En los primeros cuatro meses del año, la formación de activos externos neta (compraventa de billetes y transferencias de divisas) fue de 7392 millones de dólares. Esos verdes fueron para atesorar o fugar al exterior. Por viajes, pasajes y otros pagos con tarjeta en el exterior, el saldo neto fue una salida de 4094 millones de dólares. O sea, por apenas dos vías, la del ahorro y la de gastos por turismo fuera del país, la sangría sumó 11.486 millones de dólares en el primer tercio del año. Proyectar en términos anuales esa cifra, que surge del anexo estadístico del informe del balance cambiario del Banco Central, muestra un monto superior al auxilio financiero mínimo suplicado por el presidente Mauricio Macri al FMI. Otro número del sector externo difundido por el Indec en estos días agrega más tensión en la economía: el déficit comercial, la diferencia entre exportaciones e importaciones, fue de 938 millones de dólares en abril, acumulando 3420 millones en el cuatrimestre, 165 por ciento más que en igual período del año pasado. Cifra que también proyectada para el año ofrece un panorama inquietante. Sumar ambos números anualizados es tarea para el lector, resultado que le facilitará la interpretación del actual estado de situación. Si llega a la conclusión de que es una trayectoria insustentable, más se preocupará cuando identifique que el Gobierno no ve como crucial ese frente, para aliviarlo con una serie de medidas, sino que sus cañones apuntan al de las cuentas fiscales. Mientras, las reservas siguen descendiendo y el dólar en las casas de cambio terminó la semana arriba de 25 pesos. La política económica de emergencia del gobierno de Macri no sólo no se ocupa de lo importante (el déficit externo), sino que lo que promueve es un ajuste de las cuentas públicas que profundizará la crisis. Sin financiamiento del mercado internacional, excepto la promesa de un inmediato desembolso parcial de la asistencia que se pacte con el Fondo, y con el encarecimiento de la deuda en dólares emitida en la plaza local, el profundo desequilibrio del sector externo, con su manifestación en la inestabilidad del mercado cambiario, arrojó la economía a una fragilidad alarmante. El gobierno de Macri, atrapado por conocidas limitaciones ideológicas, de diagnóstico y de gestión, propone abordarla con un plan de reducción del déficit fiscal. Esta es una estrategia que en experiencias pasadas se demostró totalmente ineficaz para atender la debilidad de las cuentas externas y la dolarización del ahorro. Como se señaló aquí en columnas anteriores, el nivel de dolarización en el ciclo político macrista se ubica en magnitudes similares a los momentos de las corridas más intensas del período kirchnerista (2007/2008 y 2011). Este año apunta a superar esos máximos pese a la devaluación, disminución del excedente disponible de la población y de las altísimas tasas de interés en pesos. La persistente inestabilidad cambiaria orienta a que casi un millón de personas (físicas y jurídicas) que participan cada mes en el mercado haya evaluado que el actual precio del dólar no sea un techo. El eufemismo “turbulencia” para referirse a una corrida cambiaria por parte del titular del Banco Central, Federico Sturzenegger, queda desdibujado cuando se conocen datos oficiales del mercado del mes pasado. El volumen operado totalizó 49.683 millones de dólares –unos 2600 millones en promedio diario–, un incremento de 47 por ciento en términos interanuales. Sólo en abril, cuando se precipitó la corrida, la formación neta de activos externos del sector privado no financiero sumó 2055 millones de dólares, casi el doble del registro del mismo mes del año anterior. En este mes se han intensificado las compras de billetes verdes. El informe mensual del balance cambiario del Banco Central precisa que los principales compradores en términos netos en abril fueron personas físicas y no residentes. La fuga de fondos de inversión extranjeros sumó 1345 millones, tendencia que continuó en las primeras dos semanas de este mes. El endurecimiento de las condiciones para el acceso al financiamiento no se produjo sólo por el cierre del grifo de los dólares de Wall Street, sino también por el encarecimiento de la deuda emitida en el mercado local. En la primera licitación después de la corrida, el ministro de la Deuda, Luis Caputo, pagó tasas de hasta 4, 3 por ciento anual en dólares para recaudar 200 millones con Letras del Tesoro a un año. La tasa fue de 0, 6 punto porcentual más elevada que la pactada un mes antes. El aumento de las tasas que debe reconocer el país para mantener el flujo de divisas necesario para cubrir el agujero de las cuentas agrega más presión sobre el sector externo, al incrementar la carga de intereses a pagar en dólares. Sin atender el frente externo, sólo ocupándose de satisfacer la demanda de dolarización pidiendo ahora billetes verdes al FMI, Macri y la ortodoxia vuelven a tropezar con la misma piedra de experiencias pasadas con desenlaces conocidos. La reducción del gasto público con el freno a la obra pública, el despido de personal y la licuación del salario del empleado estatal (paritaria del 12 por ciento) sólo pavimenta el camino que conduce directamente a una recesión. El actual cuadro fiscal será aún peor porque la recesión provocada afectará la recaudación de impuestos. El ajuste podría alcanzar la meta fiscal en algún momento puntual, pero no sería sostenible porque la economía habría sido lanzada a un círculo vicioso de deterioro de los ingresos tributarios. La fuerte recesión provocada por el torniquete al gasto público, con aumento del desempleo y caída de los ingresos reales de los trabajadores por el shock inflacionario, es lo que permitiría reducir un poco la brecha externa y no el ajuste fiscal como mecanismo virtuoso de la búsqueda del equilibrio. La causalidad pone así en aprietos a la ortodoxia, que insiste, en forma equivocada, con que el ajuste fiscal sería el principal sendero para equilibrar las cuentas externas. La caída de la actividad también podría disminuir transitoriamente la velocidad de los aumentos de precios y el ritmo de las importaciones, pero de ese modo no atenderá la debilidad estructural de la economía, que no es otra que la escasez relativa de divisas, restricción externa que a golpes de mercado empezó a despabilar a algunos analistas conservadores. Que el problema principal sea que no haya dólares suficientes es una evidencia más potente que la obsesión fiscalista a la que se ha abrazado el Gobierno alentado por economistas del establishment, legión que acumula tantas convocatorias para conocer qué opinan como fallidos en sus pronósticos y en la gestión del área económica cuando tuvieron la oportunidad. El secretario de Hacienda con cargo de ministro, a quien lo han publicitado, sin nombramiento oficial y sin poder real, como coordinador del área económica, sólo es el delegado para cerrar el stand-by con el FMI. Nicolás Dujovne actuó de mensajero de la sugerencia del Fondo de subir retenciones al trigo y maíz y frenar la rebaja a la de la soja. El ministro de la Sociedad Rural a cargo de Agroindustria, Luis Miguel Etchevehere, a quién teóricamente Dujovne coordina, le salió inmediatamente al cruce. No fue un comienzo alentador en la nueva tarea de Dujovne. El jefe de Gabinete, Marcos Peña, aseguró que no habrá modificaciones en las retenciones, aunque habrá que esperar el acuerdo con el FMI, que pasó a tener la última palabra. La otra movida de Dujovne fue la de recibir a un quinteto de economistas del establishment (Kiguel, Bein, Broda, Guidotti y Arriazu) para contrarrestar el encuentro de Federico Sturzenegger con economistas jóvenes de la city que repiten los mismos vicios que los mayores. Uno y otro funcionario, además de exhibir casi nula apertura para escuchar otra canción que no sea la melodía de la ortodoxia, dejan al descubierto que el manejo de esta crisis le está quedando grande. Conociendo el funcionamiento y los planes que repite en los países que solicitan su asistencia, no es un misterio lo que exige el FMI para entregar dólares en cuotas: reducción más acelerada del déficit fiscal, mayor apertura comercial, avances en la flexibilización laboral y en la disminución de los costos laborales, restricción monetaria con un objetivo de mínima de stock de reservas, flotación cambiaria y el envío al archivo de las metas de inflación para exigir más límites en la emisión de dinero. Este paquete implicaría hoy subir el tipo de cambio algunos escalones del precio de 25 pesos que el Banco Central está defendiendo con una oferta diaria de 5000 millones de dólares. El costo político de correr desesperado a abrazarse al FMI viene acompañado también con generación de tensiones en la alianza económica que sustenta al Gobierno. El miniconflicto abierto por las retenciones con el campo y su complejo agroexportador fue la primera expresión. Un acuerdo con el Fondo no sólo significa enfrentar un inmenso costo social por la resistencia de los ajustados, sino también genera malestar al interior del bloque de poder. El macrismo, desde la gestión en la Ciudad y en la primera mitad del mandato presidencial, no estuvo acostumbrado a gobernar en la escasez ni con conflictos entre fracciones del bloque de poder económico. Ahora se enfrenta a una situación desconocida. La improvisación, nerviosismo y descoordinación en el manejo de esta crisis lo están dejando al desnudo. El Gobierno festeja que frenó la escalada del dólar, que superó el test del megavencimiento de Lebac y que abrió las puertas del financiamiento del FMI para tranquilizar a los grandes fondos de inversión del exterior. Contener la corrida cambiaria a un costo inmenso en pérdida de reservas del Banco Central (más de 10 mil millones de dólares) y disparando la tasa de interés al 40 por ciento constituye la primera etapa de una crisis. La siguiente es la que involucra al sector productivo, con caída de la actividad que hace crujir la cadena de pagos. Esta fase se está desarrollando ahora con achicamiento o cierres de empresas, reducción o suspensión de la plantilla de trabajadores y liquidación de stocks. El deterioro acelerado de la economía real, sacrificio que el Gobierno reclama a comerciantes e industriales en pos de obtener la gracia del mundo de las finanzas, derivará en la tercera etapa, que se expresa en una crisis sociolaboral por el retroceso de las mínimas condiciones de calidad de vida de las personas. Las tres instancias de la crisis transitan al mismo tiempo, con picos máximos que se van sucediendo. El financiero ya tuvo su momento crítico, aunque puede haber otro sin previo aviso, como acostumbran sorprender las corridas. La crisis en el área productiva se está desplegando con cada vez mayor presión en el frente sociolaboral, que no sólo tiene la manifestación más dramática en miles de despidos, sino también en la pérdida acelerada del poder adquisitivo de trabajadores y jubilados. No estar atentos a la dinámica que tienen las crisis ni estar convencido de la necesidad de disponer de mecanismos amortiguadores de los ya costos ineludibles del cambio de clima financiero local e internacional, teniendo en cuenta las varias debacles que se acumulan en la historia argentina reciente, es ignorar que cuando confluyen las tres etapas de la crisis en su pico máximo no existe cobertura mediática ni salvataje del FMI que alcance. (email protected)
Lo peor no pasó
La crisis tuvo un pico máximo en el frente financiero. Ahora comenzó la faceta productiva con cierres y despidos y se está incubando la crisis sociolaboral. El acuerdo con el FMI lanza la economía a un ajuste recesivo sin atender la fragilidad de las cuentas externas.