Política

Bolivia humillada

Sigue intacto el pacto de sangre entre Gerardo Morales, gobernador de Jujuy, y el Presidente Maurici…

Sigue intacto el pacto de sangre entre Gerardo Morales, gobernador de Jujuy, y el Presidente Mauricio Macri. El Poder Ejecutivo encarnó como una bandera frente a Bolivia algo que en realidad no existía, se quejó ante Bolivia de algo que nunca había negociado seriamente y convirtió a Bolivia en una carga cuando no lo es. Todo porque Morales infló un globo, dio instrucciones al embajador argentino en Bolivia como si fuera su representante personal y montó un conflicto desde la nada misma. El conflicto sería que los bolivianos no residentes reciben atención médica gratuita en la Argentina y no pasaría lo mismo con los argentinos en Bolivia. ¿Magnitud real del conflicto? Cercana a cero. ¿Xenofobia? Quizás, aunque Gerardo Morales haya buscado atenuarla con una frase: “Mis abuelos son bolivianos”. El resultado de dos días de activismo por parte del gobernador que crucificó a Milagro Sala –su primer pacto de sangre con Macri– fue la humillación de Bolivia. El otro Morales, Evo, no lo dirá. No es su estilo. La verdad es que tampoco le conviene decirlo. Pero los hechos son irrefutables. Habría que añadir que Bolivia fue inútilmente humillada. Y también que fue humillada injustamente. Evo Morales dijo tras la escalada de Gerardo Morales que tenía razón la administración argentina. Anunció que, por eso, será recíproco el sistema de atención sanitario. Así como ahora los bolivianos que se atienden en hospitales públicos argentinos no pagan, habrá un acuerdo para que no paguen los argentinos que se atiendan en hospitales públicos bolivianos. Tanto Evo como el canciller argentino Jorge Faurie, que hablaron del tema, se refieren a los no residentes. Quienes tienen residencia, naturalmente, son tratados como el resto de los ciudadanos, sean del origen que sean. Macri y Morales podrán adjudicarse una victoria: Evo les dio la razón. Lo humillante está en el motivo de la victoria: la Argentina no resolvió ningún conflicto verdadero. Los turistas argentinos que viajan en auto tiene cobertura del seguro. Los turistas de clase media, asistencia al viajero. Los que trabajan en Santa Cruz de la Sierra, prepaga. Evo le dio la razón a la Argentina porque debió hacerlo, o porque estimó que estaba en su conveniencia pinchar un globo que se inflaba sin límites, pero no porque hubiera un problema real de argentinos desatendidos por los hospitales bolivianos. Ese problema no existe, o en todo caso no pasa de una cantidad tal de casos que pueden ser identificados con nombre y apellido. ¿Cien? ¿Doscientos? Salvo que ese número indique muertos o que dos países quieran entablar una guerra, jamás puede ser el origen de un diferendo diplomático entre dos vecinos que, además, son económicamente complementarios. En política internacional hay una frase corriente: “paciencia estratégica”. Alude a la actitud que deben tener los socios grandes frente a los socios chicos. Es la paciencia que debió haber tenido, y no tuvo, la Argentina con Uruguay para negociar la reubicación de las pasteras. Es la paciencia que sí tuvieron la Argentina y Brasil con Bolivia. Para Morales el cambio en el barrio sudamericano fue un inconveniente serio. No solo debe afrontar la baja internacional del precio del gas. Tiene que padecer el aislamiento político tras la derrota del Frente para la Victoria en 2015 y el golpe brasileño de 2016. Como no es un temerario, en la relación con Macri el presidente boliviano optó por el bajo perfil e incluso por la cooperación en cuestiones tecnológicas. Su reacción de ayer es fácil de comprender: más allá de la humillación, para Evo era menos costoso prometer la reciprocidad y evitar la escalada de asunto que no forma parte del interés concreto. Lo contrario hubiera sido aferrarse al tema ajeno sin que en el horizonte se viera nada por ganar. Más aún cuando, al menos hasta ahora, montar un escenario de xenofobia sin tener no ya una justificación (jamás la xenofobia la tiene) sino una excusa, parece más una táctica interna del gobierno argentino que una movida diplomática. Como cualquier país chico, Bolivia es un buen observador de lo que pasa en los grandes. Evo gobierna desde enero de 2006. Son 12 años seguidos de observación, de amistades y de cambios. Sabe que Michel Temer nunca le perdonaría que tomase una medida semejante a nacionalizar la filial de Petrobrás usando camiones del Ejército. En su momento Lula se lo reprochó en privado. Pero en público explicó que Bolivia había sufrido demasiado y Brasil debía ser comprensivo con los bolivianos que recién en 2005 pudieron elegir un presidente parecido a la mayoría indígena de su población. También registra Evo que Néstor Kirchner negoció pacientemente el aumento del precio del gas boliviano. Y que en un gesto solidario Cristina Fernández de Kirchner llegó a desviar una exportación de trigo que tenía otro destino para enviársela a Bolivia cuando en el altiplano no había pan. Funcionarios del gobierno argentino dejaron trascender su enojo cuando Juan Grabois, líder de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, le dijo a PáginaI12 que “el vicio de Macri es la violencia”. La entrevista fue publicada el 2 de enero. Ayer tuiteó en el mismo sentido. “La administración colonial de lo que alguna vez fue la República Argentina ahora se mete con los bolivianos, que producen la verdura que comemos y la ropa que usamos”, escribió en Twitter. Agregó: “Duros con Evo y serviles a Trump. Marketing de la derecha”. Y cerró de este modo: “Cortinas de humo para excitar el odio”. Milagro Sala opinó en esa línea: “Jujuy es el laboratorio de todo lo macabro que quieren hacer”, dijo ante la nueva ofensiva de Morales. Pelearse con Bolivia o hacerle sentir la vejación de la derrota es una postura donde la Argentina no tiene nada que ganar. En términos diplomáticos disputar sin un interés genuino detrás es irresponsable. Lo que pasa es que el laboratorio manda. Esta vez mandó a fabricar humo. Tóxico, para colmo. (email protected)

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