Ella quedó a un costado del camino. Postrada, en cumplimiento del deber. Todo fue muy rápido. Y ahora es demasiado lento. Fue un segundo. Y van 15 meses. No llegó ni a darse cuenta de lo que ocurría. Bajó del patrullero, miró hacia un lado y del otro le llegó el balazo que se metió en su cuerpo a través de su mandíbula para pausar su vida. El tiro le perforó la tráquea, le rozó dos vértebras, un pulmón y la médula y la derribó. Ella quedó inmóvil, boca abajo, tendida en el piso sin entender por qué. Casi igual que ahora. Antes de que el mundo se le detuviera, Alicia Arce era una mujer plena que vivía en Villa Elvira (La Plata) junto a sus padres. Tenía un hijo de 9 años y una vocación policial muy fuerte. En 2002 se anotó en la Escuela Juan Vucetich con la idea de convertirse en oficial de la Bonaerense, pero no pudo pasar todos los exámenes. Sin embargo, no dudó cuando le ofrecieron la chance de ser suboficial. Se recibió y al tiempo ya estaba trabajando en el Comando de Patrullas platense. A su papá, Justo Santa Cruz Arce (68), le daba miedo su profesión. Con timidez, y el respeto humilde que siempre tuvo hacia su hija, recién se lo planteó en 2015. Fue cuando estaba por jubilarse de su trabajo en el Astillero Río Santiago y le contó a Alicia que tenía la posibilidad de conseguirle un empleo más tranquilo allí, como guardia de seguridad. “Pero me dijo que no, que estaba bien, que le gustaba la calle, el comando... Ella no quiso y yo no le quise insistir”, le cuenta el hombre a Clarín, con la voz marcada. “Pero yo le tenía miedo a la calle, hay mucho malandraje, mucha droga”. Alicia Arce, mujer policía baleada en La Plata en 2017 Alicia era subteniente y había construido toda su vida, incluso sus amistades más cercanas, alrededor de eso. A las 8.40 de la mañana del 4 de junio de 2017 iba como acompañante en un móvil del Comando de Patrullas de La Plata manejado por su colega Gustavo Federizzi cuando por radio les avisaron de un robo. El alerta había llegado segundos antes al 911, a partir de que el cliente de una empresa de seguridad privada había apretado el botón de uno de esos pulsadores de pánico. Subteniente Alicia Arce Era domingo y llovía fuerte. El robo era en una casa del barrio La Loma, en calle 23 entre 35 y 36. Maximiliano Gago, yerno de los dueños, había salido a la calle a buscar la carne que había comprado para festejar allí su cumpleaños 34, que era ese mismo día. Estaba en la puerta cuando se le aparecieron dos motochorros en una Honda Titan 150 y le frenaron adelante. Se bajaron, lo amenazaron con armas y lo obligaron a que los dejara entrar. El asalto fue creciendo, de episodio cotidiano a preludio de tragedia. Adentro de la casa estaban los suegros de Maximiliano -jubilados- y su mujer. Uno de ellos llegó a apretar el pulsador de pánico antes de que los ladrones empezaran a sacarles todo: celulares, billeteras y plata. Un vecino, que los había visto entrar, también avisó al 911. Alicia y su compañero reaccionaron tan rápido ante el alerta que llegaron a la casa cuando los asaltantes todavía estaban adentro. Pero, claro, no sabían bien qué ocurría. Bajaron del móvil, con las sirenas aullando, y se encontraron de frente con un ladrón que salía corriendo del lugar. Era Andrés Omar Centurelli, un joven de 19 años que había sido padre hacía unas semanas. Soltero, platense, decía ser albañil pero sus pasos anteriores lo desmentían: había participado en un raid de motochorros en Los Hornos ocho días antes, el 26 de mayo. Alicia llegó a tenerlo cara a cara y se le fue encima para detenerlo. No alcanzó a ver que había un segundo asaltante, que salió de la casa un instante más tarde y quedó dominando la escena, a sus espaldas. Ese ladrón era Pablo José Riquelme. Tenía 32 años y era el padrastro del primer asaltante. Habían salido a robar en familia, casi como un ritual de reencuentro: once días antes, el 23 de mayo, a él le habían dado la “libertad asistida” del penal de Olmos, tras seis años preso en una causa por intento de homicidio. Quizá por eso tuvo el impulso de tirar para asegurar la fuga de su cómplice. Hizo un primer disparo, certero, que le dio a Alicia en el costado izquierdo de la cara, se le metió en el cuerpo y la dejó sin aire, ya que en el camino le provocó un neumotórax. Con su compañera derribada, el oficial Federizzi se tuvo que guarecer rápido para que los siguientes balazos no le acertaran. Su resistencia a tiros bastó para que un segundo patrullero tuviera tiempo de llegar como apoyo y cercara a Riquelme para que no escapara. Su hijastro Centurelli sí lo lograría, pero caería preso doce días más tarde. Todo en ellos era ilegal. Desde el arma que portaban hasta la moto: la noche anterior al tiroteo, cerca de las 21.15, se la habían robado a mano armada a su dueño en calle 515 y 158. Más y más policías fueron llegando al lugar, sólo para sumarse a la conmoción. El fiscal de turno, Marcelo Romero, se les sumó. “Todos los policías estaban en shock, llorando. Tuve que pedirle al jefe departamental que me enviara al lugar otra dotación porque sus compañeros estaban paralizados de dolor”, le cuenta hoy a Clarín. “Era todo muy triste”. El lugar donde balearon a Alicia Una ambulancia se llevó a Alicia al Hospital Italiano, donde estaría 40 días. De allí la trasladaron a una clínica de Ituzaingó y después a otra de Villa Crespo, en Capital. Estuvo un tiempo en la clínica CIAREC, de Villa Urquiza y ahora está en el IMAR, el Instituto Médico Argentino de Rehabilitación, en La Plata. Porque, a 15 meses de aquel día trágico, Alicia sigue internada. Alicia Arce, policía baleada en junio de 2017 en La Plata “Está cuadripléjica”, le cuenta Justo a Clarín. “Hay que esperar y no sé si tendrá recuperación, Dios dirá. . . ”, agrega. “Me habían dicho que era imposible, porque la bala le tocó la médula, pero tenemos esperanzas. Puede hablar y conoce a las personas. Se acuerda algo...”. Alicia nunca pudo declarar en la causa judicial contra los dos asaltantes. “Se acuerda muy poco. Se acuerda de que bajó del patrullero, el 4 de junio de 2017. Y después no se acuerda de más nada. Cuando salió el que estaba robando y le pegó el tiro en la cara, ella cayó y no se acuerda más”, explica el papá. Tiene sus días buenos y sus días peores. “Está en una cama, con respirador artificial. Anoche durmió sin respirador, por ejemplo”, cuenta Justo. “Esto le afectó los pulmones, le cuesta respirar. Hay días que está todo el día sin respirador y a la noche se lo ponen. Estamos esperando a ver si evoluciona más. Quizá más adelante, cuando le saquen la traqueotomía la llevan a una habitación común. Mientras, está en terapia”. Allí le festejaron el cumpleaños número 38, el 17 de noviembre pasado, unas enfermeras y sus amigas policías más cercanas. También estuvo su hijo, que ya tiene 10 años y sigue viviendo con los abuelos. “Él comprende, está acostumbrado, va al colegio, juega al fútbol y pasa la vida así”, señala el abuelo. “Lo llevo una o dos veces por semana a verla. Me pregunta si se recuperará la mamá...”. Un remís de los servicios sociales de la Policía lo lleva a Justo lunes, miércoles y viernes desde su casa hasta la clínica para que visite a Alicia. También reciben una ayuda mensual para los gastos escolares del nene. Pero, claro, ella falta en casa. La causa judicial contra los asaltantes Riquelme y Centurelli es por tentativa de homicidio criminis causa (cometido para tapar otro delito, el asalto), robo y encubrimiento, por lo que podrían darles unos 15 años de cárcel. Está lista para ser elevada a juicio, a la espera de que se incorpore el resultado de una pericia balística. La familia de Alicia no sigue el expediente. Lo único que pide es que no la olviden.
La mujer policía que lleva 15 meses internada en terapia intensiva
Ella quedó a un costado del camino. Postrada, en cumplimiento del deber. Todo fue muy rápido. Y ahor…