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Desesperación y aislamiento: Maduro, la cuenta regresiva

El dictador venezolano muestra signos de debilidad como pocas veces. Los indicios de un poder que se le escurre y el temor a una traición

Nicolás Maduro siente, no escucha, un tic-tac recurrente. In pectore. No es ninguno de los incontables relojes que lleva cada día en su muñeca izquierda, cuya mano está vestida además con un imponente anillo de esmeralda y oro regalado en un viaje a Azerbaiyán, cuando aún podía recorrer el mundo sin temor a dejar por un tiempo Caracas. Hoy, el dictador venezolano no se aleja mucho y cuando lo hace regresa pronto a la capital. Desconfía de todos. Tanto, que hasta su guardia personal es cubana. Maduro tiene motivos para su actual estado. La brisita finalmente no se convirtió en huracán y sabe y teme que alguna maniobra mal dada o un error de cálculo pueda desatar un conflicto mayor. Es el que podría darse en el límite con Colombia. ¿Tiene el control absoluto sobre todos los grupos armados y sobre sus propias milicias y Fuerza Armada Nacional Bolivariana? No. Alguien más podría dar una orden que no cuadre con su plan y el de sus consejeros cubanos. La perfidia sobrevuela Miraflores. No sería el mejor momento para enfrentar al vecino país. Con un ejército desmotivado, desarmado, hambriento y humillado, las cosas no resultarían. La deserción es continua en las filas que debería cohesionar Vladimir Padrino López, quien ya nada puede -o quiere- hacer para contener la irremediable hemorragia de soldados y oficiales. Cada vez hay menos convencidos de la defensa de una ficticia Revolución, pocos generales hablan con verdadera convicción de lealtad y la mayoría responde a parcelas de poder. Más: Brasil será observador de esas acciones. Recordatorio: Brasil comparte también frontera con Venezuela. El presidente, Jair Bolsonaro es junto a Iván Duque uno de los jefes de estado de la región más cercanos a Donald Trump. Como plus, por sus venas corre sangre castrense. Será momento para que todos se capaciten y aunque nadie espera que la sangre llegue al río, ninguno quiere estar desprevenido. No sería la primera vez que un dictador mesiánico -o algún desorientado- desate una guerra. La figura de Guaidó se agigantó. Un tanto por su renovado coraje pero mucho más por la impericia política de Maduro. En los primeros 25 días del 2020 el dictador hizo todo mal, síntoma inequívoco de un hombre desesperado y sin tiempo. Para más, el jefe legislativo logró burlar las barreras fronterizas, cruzó a Colombia, se reunió con Duque y Pompeo y voló a Europa. Una vez en Davos, Suiza, gracias al contraste con el patrón del régimen, brilló. Jefes de estado democráticos como Angela Merkel, Boris Johnson y Emmanuel Macron lo recibieron. El único traspié lo sufrió en España. Allí, la alianza gobernante del PSOE y Podemos tejió el desaire. Más que comprensible: Pedro Sánchez le debe mucho a Pablo Iglesias; Pablo Iglesias le debe mucho a Maduro. En todo sentido. Encima, el retorno del Movimiento al Socialismo (MAS, el partido de Evo Morales) al poder es la única y difusa carta con la que cuentan los jerarcas cubanos, pero está lejana en el tiempo y la estructura interna de esa organización se encuentra divida. No es práctico ejercer un liderazgo desde Buenos Aires cuando las traiciones son una tentación. Mucho más difícil será la recomposición cuando El Gallo, el embajador Carlos Rafael Zamora Rodríguez, tenga que hacer las valijas y retornar a la isla si la ruptura persiste. ¿Se sumarían otros países en acciones similares contra Cuba? Por ahora, esa última opción está en análisis. Pero el aleteo de mariposas en La Habana genera brisitas que repercuten como huracanes en el Palacio de Miraflores. Como pocas veces, el resistente Maduro se muestra asustado. Quizás vea que su tiempo se termina, irremediable, como el de todos los dictadores. MÁS SOBRE ESTE TEMA:

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