Cultura

Abraham Lincoln, el granjero que llegó a presidente, ganó la guerra civil, unió a su país y liberó a los esclavos

A 153 años de su muerte, su figura no deja de agigantarse…, no sólo en su inmenso memorial de mármol

"Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son" (Abraham Lincoln, 1808–1865) ………………………………………… Escribió Walt Whitman: "El 14 de abril de 1865 parece un día agradable en todo el territorio (…) La larga tormenta, tan oscura, tan fratricida, tan llena de sangre (…) había terminado al fin con el amanecer de una victoria absolutamente nacional, y la caída total del secesionismo (…) El general Lee había capitulado bajo el manzano de Appomattox (…) los primeros pastos, las primeras flores, habían nacido (…) El popular diario de Washington, el pequeño Evening Star, había esparcido en cien lugares de toda su tercera página, "El Presidente y su esposa asistirán al Teatro esta noche" (…) Llegaron en buena hora, y presenciaron la obra desde los grandes palcos del segundo piso, engalanados con la bandera nacional (…) La pieza se llama Nuestro primo americano (…) En el intervalo sobrevino el asesinato de Abraham Lincoln, con la discreción y simpleza de cualquier ocurrencia ordinaria (la apertura de un capullo o una vaina en medio de la vegetación, por ejemplo). Llegó el sonido de un disparo que no escuchó ni una centésima parte del público (…) Una figura súbita, un hombre, se yergue con manos y pies, se detiene un momento en la barandilla, salta hacia abajo al escenario, cae descompuesto pues el tacón de su bota se ha atorado en el espeso cortinaje (la bandera americana), se desploma sobre una rodilla, se recupera prestamente, se levanta como si nada hubiera pasado (…) y así la figura, Booth, el asesino, vestido con paño liso y negro, descubierta la cabeza, la cabellera espesa, brillante, azabache, y sus ojos como los de un animal desquiciado, centelleantes de luz y osadía (…) sostiene elevado en una mano un gran cuchillo, se da vuelta hacia el público, y lanza las palabras Sic Semper tyrannis, y desaparece" Un actor mediocre, John Wilkes Booth, en esa noche de viernes del 14 de abril, hace exactos 153 años, acabó no sólo con el decimosexto presidente de los Estados Unidos: también con el hombre que terminó con la Guerra de Secesión (Norte contra Sur, 1861 a 1865, más de un millón de muertos), y que abolió la esclavitud: la más negra bandera del país que el pensador, político e historiador francés Alexis de Tocqueville (1861–1865) juzgó como el mayor modelo de democracia y la futura mayor potencia de la Tierra. Rendido el general Robert Lee ante su par Ulysses Grant… ¡tres millones de esclavos fueron inmediatamente emancipados! Crujió la economía del Sur, dependiente de los espinosos algodonales –copos con espinas, manos sangrantes de los negros–, fracasó la Confederación (ruptura del país), y triunfó la Unión. Pero, ¿quién fue Abraham Lincoln? En principio, un campesino. Nació (12 de febrero de 1809) en una cabaña de troncos cerca de Hodgenville, Kentucky, hijo de colonos, en tiempos del salvaje oeste inmortalizado por el cine. Sus 22 años lo encuentran nómade y buscando su destino en Luisiana, Illinois, Nueva Salem. Trabajo duro: tendiendo rieles de trenes, hachando troncos, batiéndose contra los indios. Depués, jefe de correos y otros mesteres menos agobiantes y peligrosos, estudiante de Derecho, abogado, diputado en Illinois por el Partido Whig durante siete años. Cumple sus 47 años en el recién fundado Partido Republicano, pierde sus primeras elecciones, pero en 1860 es ungido Presidente de los Estados Unidos. Desde luego, arrasando en el Norte, y con pálidos apoyos del nostálgico Sur esclavista… Cuatro años más tarde…, ¡reelecto! Desde su austero despacho –austero como su ropa, su casa, toda su vida– anuncia su apoyo el derecho (limitado) al voto para los negros de Luisiana… preludio del voto para toda la negritud. Ese día, en algún rincón de odio secesionista, alguien funde la bala que lo matará, John Wilkes Booth carga con ella su pequeña pistola Derringer plateada con cachas de nácar… usada por pistoleros, tahúres y nuevos ricos, y lo mata en su palco del Teatro Ford al grito, en latín, que significa "¡Así siempre a los tiranos!". La agonía de Lincoln, atendido por el joven médico militar Charles August Leale, duró nueve interminables horas. Murió a las siete de la mañana sin recobrar el sentido. Booth y varios de sus cómplices fueron capturados y ahorcados. El cuerpo del prócer fue llevado en tren, y pasó por varios estados: una ceremonia fúnebre fastuosa, lágrimas y vivas en todo el recorrido, y su descanso final en el cementerio de Oak Ridge, Springfield, Illinois. ¿Cómo fue en su vida fuera de la política? Un carácter variable: horas de euforia y horas de sombrío silencio. Casado con Mary Todd (1809–1865), tuvieron cuatro hijos: Robert, Edward Baker, William Wallace y Thomas. Sólo el primero llegó a viejo: 83 años. Dos murieron en la niñez, y el cuarto a los 18. Marcas a fuego… La Primera Dama era de familia rica y gran figuración social… pero insoportable. Odiaba la vida en la Casa Blanca, tenía brutales ataques de celos, gastaba compulsivamente, y pasó largos meses internada por insanía. Murió, con su salud muy quebrantada, a los 64 años. Ella y Abraham fueron agua y aceite. Él, introvertido y poco (o nada) sociable. Ella, "vivaz, absorbente, ambiciosa y voluble", según testigos. En realidad, el gran hombre tuvo un amor secreto: Ann Mayes Rutledge, nacida en Nueva Salem, Illinois… y muerta apenas a los 22 años. Estuvo casada con John MacNamar, un turbio personaje, y al tiempo, ella y Abraham empezaron una relación epistolar cada vez más intensa…, hasta que una epidemia de tifus la arrancó del mundo. Sólo una vez, y ante un gran amigo, el gigante reconoció que "en verdad estaba enamorado de ella. La amé de verdad y profundamente. Era una bella chica que hubiera sido una buena y amante esposa. Suelo pensar en ella todavía, pasado tanto tiempo". Llegar a Washington y entrar al Lincoln Memorial no es sólo un estremecedor impacto estético y marcial de mármol de Georgia, estilo dórico griego y palabras talladas simples pero de gran significado histórico: "En este templo / como en los corazones de la gente / por quien salvó la Unión / la memoria de Abraham Lincoln / se consagra para siempre". Nada más justo. Nada más cierto. (Post scriptum. En general, suelo detestar, como símbolo vivo y cotidiano de la degradación cultural del país, el infantil –que no adulto ni de avanzada– sexismo que copa las pantallas de tevé y rebota en otros medios. Suena a ola sexópata mediática, y las confesiones íntimas de los protagonistas van del living al dormitorio, son filmadas, y acaso lleguen un día al baño…, apoyadas siempre por filmaciones eróticas como trofeos de una nueva civilización (Help!). Sin embargo, y aunque no lo justifique, al rastrear la vida de Abraham Lincoln, muerto hace más de siglo y medio, descubro que en 2006, el psicólogo y terapeuta Clarence Arthur Tripp –muerto ya– publicó el libro The intimate world of Abraham Lincoln, en el que dice que el Gran Hombre tuvo relaciones eróticas con hombres desde su juventud hasta la presidencia. Y no se descarta de naipe alguno… Dice que compartió una estrecha cama con un profesor llamado Billy Greene, que elogió los muslos del libertador de los esclavos "como los más perfectos de ser humano alguno". Y que lo mismo había ocurrido con un tal Joshua Fry Speed, un amigo tan íntimo, que al pie de sus cartas escribía "Tuyo para siempre". Y que ya presidente, tuvo relaciones con un joven llamado Elmer Ellsworth, y con su amigo íntimo Davis Derickson, capitán de la guardia presidencial, "con quien compartía el lecho durante las frecuentes ausencias de su esposa". Desde luego y como respuesta, aparecieron testimonios y relatos en sentido contrario, recordando –entre otros amoríos con mujeres– la severa depresión que le causó la temprana muerte de Ann Rutledge. Poco importa. Nada ni nadie, en su sano juicio y hasta con desprecio y/o indiferencia ante estas habladurías, pondrá en la balanza la sexualidad de Platón, de Miguel Ángel, de grandes escritores, filósofos, pintores, combatientes, héroes. Eso sólo lo harán los estúpidos, los buscadores de basura, los mediocres de toda mediocridad y para toda la vida. Pero es evidente que no sólo desfilan en estos días por los medios. Hace un siglo y medio… Y seguramente se repetían en la Edad Media, el Renacimiento, en todas las edades, alrededor de las pirámides y los Jardines colgantes de Babilonia… Porque bien dijo Albert Einstein que hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana… "pero respecto del Universo no estoy tan seguro". ) MÁS SOBRE ESTE TEMA La vida y la inmensa obra de Albert Camus, un pobre pied-noire argelino que sacudió a París y al mundo con su genio

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