Emanuel David Ginóbili fue ese que nadie vio venir, pero que todos vieron irse. El primero que lo vio como un ex jugador fue Gregg Popovich. En la reunión que mantuvieron a solas en el Spurs Facility, el centro de entrenamientos que la franquicia tiene 20 minutos al noroeste del centro de San Antonio, el entrenador se enteró de boca del propio Manu que no contaría con él para la próxima temporada. Enseguida se enteró el mundo por sus redes sociales: "Con una gran mezcla de emociones, les cuento que decidí retirarme del básquet. ENORME GRATITUD para mi familia, amigos, compañeros, DTs, staff, aficionados y todos los que fueron parte de mi vida en estos 23 años. Fue un viaje fabuloso que superó cualquier tipo de sueño. GRACIAS!", escribió el argentino, que dejará la franquicia pese a que lo unía un año más de contrato. La decisión era suya y el viejo Pop, si bien quería contar con él para seguir apuntalando a los jóvenes -más aún tras la salida del penúltimo símbolo, Tony Parker-, lo aceptó. Faltaba esa formalidad con el coach que fue como un padre para Ginóbili y que merecía ser el primero en enterarse al margen de la familia. Cuando la puerta de la oficina se abrió, salió un ex jugador. Y, a menos que se produzca una inesperada firma, también cruzó el umbral la certeza de que no habrá un argentino en la NBA por primera vez en 16 años. En el mundo del básquetbol argentino, que más que mundo es en realidad un pueblo chico en el que casi todos se conocen, no estaba llamado a ser una estrella. Nadie fue a buscar a Yuyo, su papá, para llevárselo a algún club luego de sentenciar algo como: "Acabo de ver al que va a ser el mejor escolta de la historia". Eso le había pasado a Mario Scola luego de que León Najnudel viera jugar a su hijo y le hiciera ese comentario (hablando de un ala pivot, claro) a Julio Lamas. Tampoco viajó, el ideólogo de la Liga Nacional, para verlo en Bahía Blanca e irse a los cinco minutos, sin necesitar más, completamente convencido de que tenía que sumarlo a sus filas. Eso le pasó a Pilo Nocioni, el papá del Chapu, que en ese brevísimo lapso de tiempo en un partido en el club Unión de Santo Tomé le demostró a León de qué madera estaba hecho. Pero a él no. Nada de eso le pasó a Manu. De hecho, alguna vez Ginóbili creyó que era un perdedor. Mientras casi todos sus compañeros en Bahiense del Norte habían festejado algún logro en alguna categoría, él no sólo nunca había salido campeón, sino que encima, en su primera definición importante, se iba al descenso. Le pasó con la camiseta de su club de toda la vida, cuando todavía jugaba en la Primera División de su ciudad. "Para mí fue una vergüenza, quedé devastado", recordó alguna vez Manu. Para colmo, tanto Leandro como Sebastián, sus hermanos, ya jugaban en la Liga Nacional cuando él todavía pateaba los parquets de Bahía Blanca. Y Emanuel, que siempre se comparaba con ellos, no lo toleraba. No por sus dos familiares, claro, sino por él mismo. Él tenía que llegar a ser alguien. Todas esas situaciones, al cabo, le sirvieron para ir moldeando ese temple de acero, para grabar a fuego esa competitividad que alguna vez un comentarista estadounidense puso sólo a la par de la de Michael Jordan. Y allí donde fue, Ginóbili se supo ganar el respeto, dentro y fuera de la cancha. Por categoría y por humildad. Lo cortés nunca le quitó lo valiente y ese deseo irrevocable por ganar cuanta competencia tuviera enfrente, sumado al trabajo incansable y a un talento que, aunque algo más tarde que el de sus compañeros en Argentina, finalmente explotó, lo ayudó a ir escalando. Primero en la Liga, luego en Italia, más tarde en la NBA. Y siempre con la Selección. O casi siempre. Porque alguna vez hubo algún capítulo de desamor entre Ginóbili y el público argentino. Sus ausencias en torneos con la Selección más de una vez lo pusieron en la mira. No debería sorprender. A Juan Martín Del Potro, su compatriota contemporáneo más destacado en el tenis, no se lo dejó de castigar por sus faltazos a la Copa Davis ni siquiera después de ganarla. ¿Por qué no iban a cuestionar a Ginóbili, pese a que ya había sido campeón olímpico y subcampeón mundial? Se lo hizo en 2010, cuando decidió dedicarse al embarazo de Many, su mujer (que esperaba a los mellizos Dante y Nicola) y faltar al Mundial de Turquía. También en 2014, cuando intentó por todos los medios llegar al de España pese a una fractura por estrés en el pie derecho y los Spurs igualmente le negaron la participación. Al margen de aquellas críticas, potestad más del dolor momentáneo y de de aquellos que no saben valorar lo brindado y -sobre todo- respetar las decisiones de vida de un deportista, luego fue todo reconocimiento. Porque Ginóbili permitió que el básquetbol llegara a hogares en los que ni siquiera se sabía el color de la pelota. Incluso trascendió a la Generación Dorada. La NBA -como competición, pero también como espectáculo- es para no pocos todo lo que vale en el mundo de este deporte. Entonces, hasta los que pasaron de largo ante la mejor camada de la historia argentina saben al menos que él fue cuatro veces campeón en el país dueño de todo esto. Con razón, alguna vez Scola se quejó porque parecía que sólo importaba el torneo estadounidense cuando había varios argentinos destacándose en Europa. Y esa distancia la marcó precisamente Ginóbili. Naturalizó las hazañas. Convirtió la imagen de una bandera celeste y blanca junto al trofeo Larry O'Brien, ese que sólo pueden tocar los campeones de la NBA o los jefes de Estado, en algo normal. También fue el faro de los latinos. En San Antonio, una ciudad con marcada presencia de esa comunidad, lo adoptaron como propio y ese afecto, desde lo más austral de Sudamérica al suroeste de los Estados Unidos, produjo un efecto envolvente que lo hizo enamorar a toda la patria grande. Las muestras de afecto tras su retiro a los 41 años, después de 23 de carrera, fueron abrumadoras, una bola de nieve que en minutos se convirtió en un alud. En ese marco, no pocos recordaron y compartieron en las redes sociales el relato de un periodista que, en los primeros pasos de Manu en la máxima categoría argentina, dudaba de sus condiciones para brillar. Pecaron de injustos: a Ginóbili no lo vio ni León. A Ginóbili, en realidad, no lo vio venir prácticamente nadie, pero lo vieron irse todos. Y he ahí la mayor de sus conquistas.
Nadie vio venir a Manu Ginóbili, pero todos lo vieron irse por la puerta grande
No estaba llamado a ser una estrella, pero luchó por hacerse un lugar y brilló donde se lo propuso. Se despide a los 41 años, luego de 23 de una carrera excepcional. Emanuel David Ginóbili fue ese que nadie vio venir, pero que todos vieron irse. El primero que lo vio como un ex jugador fue Gregg Popovich. En la reuni