“Mi mamá estaba internada en un geriátrico a la vuelta del Hospital Vélez Sarsfield. Hace dos viernes internaron a tres señoras, una falleció el sábado y el test le dio Covid positivo. Del domingo al jueves tardaron en hisopar y recién ahí nos enteramos que había 20 positivos. Nunca volvieron a hisoparlos. Después de unos días ella empezó con síntomas como fiebre y deshidratación. El jueves pasado a la noche le bajó la saturación de oxígeno y llamaron a emergencias. La llevaron al Hospital con código rojo, pero pasó toda esa noche en la guardia. Al día siguiente la trasladaron a internación y nos llamaron dos o tres veces: por la tarde una médica nos dijo que estaba mejor y que a lo mejor pronto iban a darle el alta. ”“El sábado volvió a recaer y por la noche le pusieron oxígeno a través de una máscara. El domingo le aumentaron la cantidad de oxígeno. El lunes por la mañana me llamaron para decirme que empeoró. Otra vez una médica, me sugirió que por su estado sólo podían darle morfina para aliviar la sensación de ahogo. Le pregunté si podían ponerle un respirador y me dijo que la noche anterior se había ocupado la última cama de terapia intensiva. Me dijo que se podía intentar buscarle una cama en otro Hospital pero que no era seguro conseguir lugar ni que pudiera sobrevivir al traslado”. Gerardo Rossel relataba así, el lunes por la tarde, la odisea de su madre en un sistema de salud que funciona al tope de su capacidad. Súbitamente, un rato después de esa primera conversación, y luego de que este medio consultara con el Ministerio de Salud porteño por su caso, Norma Catardo, de 87 años y con secuelas de un ACV reciente, fue derivada a un shockroom, una habitación de guardia preparada para recibir pacientes que ingresan en estado crítico, y que en el marco de la pandemia funciona como un refuerzo de la terapia intensiva. Allí los médicos volvieron a plantearle a la familia que su estado era irreversible y les dieron otra vez la opción de darle cuidados paliativos, pero después de una deliberación decidieron intubarla. El martes por la mañana Norma falleció. “Nunca me faltaron camas para este tipo de cuidados. El sistema en la ciudad de Buenos Aires está respondiendo”, aseguró el director del Hospital, Alejandro Marchetto. El Destape pudo corroborar que durante el fin de semana y la mañana del lunes, la capacidad del área de Terapia Intensiva del Vélez Sarsfield estaba completa, aunque no los dos shockroom, cada uno equipado con un respirador. No fue una excepción: según el testimonio de trabajadores de esa institución, trabajan cerca del tope de capacidad desde hace varias semanas. Esta mañana, los datos volcados en el sistema integrado indicaban que la ocupación UTI en ese establecimiento trepaba al 91%. Traducido a números concretos: había una sola cama libre. La saturación de los sistemas y de las personasLa pregunta, entonces, es por qué, si había respiradores, Norma no tuvo acceso a uno cuando lo necesitaba. Marchetto dio su versión de los hechos: “La paciente entró en estado general muy deteriorado. No era recuperable. La familia al principio estuvo de acuerdo con seguir un tratamiento paliativo y luego cambió de opinión”. Rossel dice que es “una mentira”, porque esa opción recién la recibieron cuando su madre fue derivada al shockroom, después de varias horas de reclamos y de que intervinieran autoridades políticas. En todo caso, el relato oficial no explica por qué, si ingresó el jueves en tan mal estado y había lugar en Terapia Intensiva, ella pasó esa noche en la guardia y el viernes la derivaron a una habitación común. La respuesta es que el sistema está colapsado. No porque la ocupación de camas haya llegado al 100 por ciento, sino porque todos los otros factores que hacen a la atención de pacientes con coronavirus están deteriorándose ante la presión constante de los nuevos casos que no dejan de ingresar al sistema. La comunicación entre los centros de salud y las familias, por teléfono, es en muchas ocasiones deficiente. Se atiende a los contagiados en condiciones que están lejos de ser ideales, en camas que no fueron construidas para eso o por profesionales que a veces no tienen experiencia en esas prácticas. La atención que recibe hoy un infectado no es la misma que hubiera recibido dos meses atrás. Además, la energía de los trabajadores, agotados física y psicológicamente, escasea y cuando la demanda de atención supera su capacidad de darla, los esfuerzos, dosificados meticulosamente, terminan por volcarse, de forma inevitable, hacia aquellos que tienen mejor pronóstico. No se les puede reprochar nada. Sin que se haya llegado, formalmente, al punto en el que se aplica un protocolo para decidir quién recibe un tratamiento y quién muere con el alivio mínimo de una máscara de oxígeno y una inyección de morfina, la realidad cotidiana en los establecimientos de salud hace la misma tarea, de forma silenciosa y cruel. El caso de Norma es solamente uno entre muchos. La carta publicada ayer por la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva da cuenta de este drama. “Los intensivistas, que ya éramos pocos antes de la pandemia, hoy nos encontramos al límite de nuestras fuerzas, raleados por la enfermedad, exhaustos por el trabajo continuo e intenso, atendiendo cada vez más pacientes. Estas cuestiones deterioran la calidad de atención que habitualmente brindamos”, dice el mensaje firmado por sus autoridades, que termina con grito de ayuda desgarrador: “Les suplicamos no salir si no es necesario. El personal sanitario está colapsado, los intensivistas están colapsados, el sistema de salud está al borde del colapso”. Hoy fueron recibidos por Alberto Fernández. Al salir de la Quinta de Olivos, Arnaldo Dubin, miembro de la SATI, advirtió: “Estamos especialmente preocupados por la situación en las Terapias Intensivas. Tenemos una sobrecarga de trabajo enorme, como jamás ocurrió antes. Estamos agotados físicamente, exhaustos en lo psicológico, cometemos errores, nos enfermamos, hay compañeros que han fallecido. No es cierto que haya resto. No es cierto que la ocupación de las camas de Terapia Intensiva en la Ciudad de Buenos Aires sea del 60 por ciento. En los relevamientos que hace la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva, en una muestra significativa de alrededor de 30 hospitales públicos y privados, la ocupación es alrededor del 90 por ciento”. Todos cierran, CABA abreEsta situación de colapso no es exclusiva a la Ciudad de Buenos Aires: lo mismo sucede en hospitales del conurbano bonaerense y en el interior del país, donde el peligro es aún más importante porque la capacidad de reforzar la atención es mucho más baja: se incrementa la dificultad de agregar camas y profesionales y las distancias son mayores. La diferencia es que el sistema de salud porteño es, por mucho, el más sólido del país, su presupuesto es el más alto y sus autoridades son las únicas que en este contexto desoyen el pedido de auxilio de los profesionales y siguen flexibilizando actividades de riesgo en medio del colapso, como sucedió esta semana con la apertura de bares y restaurantes. En Jujuy, Leticia Rivero, una enfermera de 40 años, falleció esperando una cama de Terapia Intensiva en el Hospital San Roque, en la capital provincial. Un trabajador de ese establecimiento, Rolando Vázquez, habló esta mañana con El Destape Radio y denunció que “la gente se está muriendo en su casa”. El gobernador Gerardo Morales se reunió el lunes con el Presidente para pedirle más ayuda. Mientras tanto, las zonas donde se registra circulación comunitaria del virus (San Salvador, La Quiaca, Ledesma, Palpalá, San Pedro y Perico) permanecerán en una cuarentena estricta. Tampoco se habilitaron las reuniones al aire libre que el gobierno nacional autorizó la semana pasada. Otro caso similar se dio en Río Negro: el pastor Luis Anastassi, de la localidad de Fernández Oro, con 80 años y sin condiciones previas fue trasladado a Cipoletti para recibir asistencia respiratoria pero allí se encontró con que no había camas de terapia intensiva disponibles. “Es muy duro, podría ser mi papá, pero en Cipoletti hoy no tenemos camas”, explicó la directora del Hospital local, Claudia Muñoz, según consignó el Diario de Río Negro. Finalmente fue trasladado a otra ciudad, donde pudo recibir atención, según informó en medios el senador Alberto Weretilnek. Hace una semana la gobernadora Arabela Carreras decidió la vuelta a Fase 1, a pesar de las protestas contra esa medida. En Mendoza, reportan una ocupación de camas UTI superior al 90 por ciento. Ayer, el gobernador Rodolfo Suárez, firmó un decreto con nuevas restricciones: cerraron los bares y los clubes, se pusieron condiciones más estrictas para el trabajo en restaurants y gimnasios y para las actividades religiosas y se restringió la administración pública. En Santa Cruz, Alicia Kirchner mantiene en Fase 1 a Río Gallegos, donde hay un brote importante. En la provincia de Buenos Aires, con el sistema de salud bajo condiciones de estrés extremo, Axel Kicillof rechazó la posibilidad de permitir reuniones sociales al aire libre. Está claro que no es una cuestión de color político. Dicen que lo peor ya pasóEn CABA, mientras tanto, se siguen aligerando las restricciones, a pesar de que la cantidad de casos nuevos y de muertes por coronavirus está en los niveles más altos desde que comenzó la pandemia. Es cierto que la robustez del sistema de salud más rico del país todavía tiene margen antes de la saturación total y es posible que nunca llegue a ese punto. Sin embargo el optimismo que exhibe el gobierno porteño a través de las estadísticas, las declaraciones de sus funcionarios y las medidas que toman pintan una escena muy distinta a la que se vive en los pasillos de los hospitales y sanatorios de la ciudad y que denuncian los trabajadores de la salud y los familiares de los pacientes. El ministro de Salud de la Ciudad, Fernán Quirós, dijo el lunes que lo peor ya había pasado. No es su primer derroche de optimismo. El 29 de mayo, había hablado de "una curva ascendente absolutamente controlada". Desde entonces, pronostica sin suerte el mismo desenlace: "La velocidad de crecimiento está relativamente contenida" (22/6); "Estabilidad en los casos" (1/7); "El espíritu general de la curva es que está relativamente estabilizada" (13/7); "La curva podría empezar a descender" (18/7); "Los números están relativamente estables" (27/7); "La curva está madura” (10/8); "Es una curva que empieza a marcar el descenso" (17/8); "Una tendencia leve pero sostenida al descenso de casos" (21/8). Los números indican que, aunque la cantidad diaria de casos no está en una suba pronunciada como en otras partes del país, la tendencia es al alta, con valores récord la semana pasada y una suba sostenida durante los últimos ocho días. El 1 de julio, cuando CABA intentó regresar a Fase 1, había 27.183 casos de residentes con coronavirus positivo. Ya pisa los cien mil. Esa es la presión que se siente en las UTI. En esos dos meses, la cantidad de fallecidos pasó de 534 a 2290. Esa es la consecuencia de la sobrecarga: el porcentaje de pacientes graves que fallecen en Terapia Intensiva subió en el mismo período de 18 a 25 por ciento, según este trabajo del bioinformático Rodrigo Quiroga (CONICET). Hoy, oficialmente, la administración de Horacio Rodríguez Larreta informa una ocupación de Terapia Intensiva del 61, 1 por ciento. Ese cálculo sólo tiene en cuenta el sistema público e incluye en el denominador camas UTI para adultos, shockrooms, camas UTI pediátricas y camas que no están disponibles, como las instaladas en hospitales psiquiátricos. El sector privado, que en la Ciudad atiende a siete de cada diez pacientes, tiene su capacidad utilizada por encima del 80 por ciento en promedio, con muchos servicios estallados. Según los datos que figuran en el sistema integrado, al día de hoy la ocupación real en CABA es del 74 por ciento, todavía quince puntos menos que el cálculo de la SATI. Eso significa que cada paciente con una manifestación grave de Covid-19 se juega un número a la lotería: depende a qué establecimiento sea derivado, puede encontrar una vacante o no. Si no hay, los traslados se demoran, y en algunos casos son impracticables. Los expertos coinciden que en este escenario el único resultado que puede esperarse es un aumento en la tasa de letalidad por déficit de atención médica. Esto es: más muertes en menos tiempo. Los gobernadores de todo el país manifestaron su preocupación y tomaron medidas para contener la pandemia. La ciudad de Buenos Aires avanza, solitaria, en sentido contrario, sin atender que el costo se paga en vidas.
Coronavirus en CABA: El colapso silencioso del sistema sanitario
El sistema de salud está saturándose en todo el país y los profesionales no dan más abasto, pero sólo en CABA siguen abriendo actividades de riesgo.