Marcos Peña repartía gacetillas en el gobierno de Fernando de la Rúa de China, mientras Miguel Ángel Pichetto ya era un poderoso legislador peronista que observó con cautela como implosionaba la Alianza en diciembre de 2001. En esa época, Peña aprendió que el poder es un bien escaso que mal administrado causa dolor y muchísima tragedia. Pichetto, en cambio, ya sabía que el poder desgasta a quien no lo tiene, como aprendió cuando viajó a Roma y escuchó los consejos políticos de Giulio Andreotti, el "inoxidable" primer ministro italiano. Peña y Pichetto representan dos culturas políticas diferentes, que observan la relación entre fines y medios de manera distinta, y en donde será Mauricio Macri el único arbitro que podrá balancear esa puja de poder que dejará vencedores y vencidos. El jefe de Gabinete y el candidato a vicepresidente del oficialismo conocen la historia del peronismo y su implacable lógica interna: el poder no se comparte, las diferencias no pueden durar para siempre, y la traición a veces funciona como un elogio. Con la llegada de Pichetto a la intimidad de Olivos, el Presidente pone a prueba su capacidad de liderazgo, frente a un dilema de poder que estará teñido -en términos proporcionales- por los conceptos de amistad personal y pragmatismo político. Artilugio electoral, coalición o panperonismo Peña es un cuadro político y comprendió rápido que debía abrir la fórmula presidencial para atenuar las críticas radicales, ampliar la base de sustentación de un eventual segundo mandato de Macri y resetear el sistema PRO que desde hace casi cuatro años se usa obligatoriamente en los despachos más importantes de Balcarce 50. Alfredo Cornejo, Gerardo Morales y Ernesto Sanz, tres connotados dirigentes radicales, debatieron los nombres de los posibles postulantes partidarios para vicepresidente y asumieron con dolor que no tenían una carta brava para jugar. Fue una situación amarga y compleja: la UCR había exigido abrir la fórmula, y no tenía qué poner para cumplir el mandato de su Convención Nacional. En ese escenario político, Pichetto ya caminaba en puntas de pie detrás del cortinado. El senador peronista había impactado al Presidente con su conocimiento político y académico, y había demostrado lealtad al poder cuando viajó a Wall Street y elogió el plan de ajuste acordado con el Fondo Monetario Internacional. Peña reconoce en la intimidad el seniority de Pichetto, pero a diferencia del senador justicialista, considera que la realpolitik no es un concepto flexible per se. Y en este contexto, el jefe de Gabinete siempre recuerda que el candidato a Vice oficial fue indubitable para ejecutar las políticas ordenadas por Carlos Menen, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Con la designación de Alberto Fernández como candidato a presidente de Cristina Kirchner, Macri terminó de comprender que necesitaba "una sorpresa peronista" para balancear esa decisión sorpresiva de su adversaria política. Y no dudó en convocar a Pichetto, aunque ello complicará la lógica interna y el juego de roles que caracteriza a la intimidad de Olivos y la Casa Rosada. A Peña le hace mucho ruido ético las posiciones de Pichetto respecto a su defensa de los fueros parlamentarios, su mirada sobre la inmigración regional, su defensa legal del Memo con Irán y la apología sutil que ensaya del gobierno de Menem, que está condenado y no va preso por la defensa corporativa del candidato oficialista a vicepresidente. Pero al jefe de Gabinete este recorrido histórico de los múltiples Pichettos no le preocupa más que su posible papel político al momento de construir un eventual segundo mandato de Macri. Esta claro en Balcarce 50 que Peña aceptó a Pichetto por su capacidad de construir puentes con el justicialismo y ampliar la base institucional del gobierno de Juntos para el Cambio. Sin embargo, con esos dos objetivos políticos aún en estado gaseoso, Peña se inclina por establecer una coalición de cuatro socios-PRO, UCR, PJ y CC–, mientras que Pichetto apuntaría a la construcción de un panperonismo. El candidato a vice quiere influir en la Cancillería, crear un Ministerio de la Producción, nombrar altos funcionarios en Defensa e influir en la secretaría de Agroindustria. Un pliego de propuestas justicialistas, presentadas con esmero y diplomacia en todos los medios de comunicación. El dilema de Tucidides Macri escucha las reticencias políticas de Peña y posterga para adelante una solución a ese conflicto que lo sabe inevitable. Si logra la reelección, actuará como un Príncipe para resolver una encrucijada que se apoya en afectos personales y necesidades políticas. Y será en este momento que el presidente debería volver al Elogio de la Traición, el libro escrito por Denis Jeambar e Ives Roucaute, que describe ciertos mecanismos para gobernar en la post modernidad del Siglo XXI. Peña y Pichetto harán valer su protagonismo específico en la posible victoria. El jefe de Gabinete con su conocimiento de la sociedad moderna, y el senador de Río de Negro con su conocimiento de cada puntero en cada ciudad del país. Un dato clave a tener en cuenta: Peña siempre soslayó la política de la rosca perpetua, mientras que Pichetto es hábil practicante de un rito que se cultiva con esmero en el Partido Justicialista. Durante la campaña electoral, compitiendo contra un aparato político fogueado en mil batallas, Peña y Pichetto guardarán las formas y empujaran a la par. Y si el triunfo finalmente llega, Macri deberá laudar entre dos miradas distintas sobre el ejercicio del poder. Un vice electo no está a tiro de decreto, y Pichetto no es Carlos "Chacho" Alvarez, aunque se hayan criado entre los mismos libros, escuchando los mismos discursos y protagonizando los mismos hechos históricos. Macri y Peña lo conversarán a solas. Y luego decidirá Macri, como siempre hizo. Seguí leyendo: Larreta: "Nadie va a dejar de votar a Macri porque tenga un candidato a vice peronista"
La relación política entre Marcos Peña y Miguel Ángel Pichetto pondrá a prueba el liderazgo de Mauricio Macri
El jefe de Gabinete y el candidato oficial a la vicepresidencia tienen distintas miradas sobre los fueros parlamentarios, el gobierno de Carlos Menem y la firma del Memo con Irán que decidió Cristina Kirchner