las trampas, los explosivos, la sorpresa que se iban a llevar los ingleses… Media hora después, el Puma se aproximaba al lugar indicado". "De pronto sentimos un impacto tremendo en la parte de atrás del helicóptero. Hubo gritos, sorpresa y la máquina comenzó a sacudirse. Nos había dado un misil inglés. Nos caíamos". "El piloto logró retardar la caída, y es ahí cuando Acosta se tira por una de las ventanas antes de chocar contra el suelo. El gendarme se lastimó en la caída, pero no dijo nada. No se quejó. Pero vimos que se doblaba del dolor. Sentí el brutal golpe que me dejó muy mal. Vi que mis camaradas trataban de salir… El gran peligro eran los explosivos que llevábamos". "Vi llamas y mucho humo denso, negro, espeso. Pensé que estaba entregado, vencido. Vi la muerte. Pero de pronto algo pasó y me di cuenta que tenía que moverme porque todo estallaría en un instante. Fui hacia la cabina. Llegué y golpeé los vidrios… ¿Cómo hago para salir de aquí?… Me pareció que una luz venía de un costado: era el sol que entraba por el techo de la cabina, era la salida, era la vida. Entonces, lo vi a Acosta que se asomaba y me hacía señas desesperado para que saliera. Me ayudó a escapar de ese infierno y nos abrazamos". "Le conté que había más compañeros atrapados. Y Acosta me dice, 'y bueno, ¡vamos!'. Vemos una mano que asoma detrás de un humo negro. Acosta se prende de esa mano. "Algo tengo que traer", dijo. Y logra sacar al subalférez Aranda. Todo en fracción de segundos". "Doy la vuelta y veo al sargento primero Justo Rufino Guerrero, boca abajo, sobre el suelo. Me dice: 'Hermano, sácame de acá'. Le dije: 'Tranquilo, tranquilo. No quiero hacer más daño'. Tenía las piernas destrozadas, como si se las hubieran cortado con un machete". "Había que sacarlo antes de que explotara todo. Y ahí llegó otra vez Acosta. Se suman el comandante San Emeterio y Aranda. Logramos sacarlo con cuidado, pero rápido. Allí estaban todos los explosivos. Lo llevamos a unos 25 metros. Acosta dijo: 'Uno más, un poco más'. Temía por el estallido. La idea era dejarlo a salvo y volver. Pero de pronto ocurrió lo peor: el helicóptero explotó en mil pedazos". Siete días más tarde, Gumersindo Acosta sintió la necesidad de escribirle a su hijo mayor. "No quiero que esté enojado porque me fui sin decirle adiós, no quiero que eso lo distraiga de sus estudios", le dijo a un suboficial. Se había marchado el 26 de mayo sin despedirse. Había abrazado por última vez a su mujer Virginia y a su hija Sandra en su casa de Paso del Rey, provincia de Buenos Aires, la mañana en que partió hacia campo de Mayo y de allí hacia las islas. Pero Diego ya estaba en el colegio y no pudo decirle cuánto lo quería, cómo le gustaban las tardes en la que escuchaban juntos chamamé, cómo le divertían las peleas porque él era hincha de Racing y su hijo de Independiente. Había caminado despacio frente a la escuela donde Diego cursaba sexto grado, pero siguió de largo. "No quise interrumpir la clase, estaba de uniforme y no quería que pensaran que uno buscaba ufanarse por el clima de algarabía que existía por Malvinas", le dijo a un compañero ya en las islas. El 2 de junio, en su refugio cercano a Monte Kent, redactó en un pequeño y arrugado papel la carta para su hijo que estaba por cumplir 12 años. Esa carta fue su testamento. Querido hijo Diego, qué tal muchacho? Cómo te encuentras? Perdóname que no me haya despedido de ti, pero es que no tuve tiempo, por eso es que te escribo para que sepas que te quiero mucho y te considero todo un hombrecito y sabrás ocupar mi lugar en casa cuando yo no estoy. Te escribo desde mi posición y te cuento que hace dos días íbamos en un helicóptero y me bombardearon, cayó el helicóptero y se incendió, murieron varios compañeros míos pero yo me salvé y ahora estamos esperando el ataque final. Yo salvé tres compañeros de entre las llamas. Te cuento para que sepas que tienes un padre del que puedes sentirte orgulloso y quiero que guardes esta carta como un documento por si yo no vuelvo: o si vuelvo para que el día de mañana cuando estemos juntos me la leas en casa. Nosotros no nos entregaremos, pelearemos hasta el final y si Dios y la Virgen permiten nos salvaremos. En estos momentos estamos rodeados y será lo que Dios y la Virgen quieran. Recen por nosotros y fuerza hasta la victoria final. Un gran abrazo a tu madre y a tu hermana – cuídalos muchos, como un verdadero Acosta. Estudiá mucho. ¡VIVA LA PATRIA! Papá

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