El 27 de octubre las elecciones presidenciales generaron un recambio político. Pero, además del pulso de la economía, la rosca y la unidad, hay un gran factor social en el empuje del cambio: los feminismos y la diversidad sexual. Y ese cambio, en un sentido literal y singular, pero también colectivo, se puede nombrar como una revolución de les hijes, en lenguaje inclusivo y con todo lo que la inclusión significa como una lengua viva y diversa. Si la Argentina sabe de lenguaje inclusivo es mucho antes de usar la “e” para que la grieta no deje de estar solo en las boletas electorales sino también en los géneros, las identidades y los deseos múltiples y democráticos. Hacer orgullo de ser “cabecita negra” o “descamisado” fue una forma de la lengua de descoser el prejuicio sobre quienes no venían de los barcos sino de los y las esclavas traídas de África y los pueblos originarios. Durante la gestión del macrismo buena parte de lo que va a volver a ser oficialismo se sentó a esperar otra oportunidad en las urnas. Los feminismos y la diversidad sexual no. Se tomó las calles el 3 de junio del 2015, con la convocatoria Ni Una Menos, y se realizó el primer paro de mujeres –mientras decíamos “La CGT toma el té, las mujeres la calle”- el 19 de octubre del 2016. La huelga de mujeres no fue simbólica, trajo resultados políticos y una agenda nueva en sindicatos, con mayores demandas de licencias para cuidar a hijos e hijas, poder realizar tratamientos de fertilización y tomarse días para denunciar violencia de género. Las diputadas sindicalistas como Vanessa Silley, Secretaria General de la Federación de Sindicatos de Trabajadores Judiciales y Claudia Ormaechea, Secretaria de Género de La Bancaria y diputada electa en la Provincia de Buenos Aires, ambas por el Frente de Todos, son un ejemplo de los resultados de la alianza entre las gremialistas y los feminismos. Alexandria fue comparada por Donald Trump con Evita. Y ella respondió reivindicando la figura de Eva Perón. También a Alexandria y a Ofelia las critican por videos o fotos suyas bailando (como si ser legisladoras les quitara la posibilidad de moverse o las obligara a envejecer de un modo conservador como castigo por hacer política) y ninguna de las dos se queda ni quieta, ni callada. La primera decisión política estudiantil de Ofelia fue oponerse a la violencia de género por parte de profesores de su colegio avalados por los sindicatos y la dirección universitaria. A los 16 años llegó a la Presidencia del Centro de Estudiantes del Carlos Pellegrini. Tomó las demandas de Ni Una Menos y las llevó más lejos. Denunció el abuso y la violencia de género de docentes y preceptores que habían sido jerarquizados por la UBA. Y se enfrentó a la conducción universitaria y a sindicalistas protegidos, hasta ese momento, por la impunidad gremial para justificar el machismo. Además, en el Congreso de la Nación, defendió la legalización del aborto durante el debate por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, en donde exaltó: “Lo único más grande que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita”. La revolución de las hijas habla de un fenómeno político que, de diversas maneras, influyó en los resultados electorales con un caso emergente como el de Ofelia y con un voto politizado, fuera del control del adoctrinamiento de los grandes medios de comunicación, con conciencia política aprendida en medios alternativos o autogestionados y con un ejercicio de movilización y curiosidad intelectual inspirado desde los Encuentros de Mujeres, la pelea por el aborto legal y la Educación Sexual Integral. La revolución de las hijas se refiere a las jóvenes, pero no en un sentido despectivo, similar a la idea futbolística de “hijos nuestros”, sino todo lo contrario: ser hija no es una connotación minimizante ni subordinada; sino que realza una tradición política de conducción intergeneracional. Y un núcleo central en la historia argentina: la politicidad de la maternidad, desde las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo hasta la demanda de justicia de las madres de víctimas de trata de personas, de abuso sexual y de femicidios. Además, hay una enorme diferencia con “los hijos del poder”, como actores centrales de corrupción, tragedia e impunidad en el menemismo y en los feudos provinciales, con el asesinato de María Soledad Morales, en septiembre de 1990, como ejemplo de impunidad, en donde las chicas eran llevadas a fiestas, no para divertirse, sino para ser carnada. El diputado Ángel Luque (ya fallecido) dijo que si su hijo era el asesino no hubiera aparecido el cadáver. Pero, finalmente, Guillermo Luque fue condenado a 21 años de prisión por violación seguida de muerte. Y la frase es una sentencia de lo que implicaba ser diputado en los noventa. Y de lo que implicaba ser hijo: ser protegido para matar (o matarse). La revolución de les hijes no implica nepotismo ni impunidad, sino la influencia de una nueva generación ante la ya vieja, vieja política. En muchos –muchísmos- casos las hijas (y nietas) de diputado/as, senadores, periodistas, abogados y conductoras influyeron en que cambien su postura sobre la legalización del aborto. Y, en otros, aun cuando no logren el cambio, les discuten en la mesa. “Mis hijas están a favor de la legalización del aborto”, contó la Gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal (derrotada en las urnas por Axel Kiciloff) después de mostrarse con un pañuelo celeste (representativo de los sectores anti derechos y anti aborto legal) en una entrevista en el programa Nada Personal, de Viviana Canosa. En el caso de Alberto Fernández la revolución de su hijx (que se nombra en inclusivo porque quiere salirse de las formas clásicas de identificarse en masculino o femenino) es central, más allá de Estanislao porque muestra un antes y un después de la doble moral de la Argentina. Antes se escondían a las amantes, se desmentían separaciones, se trastocaban imágenes de familia feliz y perfecta (para no tener costos electorales), se ocultaban abortos y se rechazaban a hijos extra matrimoniales, ahora la diversidad fuera de la “familia tipo” no es deleteada sino soltada en libertad como parte de una era de orgullo plural. —El tema de tu hijo seguramente va a aparecer— le advirtió el periodista Reynaldo Sietecase a Fernández en una entrevista conjunta con Ernesto Tenembaum, en junio de este año. Y el futuro Presidente respondió: “Yo tengo orgullo de mi hijo, ¿cómo no voy a estar orgulloso?”. Estanislao se presenta en Twitter como “Esa extraña dama que está dispuesta a vencer” (en homenaje a una canción de Valeria Lynch) y es drag queen. Su performance pública (a rienda suelta sin censuras ni de campaña, ni presidenciales) es tan clara que Sietecase tuiteó el 30 de octubre: “Siempre con Pikachu, nunca con un facho” en relación a la foto de Estanislao personificando a Pokemon (el personaje de animé japonés) en contraposición al hijo del Presidente brasileño Jair Bolsonaro posando con un rifle de alto calibre que circuló en las redes sociales. En tres meses, muchos –como el periodista- aprendieron sobre diversidad, a leer, escuchar, mirar y respetar. Por eso, la revolución de les hijes no es (solo) privada, sino de una enorme resonancia pública. “Esto no es un meme”, escribió Eduardo Bolsonaro, el hijo del Presidente de Brasil Jair Bolsonaro, en referencia a un tuit que comparaba a Estanislao (vestido, maquillado y montado con un disfraz de animé) con él posando con un arma larga. No, no es un meme. Eduardo es el tercer hijo del jefe de estado presidencial. Es funcionario de la policía y diputado federal por San Pablo. En 2014 votó por la destitución de la ex Presidenta Dilma Rousseff. Tiene 35 años. Es fanático de las armas. Y defiende la familia tradicional no como una opción personal sino como una imposición contra los derechos de la diversidad sexual. Cumple con los requisitos de su padre que llegó a decir que prefería tener un hijo muerto que uno homosexual. La verborragia virtual también es de familia. Bolsonaro (padre) respondió a un comentario en Facebook que decía que las críticas de Francia a los incendios en el Amazonas se debían a que Bolsonaro tiene una esposa 27 años menor (Michelle, de 37 años) y, en cambio, el Presidente francés está casado con una mujer 25 años mayor, Brigitte Macron, de 66 años. “¿Ahora entienden por qué Macron persigue a Bolsonaro?”, escribió un usuario NN en Twitter. Y el primer mandatario brasileño lo festejó: “No lo humillen, ja, ja, ja”. La idea que un hombre es humillado si su esposa es mayor o que humilla si su esposa es menor muestra la misoginia de las primeras damas como muñecas de foto y no como sujetas de amor, política y diplomacia. En realidad, Bolsonaro tiene 64 años y Macron 41 pero la competencia misógina no está puesta en sus propias perfomances sino en la edad de sus esposas. ¿Duelo de estilos? No, de machismo. El Presidente francés consideró el comentario agraviante y misógino. Y Brigitte no se quedó callada, justamente porque el agravio es una forma de eructo contra lo que ya no se puede hacer, una irreverencia de apología arcaica. “Además de mí, todas las mujeres se vieron afectadas. Las cosas están cambiando. Todo el mundo debe estar consciente de eso. Hay cosas que ya no se pueden decir y cosas que ya no se pueden hacer", remarcó. La revolución de las hijas también sabe de igualité y fraternité y Thiphaine Auzière, abogada, de 35 años e hija de Brigitte de su primer matrimonio, defendió a su mamá con el hashtag #BalanceTonMiso (equilibrar la misoginia) después del ataque a Brigitte por su edad y su aspecto físico por parte de Bolsonaro y de su Ministro de Economía, Paulo Guedes, que calificó a la primera dama francesa de “verdaderamente fea”. El dedo fácil en las redes sociales parece ser una lección de familia. Pero Estanislao no se atemorizó por la foto de Eduardo en pose de Rambo y replicó: “Me empezó a seguir mucha gente de Brasil y quiero decirle a la comunidad LGBTTTIQQA+ y aliades de Brasil que estamos juntes en esta lucha. Recuerden que el amor siempre vence al odio y entre nosotres nos tenemos que cuidar siempre. #Amarlxs”.
La revolución de les hijes ya es un tema de Estado
Hay una enorme diferencia con “los hijos del poder” como actores centrales de corrupción, tragedia e impunidad en el menemismo y en los feudos provinciales. La revolución de les hijes no implica nepotismo ni impunidad, sino la influencia de una nueva generación ante la ya vieja política