Cultura

Los deseos imaginarios del peronismo

Los deseos imaginarios del peronismo, así se llamó el extraordinario libro que mi maestro y amigo Jua

Los deseos imaginarios del peronismo, así se llamó el extraordinario libro que mi maestro y amigo Juan José Sebreli publicó en 1983, en los albores del actual período democrático. Pasaron 35 años desde entonces, el peronismo gobernó casi todo el tiempo desde entonces con consecuencias que no hace falta mencionar, terminamos llamando "relato" a la divergencia entre los hechos y los mitos y deseos imaginarios peronistas, y un día de 2015, por tercera vez desde la publicación de aquel libro luminoso, la Argentina intentó salir del duopolio político que el Partido Militar y el Partido Populista habían instalado mediante los golpes de 1930 y 1943, respectivamente. Y aquí estamos. Consternados. Furiosos. Golpeados por un ajuste económico que el Gobierno se empeñó en evitar pero que el mercado finalmente impuso, tratando de hacer control de daños y mantener el rumbo, conscientes de postergar muchas promesas pero, al mismo tiempo, decididos a no apelar al remedio anticrisis usado históricamente por el peronismo: violar contratos. Proclamar defaults cantando el Himno Nacional, como con Rodríguez Saá. Confiscar depósitos con el corralón, pesificar asimétricamente y devolverle pesos al que había puesto dólares, como con Duhalde. Sancionar el pagadiós más grande de la Historia de la humanidad, como con Kirchner y Lavagna. Apropiarse de 14 años de ahorro de los jubilados privados y, a pesar de eso, terminar cayendo en el default y el cepo cambiario, como con Cristina. Pero, ¿con qué suena el peronismo hoy? ¿Cuáles son sus deseos imaginarios actuales? ¿Cómo intenta alcanzarlos en este invierno seco y destemplado, marcado por un escenario que requiere, como nunca, de su colaboración parlamentaria para superarlo? Y bien, con contadas excepciones, los deseos imaginarios de los muchachos peronistas parecen consistir en una repetición del 2001 que les habilite una nueva década sakeada. Para eso, para apurar la salida del Gobierno y poder volver a decir que solo ellos pueden gobernar la Argentina, nada mejor que transformar la corrida cambiaria en bancaria. Y allí fueron los inefables Luisito Delira y Diego Broncatelli, haciendo copy and paste del mismo mensaje difundido desde la comandancia, sembrando rumores de que no había dólares en los bancos sin detenerse a cambiar una sola coma del tuit creado por los bots kirchneristas. Sin embargo, las semejanzas entre la situación económica actual y la de 2001 son nulas. En primer lugar, los depósitos en dólares han crecido en pleno ascenso del dólar, reflejando la confianza general en la solidez del sistema. Además, el stock total de LEBACs ha bajado de us$60 mil millones a us$20 mil millones y las reservas del Banco Central son de us$53 mil millones, esto es, tres veces superiores a las de 2001. Lo sucedido en estos meses es, además, el reverso exacto de lo acontecido en 2001, cuando un tipo de cambio fijo y alto sostenido artificialmente durante diez años terminó rompiendo el dique de la convertibilidad y llevándose puesto todo. Ahora, por el contrario, el tipo de cambio flotante presenta otras dificultades pero tiene la ventaja de dejar fluir el agua, mejorando gradualmente la competitividad y evitando estallidos. En muchos aspectos, a pesar de sus secuelas negativas en términos de inflación, la devaluación y las medidas tomadas para contenerla dejarán un escenario macro más consistente que el anterior, bajando drásticamente el déficit fiscal y el de cuenta corriente; dos plagas que la Argentina arrastra desde hace setenta años. Nada en la situación económico-social actual hace recordar al 2001. La economía caerá en los próximos dos trimestres pero viene de siete trimestres de crecimiento, mientras que en 2001 arrastraba tres años de recesión, con una caída acumulada del 14% del PBI. Aún más, la caída de alrededor de dos puntos del PBI de 2018 será mucho menor, por ejemplo, que los diez puntos que perdimos en 2002 con Duhalde o los seis que se evaporaron en 2009 con Boudou sin que las pantallas de los medios se llenaran de acusaciones de incapacidad y pedidos de renuncia. Los bancos son hoy sólidos (no hay descalce entre activos y pasivos, mientras que en 2001 estaban al borde del precipicio) y 20 de 24 provincias están hoy en superávit (mientras que en 2001 iniciaron el incendio con los lecops y los patacones que imprimieron para poder pagar los sueldos). Tampoco la situación social es la de entonces. La pobreza es preocupante pero alrededor de diez puntos menor, y la desocupación es de aproximadamente la mitad. Finalmente, la caída de la Alianza se precipitó cuando el FMI se negó a transferir us$1260 millones de un crédito acordado por orden de George W. Bush; una circunstancia impensable hoy, cuando los principales países del FMI no dejan de enviar señales de apoyo al Gobierno de Cambiemos. Salir del populismo nunca ha sido fácil, por otra parte. No hace falta mirar a la pobre Venezuela sino al hasta ayer todopoderoso Brasil, cuya economía cayó más del 8% en solo dos años. Tampoco hace falta salir del país. Para comprender las dificultades de dejar atrás largos ciclos populistas de gasto sin inversión y de consumo sin producción, basta recordar las salidas del populismo de la propia Argentina, plagadas de colapsos económicos y de violencia política. Así sucedió después de todos y cada uno de los ciclos peronistas desde el del primer Perón, terminado en el golpe de 1955; después del segundo ciclo de Perón, acabado trágicamente en el Rodrigazo y el golpe de 1976; y después del menemismo, que logró pasarle la papa caliente de la convertibilidad a la Alianza para que todo estallara en la crisis de 2001-2002. La oportunidad abierta por Cambiemos en 2015 es la primera experiencia de salida de un ciclo peronista —de 12 años, el más largo de la Historia— sin estallido económico ni violencia política. Y es también, acaso, la última oportunidad que tiene la Argentina de alcanzar el modesto objetivo de ser un país normal; un país donde los partidos que ganan las elecciones concluyen sus mandatos y las crisis económicas no se transforman en colapsos. Los deseos imaginarios del peronismo de lograr un nuevo 2001 económico que lo impida son solo eso, deseos. Y sin embargo, la verdadera apuesta peronista es la de crear las condiciones para un 2001 político a través de las operaciones que hemos podido observar durante estas semanas. Hablo del presidente del Partido Justicialista, diputado Gioja, quien declaró que el Gobierno estaba haciendo todo para "irse antes". Del padrecito sagrado de la Patria Sindical, Hugo Moyano, anunciando: "Macri se quiere ir". De Albertito Fernández y Víctor Hugo Morales fogoneando corridas. Del resucitado Sergio Massa sponsoreando nuevas ligas de gobernadores. De los propios gobernadores peronistas, que viven en superávit sin tener que venir a arrastrarse a la Capital Federal y obtuvieron más reuniones y fotos con Macri en tres años que en los 12 de Néstor y Cristina, y a pesar de todo andan escondiéndole el trasero a la jeringa. Y hablo también del perionismo, que el fin de semana pasado se transformó en cadena nacional de repetición de las operaciones de quienes querían imponerle un gabinete al Presidente y que sigue midiéndolo todo con dos varas: la de Suiza, para Cambiemos, y la de Uganda, para el peronismo. Tengan un poco de dignidad, no insistan. La gente les sacó la ficha. En especial, al gran bombero incendiario de 2001; el que volteó a De la Rúa para aplicar el ajuste económico-social más salvaje de nuestra Historia y regalarle el país a una inocente parejita de abogados santacruceños. El mismo que hoy propone gabinetes de coalición y a Lavagna como capitán de tormenta. Es otra vez la Historia obedeciendo a la frase de Marx y presentándose primero como drama y, ahora, como farsa. Son los protagonistas de antaño repitiendo sin éxito los antiguos trucos bajo la mirada escéptica de la gente. Declaraciones golpistas. Pedidos de renuncia. Planes de lucha de la CGT. Operaciones de desestabilización de la economía. Armado de saqueos y piquetes. Duhalde. Pignanelli. Caamaño. Barrionuevo. Solá. De Mendiguren. Moyano. Grandes valores del ayer, serán los jóvenes de siempre, los eternos. Los que salen por TV.

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