Las desigualdades económicas que afectan a las mujeres constituyen una de las grandes motivaciones que nos llevan a movilizarnos el 8M, en el Paro Internacional de Mujeres. La brecha de ingresos del 27% entre varones y mujeres no puede ser ignorada por empresarios y el Gobiernos. La desigual distribución entre trabajo productivo y reproductivo, la mayor proporción de mujeres en la informalidad laboral y la penalización de las remuneraciones en las profesiones asociadas al cuidado son los principales motivos. Además hay una feminización de la pobreza, que se profundiza en casos de maternidad y hogares monoparentales. Hasta el consumo tiene penalidades de género con costos diferenciales asociados al ciclo reproductivo de la mujer y el pink tax (impuesto rosa): en productos muy similares el precio se encarece solo por estar orientad al público femenino. Una de las principales desigualdades económicas que afecta a las mujeres, es la disparidad en términos de ingresos. Si se consideran los ingresos de la ocupación principal (aquellos compuestos por la principal actividad laboral) la brecha se ubica en el 27%. Es decir, que las mujeres perciben ingresos laborales 27% más bajos que los varones. Pero aún cuando se consideran los ingresos personales (aquellos compuestos por la totalidad de los ingresos de una persona: ingresos laborales de la ocupación principal y secundaria e ingresos no laborales, como por ejemplo jubilaciones, pensiones, renta, cuota por alimentos, entre otros), la brecha entre varones y mujeres se ubica en el 29%. Es decir, que las mujeres perciben ingresos personales un 29% más bajos que los varones. Desde el sentido común, suele asociarse el origen de la brecha de ingresos a una discriminación en los ingresos percibidos entre varones y mujeres a igual tarea realizada. Lo cierto es que las causas de la desigualdad salarial tienen una profunda raigambre social, que se explica por otro tipo de fenómenos más complejos. Con esto no se afirma que estos casos de discriminación no sucedan (aún a pesar de estar penado por la Ley), sino que el fenómeno macro se explica fundamentalmente por otros factores. Uno de los pilares de la inequidad en los ingresos, es la desigual distribución entre trabajo productivo y reproductivo. Por trabajo reproductivo, se entienden las tareas domésticas asociadas al sostenimiento del hogar (lavar, cocinar, planchar, etc. ) y las tareas de cuidado (de los hijos, los adultos mayores y de la propia pareja). En efecto, mientras que las mujeres destinan 5, 7 horas diarias al trabajo reproductivo, los varones destinan sólo 2 (Encuesta sobre Trabajo no Remunerado y Uso del Tiempo – INDEC). Esta presión de las tareas reproductivas sobre las jornadas femeninas, las posiciona en desventaja a la hora de insertarse en el mercado laboral, pudiendo dedicar menos horas al trabajo productivo y remunerado y por ende obteniendo menores ingresos. Tal como se observa en la tabla a continuación, las trabajadoras ocupan un total de casi 10 horas semanales menos en trabajo productivo y casi 25 horas adicionales de trabajo reproductivo no remunerado que sus pares varones. En total, las mujeres trabajadoras dedican 15 horas semanales adicionales si se considera el total de trabajo productivo y reproductivo. Los factores sociales y culturales quedan de manifiesto cuando se analizan las diferencias entre el tiempo dedicado al trabajo reproductivo entre varones y mujeres inactivos. Los varones inactivos dedican solamente 16 horas promedio al trabajo reproductivo y las mujeres lo hacen en 46 horas promedio. En términos de políticas públicas, los países que más éxito han tenido en cerrar la brecha de género, han extendido la provisión y extensión de servicios de cuidado mediante guarderías públicas, geriátricos, apoyo a madres solteras y promoción de la crianza compartida entre ambos progenitores. Por el contrario, el PRO se propone presentar un proyecto de Ley que no ataca la problemática de fondo (se centra en a igual tarea igual remuneración) y reduce los recursos del Estado dedicados al sostenimiento de las tareas de cuidado, tales como la falta de vacantes escolares en CABA, el cierre de cursos y escuelas, entre otros. Otro de los elementos que afecta negativamente los ingresos de las mujeres, es la mayor inserción de las mismas en la informalidad laboral. En el mercado de trabajo informal, las mujeres representan el 36%, mientras que los varones sólo el 31% (EPH-INDEC II trim 2017). Cuando se observa la brecha de ingresos en el trabajo informal con respecto al trabajo formal, queda de manifiesto el rol del Estado en dicha problemática: mientras que entre las trabajadoras y trabajadores registrados la brecha ronda el 20%, entre las y los informales la brecha se duplica ubicándose en torno al 40%. Por otra parte, la desigualdad salarial no es un factor asociado solamente al la cantidad de horas vertidas en el trabajo reproductivo o la informalidad laboral. Cuando las mujeres efectivamente se insertan en el mercado laboral formal, tienden a concentrarse en profesiones asociadas al componente de cuidado: docencia, sanidad y trabajo doméstico. Mientras que sólo el 6% de los varones se insertan laboralmente en tareas de este tipo, el 62% de las mujeres se desempeña en estas áreas. Estas profesiones del cuidado, tienen peores remuneraciones que tareas similares, con análogos requerimientos de experiencia laboral y formación. Para dar cuenta de este fenómeno, se realizó un relevamiento en los portales de búsqueda de empleo Compu trabajo y Jooble considerando 10 puestos laborales, 5 de profesiones sin carga de cuidado y 5 con carga de cuidado, pero con similares características y requisitos de expertice. Por ejemplo, un administrador de base de datos requiere título universitario y tiene una remuneración promedio horaria de $160. Un docente de nivel primario o especial requiere título de profesorado (4 años de duración) con un salario de $130 y $132 por hora respectivamente. El caso de un profesional de la medicina, sin especialización para trabajar como médico laboral tiene una remuneración promedio de solo $107 por hora, equivalente al de un electricista profesional con tres años de antigüedad y primaria completa. Un analista de sistemas con la carrera en curso (carrera terciaria de 3 años de duración) y 3 años de antigüedad se puede comparar con un enfermero auxiliar recibido (curso de dos años de duración). En el primer caso, la remuneración es de $102 y en el segundo de $91 por hora. Por último, un puesto de bachero que no requiere ni experiencia y nivel educativo primario se remunera $107 y el personal doméstico con retiro medio turno $84, la peor de las remuneraciones relevadas. Si bien no existen diferencias tan significativas entre el porcentaje de mujeres pobres y varones pobres (32% mujeres y 30% hombres) la feminización de la pobreza aparece cuando se considera la maternidad, particularmente en aquellas mujeres que crían a sus hijos sin un cónyuge. Tanto la desigual distribución de ingresos, como de las tareas de cuidado se potencian en los hogares monoparentales donde una mujer está al frente. El 27% de los hogares argentinos con menores son monoparentales (cuando hace solo 5 años era el 24%) y de estos el 83% tiene jefatura femenina. El mayor porcentaje de hogares monoparentales, se da entre los deciles de menores ingresos. Si bien los hogares monoparentales representan sólo el 27% de los hogares con menores, estos son el 66% de los hogares pobres y los que tienen jefatura femenina constituyen el 60%. A pesar de que los hogares con sólo una mujer al frente del hogar son la mayoría entre los hogares pobres con menores a cargo, el parámetro que se utiliza para cuantificar las necesidades básicas sigue siendo la familia tipo formada por un hombre trabajador, una mujer ama de casa y dos niños pequeños. Esto es poco representativo para los hogares monoparentales, ya que el hecho de que las mujeres carguen con todo el peso del cuidado de menores, las deja en una posición desigual para la generación de ingresos y se agrega un perfil de necesidades básicas adicionales. Estos hogares, requieren del servicio de guarderías y/o niñeras mientras que tienen mayores costos logísticos, por las dificultades asociadas a la necesidad de congeniar el cuidado de menores con la generación de ingresos para sostenerlos. Otro fenómeno poco analizado de desigualdad económica femenina es los distintos perfiles de consumo entre varones y mujeres. Por un lado, las mujeres tienen una serie de costos adicionales, si consideramos el elemento más básico e inapelable que es el ciclo reproductivo. Tomemos un ejemplo simple: una mujer que comienza a menstruar a los 12 años tiene dos hijos durante su vida fértil y a los 50 años tiene la menopausia. Durante toda su vida, tendrá la menstruación 420 veces descontando tres años de embarazo y posparto. Sumando el valor de las toallitas femeninas solamente, el costo que tiene que afrontar por este único ítem es de $100 mensuales, $240 anuales o bien $42000 a lo largo de su vida fértil. La tabla a continuación, indica los costos que tiene que enfrentar una mujer a lo largo de su vida. Considerando un ingreso laboral promedio de $20000 mensuales, una mujer gastará el total de un año 1 y 2 meses de sus ingresos laborales en afrontar dichos gastos. Pero además de los costos diferenciales asociados al ciclo reproductivo, existen otros costos ocultos y mucho más arbitrarios. El pink tax (impuesto rosa) hace referencia al mayor costo que tienen algunos productos en su versión femenina. Realizar la comparación no es fácil, ya que justamente existe diferenciación de productos, pero en algunos casos se trata del mismo (o muy similar) con versiones orientadas al público femenino, donde el precio sobre el producto masculino o genérico representa entre un 4% y 100% más. Un ejemplo clásico son las maquinitas de afeitar en versión femenina: en este caso hay un 47% de sobre precio respecto de la masculina. Otro caso es el de la marca de yogures y productos lácteos SER con propagandas fuertemente orientadas a las mujeres y un diseño femenino (aportan calcio para las mujeres en menopausia, mejoran el tránsito intestinal en “esos días”, son algunas de las temáticas de los spots). La diferencia entre la versión de SER y otra primera marca (SANCOR), también ligth llega a 47%. Estas diferencias no se limitan a los productos para mujeres adultas, sino que los orientados a niñas y adolescentes también vienen con pink tax. Por ejemplo, una mochila en tela rosa cuesta un 100% más que la misma mochila hecha con la misma tela y diseño aunque en color azul. En conclusión, son muchas las desigualdades de género que se manifiestan en la economía argentina y que nos movilizan a parar este 8M y continuar en un debate profundo para demandar políticas públicas acordes. Conocer las raíces profundamente sociales de estos fenómenos, permite dar cuenta del tipo de intervención del Estado que necesitamos, para exigir la igualdad que nos merecemos. Comentarios
El precio de ser mujer: cobrar menos y pagar más
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