No fue. No hubo milagro, aunque pintaba para noche de sueños por cómo venía el partido. Parecía que el guión tendría final feliz en los penales. Porque Independiente había sobrevivido al vendaval del comienzo y a las chances de gol de Gremio. Porque se quedó con uno menos a los 37’ del PT, similar a la ida, y tuvo coraje para aguantarlo. Y porque Campaña se iba transformando en un karma para los brasileños, tapando todo y hasta con la ayuda del travesaño cuando estaba vencido. El Rojo estaba para soñar con la vuelta en Porto Alegre, con esa gente que no paró de alentar, después de jugar 142 minutos de la serie con un hombre menos. Hasta casi lo gana en los 120, cuando en la última bocha cabeceó Meza y no pudieron empujarla en la línea. Y en los penales el capitán uruguayo estaba ahí de tapar alguno, aunque no se dio y Benítez desperdició el quinto. Y la Recopa se quedó en Brasil. Esta revancha fue muy distinta de la de ida. Gremio salió con todo, generó chances, estuvo siempre a tiro de ese gol que no consiguió. El gran mérito del Rojo fue el espíritu combativo pese al hombre de menos, incluso por momentos jugó mejor con diez que con 11, moviendo la pelota y hasta acercándose al arco rival. Si llegó a los penales fue por el aguante de Nico Domingo, la brillantez de Campaña, el orden de todos, el espíritu del grupo para no desbordarse. Y así logró que Gremio se fuera apagando, más allá del dominio del local. Cayó con dignidad el Rojo, pese a la decepción por no lograr el título internacional número 18 en el profesionalismo para alcanzar a Boca. Más allá del dolor que siempre genera perder una final, y más en Brasil. Con corazón y uno menos llegó a los penales, con leones que pudieron haberlo perdido, sí, y que olfatearon el milagro. Ese milagro que no fue.
El milagro que no fue
Independiente bancó un tiempo y el alargue con uno menos y llegó a los penales gracias a Campaña. Ahí, los de Gremio patearon perfecto y Benítez malogró el último. Y chau sueño de Recopa.