El primer día de clases, Laura Becerro, maestra de primer grado de General Rodríguez, sacó los armarios fuera del aula. Juntó después los bancos unos contra otros, dejando un único pasillo, y en el hueco largo y angosto abierto al medio de la sala consiguió meter una hilera más de sillas y pupitres. Finalmente, mandó también el escritorio al depósito. No había otra forma de que los 56 chicos anotados en su grado pudieran entrar. A algunos los hizo sentar de a tres. Así estaba llevando la clase este martes: con 56 niños en un grado. Y le habían pasado otros para anotar. La falta de inversión en infraestructura educativa colapsó las escuelas de la ciudad, ubicada en la provincia de Buenos Aires, entre Moreno y Luján, pegada al conurbano. A pesar de los reclamos que los docentes vienen presentando a la gobernación de María Eugenia Vidal, no se han construido escuelas, ni se han ampliado las que existen con nuevas aulas. Becerro da clase en el turno tarde. De mañana atiende al público en la Federación de Educadores Bonaerenses (FEB), gremio del que es vocal. Por eso se dio cuenta antes que nadie de que muchos otros docentes, al incorporarse a las escuelas después del paro del 5 y 6 de marzo, se estaban encontrando con el mismo problema que en su colegio. Y eso que el suyo, la EP Número 6, en el centro de General Rodríguez, es una de las escuelas tradicionales de la ciudad: el intendente manda ahí a uno de sus hijos. A los barrios más alejados, donde el caudal de alumnos es más alto y las carencias más graves, la gobernación optó por mandar aulas containers. Y lo hizo con el sello de estos tiempos, porque de las aulas prometidas inicialmente, mandó menos. Bien se dice que cuando todo peor parece, todavía se puede caer un poco más. En el local del gremio, una casa blanca a media cuadra de la plaza central, Verónica Ledesma, secretaria general de la FEB, da un primer acercamiento al tema. “La población viene aumentando en todo General Rodríguez y esto no fue acompañado por la construcción de escuelas. Empezamos a reclamar en el 2011, y en los últimos años, por movimientos migratorios internos, llegamos a un punto crítico. El año pasado, en las reuniones de UGD (la Unidad de Gestión Distrital, el ámbito donde se discuten estas cuestiones), se hablaba de que faltaban 10 edificios. En Jardín, el nivel inicial, hay por ejemplo 1500 chicos en lista de espera. La lista de espera descomprime porque manda a los padres a sus casas, con la esperanza de que más tarde los pueden llegar convocar. En la primaria, como no es posible hacer lo mismo resuelven el problema hacinando a los chicos; para no dejarlos fuera del sistema, los amontonan”. La dirigente dice que les está costando hacer conocer la situación, lograr que trascienda. Hacer que se tome nota, incluso dentro la misma comunidad, de la dimensión del problema. Y no es raro si se piensa que el discurso de Cambiemos ha instalado que los padres están sacando a sus hijos de la escuela pública, que si cierra escuelas rurales es porque tienen baja matrícula, que relocalizan sedes del Fines porque no tiene sentido mantener aulas con pocos alumnos. Finalmente, uno tiene la impresión de que la escuela pública es un lugar de aulas vacías, donde las maestras esperan que el día nada más pase, tomando mate cocido. La denuncia sobre 50 niños en un aula fue publicada la semana pasada en un tweet de la Federación de Educadores Bonaerenses (FEB). Y no logró ninguna repercusión. La escuela Paula Albarracín está en el límite de General Rodríguez con el hiperpoblado distrito de Moreno. A diferencia de la escuela de Laura Becerra, esta es una zona de barrios socialmente vulnerables. En su patio delantero, detrás de una primera línea de rejas, una estatua de la madre de Sarmiento fue encerrada en una jaula. Rejas sobre rejas. Que cada uno piense lo que quiera sobre lo que la arquitectura oficial dice de un lugar. Al entrar al colegio, se ve la fila de armarios en los pasillos, señal de aulas superpobladas. En aula de cuarto grado están dando clases Sebastián y Laura, maestro a cargo y docente auxiliar. Al grado no se puede entrar porque no hay por dónde. Los chicos están apretados, banco contra banco, ocupando toda la superficie disponible, desde el fondo del aula hasta el borde del pizarrón. Los docentes acomodaron el escritorio delante de la puerta, metieron luego las sillas y bien podría decirse que están dando clase con la grupa afuera. Si se mete la cabeza en el aula se respira un aire enrarecido, viciado por el amontonamiento. A los docentes les cuesta hasta usar el pizarrón. “No podemos plantear trabajos grupales, ni con materiales”, explica el maestro a cargo. Lo que pueden hacer, claro, es hablar, o dictar para que los chicos escriban, pero prácticamente nada más. Con niños de cuarto grado. Su compañera cuenta que sólo el trabajo de hacer entrar a los chicos y que puedan sentarse les lleva 20 minutos. Ella es docente de apoyo y la idea es que trabaje con los que tienen mayores dificultades. “Pero si no puedo acercarme, es lo mismo que nada”. En este 4to hay 46 alumnos. En la misma escuela, un segundo tiene 50 niños. La normas de la provincia establecen que en las aulas de primaria no puede haber más 30 alumnos. Así fue fijado en la Resolución 3.367 del año 2005. Esto no tiene que ver con la comodidad del docente, sino que va directamente ligado a que la escuela sirva para aprender. En un aula con más de 30, es improbable que los chicos puedan mantenerse concentrados. No todos pueden participar, esto genera desorden y aparecen los problemas de conducta. Un número excesivo de alumnos impone así la disciplina del silencio. Aprenden los más dotados cognitivamente, o los que tienen una familia que esté muy encima de su educación, mientras que los que tienen problemas de aprendizaje o contextos familiares desfavorables quedan en el camino. Como mucho, aprenden a leer y escribir, a callarse y a no molestar. Y esto debería ser entendido como toda una decisión política. Ningún asesor en Educación de ningún gobierno lo desconoce. La media recomendada por los especialistas habla de grupos de 20. PáginaI12 recorrió cuatro escuelas. En algunas hay maestros que acceden a hablar, pero lo más revelador, siempre, es lo que sucede por fuera de las entrevistas. Escenas que son presenciadas sin preguntar: Una mujer, mamá de dos niños, pide a una directora que le dé una vacante para su hijo más chico. La mayor va a esa escuela en tercer grado, y al nene de 6, cuenta, tuvo que mandarlo a ciudad de Buenos Aires, a casa de una hermana, para que pudiera ir al colegio. Una docente cuenta a una compañera que se preguntó todo el fin de semana “qué podía hacer. Pensé en poner una mitad de la clase en el patio y dejar otro grupo en el aula, y turnarme para darles actividades. . . ” Una directora: “Los tenemos dentro de la escuela, pero lo cierto es que podemos hacer nada más. Sólo contenemos”. Otra directiva, en otro colegio, pregunta, incrédula: “me traen listados para que inscriba a más chicos en grados donde no entran. ¿Qué creen, que se va a morir un pibe y me va a quedar lugar libre para sentar otro?” Esta situación mete a los docentes y a los padres en un círculo infame, porque cuando los padres no encuentran vacantes en la escuela cercana, empiezan a recorrer otros colegios –que están igualmente llenos, detalle que no conocen–. Finalmente, hacen el reclamo a los inspectores, que sí están al tanto de la situación –ya que son los primeros en evaluar la necesidad de aulas y escuelas, y también los que conocen la falta de inversión, las promesas que no se cumplen, los argumentos de que una licitación se cayó y hay que llamar a otra- pero deben resolver el tema. Los inspectores llevan así a los directores de escuela listas con los alumnos que deben inscribir sí o sí. De esta manera, como medida transitoria, los chicos terminan metidos en la sala que haya, lleguen al número que lleguen. Todas estas cuestiones suceden, como se sabe, mientras el gobierno de Cambiemos estigmatiza a los docentes culpabilizándolos del bajo rendimiento educativo. El presidente Macri dice que su administración está trayendo a la Argentina un modelo de “educación pública de calidad”. Vidal abrió las sesiones de la Legislatura prometiendo incorporar la róbotica a las escuelas primarias. Pero la medida real es la de recortar el presupuesto educativo. “Hasta que el grado se desdoble”, “hasta que se haga una nueva licitación porque la anterior se cayó”, “hasta que se terminen las obras” lo único disponible es que niños y docentes se aprieten. Después llegan las aulas containers. Finalmente, para Cambiemos, esas cajas de paredes de chapa y techo bajo son la representación lo que es viable en la educación estatal.
Alumnos hacinados en las escuelas de María Eugenia
La Federación de Educadores Bonaerenses denunció que en General Rodríguez, en vez de construir más escuelas, la gobernación mantiene aulas con más de 50 alumnos cuando no deberían superar los 30. El problema afecta a todo el partido.