En los sótanos de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) en Caracas, han estado y están detenidos los oficiales, considerados de mayor riesgo político y militar por el Gobierno de Nicolás Maduro, a excepto del General en Jefe (Ej) Raúl Isaías Baduel y el capitán (GNB) Juan Carlos Caguaripano. Infobae conversó con un oficial que permaneció en esas celdas hasta hace unos meses, cuando el Coronel Rafael Antonio Franco Quintero era el Director de Investigaciones de la DGCIM. Sólo estuvo 45 días en el año 2017, pero durante ese tiempo detenido, este alto oficial, que ascendió de primero hasta los más altos grados en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), vio y vivió hechos aterradores. Hemos resguardado su nombre para protegerlo a él y a su familia. "Los muchachos que conozco de la Marina y están allí presos son oficiales ejemplares, de primera, todos de la Infantería de Marina, de Operaciones Especiales", afirma. El costo para las familias es muy alto. "Solamente tres horas de visita a la semana en el DGIM. Para que tenga una idea, por ejemplo en la cárcel de Ramo Verde el régimen es abierto, tienen hasta cantina, cocinas, la visita se puede recibir en la propia celda, tienen televisores y creo que unos dos o tres días de visita desde la mañana hasta la tarde". -¿Cómo es en la Dgcim? -En la Dgcim se tortura incluso a las familias, porque tienen que recorrer largas distancias, pagar hoteles, transporte para tres horas de visitas que en oportunidades las cancelan sin previo aviso. Allí vi gente venir de Margarita con sus hijos pequeños, o de la región andina, personas muy humildes y no poder visitar a su familiar sin que se les haya avisado con tiempo. Es todo muy cruel, mucho más de lo que la propia imaginación puede recrear. -¿Usted estuvo en tiempos del Coronel Franco Quintero? -Si, ese Coronel, en mi opinión, es un psicópata. Nunca imaginé que una persona así pudiese, no solo ser parte de la FANB, sino considerarse humano. Su paso por la Dgcim fue terrible. -¿Por qué él en particular? -Porque él fue quien cambió toda la rutina y condiciones de encarcelamiento a condiciones infrahumanas. -Descríbame ese lugar, cuando estuvo ahí. -Las celdas son herméticas, las puertas son de lámina de hierro, no de barrotes. Con una ventana pequeña que también permanece cerrada 24 horas; el encierro es absoluto, no se puede ver hacia afuera de la celda. No tienen baño y las necesidades, salvo cuando se lo permiten, se hacen en bolsa plástica las sólidas y en potes de plástico las líquidas. Prohibió los libros, inclusive las biblias, prohibió suplementos alimenticios, nada que no fuese agua, quitó el teléfono del pasillo y creó la norma de los tres minutos una vez al día. -¿Recuerda algún caso cruel? -En una de las celdas habían cuatro jóvenes reos llaneros que tenían meses allí sin que sus familias supiesen si estaban vivos. Sus condiciones eran peores, ni siquiera se les permitía bañarse sino cada una o dos semanas, con la misma braga y ropa interior por no tener ningún familiar que se las llevase; usaban cuando se les permitía, la pasta y cepillos de dientes que les dábamos. Igual sucedía con el papel higiénico. No tenían ningún tipo de utensilio de higiene y su aspecto y conducta, dadas las severas condiciones, era como en las películas de guerra, que no levantan la cabeza y caminan arrastrando los pies; un grado de sumisión extremo provocado por este tipo de tortura blanca brutal, yo nunca había vivido o visto algo así. -Los familiares los describen como si estuvieran en campos de concentración. Eso mejoró un poquito cuando llegó el coronel Hannover Esteban Guerrero Mijares, pero parece que ahora es implacable. -Un sargento, cuando nos traía la comida, que era extremadamente reducida. Por ejemplo en la mañana una arepa pequeña y dos cucharadas de arvejas, a esos jóvenes llaneros, en vez de darles las cuatro, le daban dos. A diferencia de otras cárceles donde se permiten los alimentos, allí está prohibido. El confinamiento es absoluto, sin libros, sin teléfonos y lo único para ingerir que se puede recibir es agua. -Con la llegada del coronel Guerrero Mijares, les empezaron a permitir que los familiares les llevaran alimentos, lo cual hizo que recuperaran algo de peso, pero volvieron a impedirlo. ¿Será que les gusta aplicar la tortura? -No lo sé, pero le comento algo. Después que salí en libertad, a los 45 días gracias a Dios, el Ministro Padrino López me mandó a llamar a su despacho y personalmente me pidió disculpas y aceptó que yo tuviese diferencias de criterio de manera muy amable. Sin embargo, me preguntó si había visto su entrevista con José Vicente del domingo anterior, lo que significa que él creía que yo tenía TV en la cárcel. Lo que no sabía es que cuando me llamaron tenía tres días sin bañarme y en absoluto aislamiento, lo cual no pude decirle en esa reunión porque mi órgano de investigación designado era mi propio órgano de reclusión, es decir, mientras tuviese cautelares estaba en sus manos. -¿Cuando les permitían llamar, tenían privacidad? -No, que va. Hacíamos una fila para llamar por teléfono y eran solo tres minutos desde que comienzas a marcar, caiga o no caiga la llamada. Cuando hacíamos la fila, no podíamos hablar entre nosotros. En ese famoso pasillo hay una celda de castigo de un poco más de un metro cuadrado cubierta, piso y paredes, de colchoneta podrida, donde el reo solo puede sentarse en el piso. La hediondez es tan grande que cuando usted pasa frente a esa celda el mal olor llega a la parte exterior; allí colocaban a los castigados, en ocasiones hasta dos. La celda no posee iluminación, es oscura 24 horas al día, y normalmente los colocan con capucha y esposados con las manos atrás; comían del plato como perros. Algunos tenían la flexibilidad de pasar los brazos por debajo de las piernas hacia adelante y así podían burlar un poco esta barbarie. Yo, ante el temor de ser castigado, trataba de practicar en la celda el paso de los brazos hacia adelante y nunca lo logré. Rogaba a Dios no caer allí, moriría, creo que no lo resistiría, se lo confieso. -¿Qué pasa ahí en las noches? -A las nueve de la noche apagan las luces de manera centralizada y la oscuridad, por ser un sótano, es absoluta. Usted abre y cierra los ojos y no hay diferencia. Así había que cuadrar muy bien la posición de la bolsa para necesidades, el pote para orinar, el papel, agua para beber, etcétera, en posiciones aprendidas, porque la luz la volvían a colocar a la hora del desayuno. La cama era de concreto con una colchoneta encima. No hay sillas ni repisas ni nada adicional en la celda. Algunos compañeros, quienes de alguna manera tenían receta médica para ello, se mantenían allí a base de pastillas para dormir. Paradójicamente le puedo decir que le doy gracias a Dios por esa experiencia. -Usted es un alto oficial, que hizo carrera durante décadas en la institución armada. ¿Qué fue lo que más le impactó de lo que vio en la Dgcim? -Allí vi a jóvenes recién capturados de las protestas, normalmente los más importantes; los tenían semanas en el pasillo, manteniendo en su cabeza la capucha negra y esposados 24 horas al día, excepto para comer o higiene. Y le digo que sentía una gran admiración por esos jóvenes que no cedían a todo este cruel trato y presión. Por alguna extraña razón el Coronel (Franco Quintero) solo a mí me permitió a la mitad de mi estadía (tal vez una concesión ordenada por algún superior que me conocía) llevar tres libros y mi esposa me llevó mis libros preferidos: La Biblia, el Conde de Montecristo y Don Quijote. -¿Puede describirme el área? -El área es totalmente cerrada en el sótano con dos puertas para entrar al pasillo. Allí, un viejo aire acondicionado recoge el aire del baño y lo lleva a las celdas por ductos, en un eterno circuito cerrado sin tomas de aire del exterior. Puede imaginarse el efecto del aire viciado, combinado con los malos olores y tener que respirar así en una celda cerrada, incomunicado y sin poder hablar con nadie día a día. En algunas oportunidades nos daban permiso para salir al pasillo y podíamos hablar y de repente volvíamos a la condición anterior. Estaba previsto, una vez a la semana, subirnos media hora a tomar sol, lo cual durante mis 45 días sólo se hizo una vez. Las visitas son solo de dos personas que tienen que sentarse separadamente de las otras familias y no se puede hablar ni saludar entre familias. -¿Alguna razón para ello? -No la dicen. Al terminar la visita éramos desnudados uno a uno en el baño, teniendo que flexionar las piernas en posición de cuclillas para verificar que no tenemos algo en el ano. Faltando unos 15 días para mi libertad que sólo supe el día que salí cuando me mandaron a bañar, colocaron un teniente en mi celda y para que usted tenga una idea, en oportunidades yo lo tenía que tranquilizar y decirle que respirara poco a poco por el efecto del aire viciado. El aislamiento para ellos es una forma adicional de tortura. -¿Por qué? -Imagínese cómo será eso, que yo le decía a mi esposa que prefiero estar hacinado a sólo, porque es terrible ver cómo pasan los días y usted sólo puede pensar o rezar. -¿Cómo fue su detención? -Me detuvieron diciéndome en mi casa que era una entrevista. Y el trato no solo fue inhumano, sino que me metieron en una pequeña oficina de dos por dos con una silla rota, sin ventilación, cuatro lámparas potentes y pintada de marrón paredes y techo. Ya allí comienza la tortura. Allí pasé desde las cinco de la tarde hasta la una de la mañana, sin comer, sin tomar agua y sin explicaciones. A la una de la madrugada, cuando llegó la orden de aprehensión, me pasaron a la celda, por supuesto sin agua y sin haber comido. Y aún así, puedo confesar que me considero afortunado. -¿Afortundado? -Si. Allí tenía dos meses un General, un palo de hombre, solo por ser amigo del General Baduel y siendo 10 años mayor que yo, bajo y de contextura delgada, había rebajado 20 kilos y no se le permitía de manera humanitaria que su familia le llevase algún suplemento. Esas personas me dieron la fuerza para resistir y en la soledad de la celda, rezar. No me imagino a alguien que no crea en Dios, sobrevivir en un sitio así. Para que algunos compañeros se distrajeran les escribía en papel fragmentos de la Biblia de los que levantan la moral y se los pasaba, cuando podía, por debajo de la puerta. -Sé que no hay la mínima consideración para la atención médica. Quedó demostrado con el caso de Nelson Martínez, ministro y presidente de Pdvsa. -No se pueden tener pastillas ni medicina en la celda. Si le duele la cabeza o ante cualquier otro problema, solo tendrá la medicina si se lo permite el custodio de guardia y se toman de sus pertenencias que son guardadas en otro lugar. Al cerrar las celdas en la noche no entra nadie hasta el otro día, no hay manera de ser atendido en caso de cualquier emergencia, incendio u otra cosa. -¿Cómo eran los custodios? -La mayoría son formados en Cuba, de acuerdo a sus propios comentarios. Cuando abren la puerta para dar de comer, no la abren totalmente, sólo lo suficiente para pasarle el tuper de plástico con la comida, mientras un funcionario lo graba con una cámara como para dejar constancia que comió. Ahí se come con cubiertos plásticos que limpiamos con servilleta al terminar y los colocamos de nuevo en una bolsita con nuestro nombre. Cuando se les olvidaba los cubiertos, en vez de regresar los 20 metros donde se depositan, simplemente nos ponían a comer con las manos. Cuando cierran la puerta que posee dos grandes bisagras lo hacen con fuerza, yo no entendía por qué y después entendí que, hasta esa insignificancia, formaba parte de toda esta tortura blanca. -¿Usted lo sentía así? -Si, es brutal el efecto psicológico de ver cerrar de nuevo la puerta hasta la próxima comida, o hasta el día siguiente con un fuerte golpe. No saber si es de día o de noche, no saber qué hora es, ya que no permiten relojes; escuchar sólo el ruido del aire que a veces se apagaba y el sofocamiento aumentaba. No soy vengativo pero de verdad le digo que estas personas han hecho mucho mal.
Testimonio del horror: habla un torturado en una cárcel militar chavista
Infobae conversó con un oficial del ejército que estuvo preso 45 días en la Dirección General de Contrainteligencia Militar de Caracas