Política

La caída del viejo orden peronista

Ayer sucedió una revolución pacífica que se exhibió en una noche de infarto por la tensa paridad en B

Ayer sucedió una revolución pacífica que se exhibió en una noche de infarto por la tensa paridad en Buenos Aires. Una revolución casi impalpable, que ni la política ni los encuestadores pudieron medir con antelación en su dimensión real. El viejo statu quo peronista fue arrasado en casi todo el país. Su liderazgo político seguramente se extinguirá sin remedio en medio de escandalosas investigaciones sobre la corrupción de su gobierno. Mauricio Macri se recibió anoche de político exitoso, porque él comprendió, en medio de la ruina nacional que heredó, el estado real de la sociedad argentina. O influyó para que la gente común comprendiera que el atajo populista es un camino que conduce a la nada. Si no fue un definitivo hartazgo del populismo (que derrocha palabras y escamotea resultados), ¿qué es, entonces, lo que expresó ayer la sociedad argentina cuando barrió con casi toda la dirigencia peronista? Macri es un político signado por la desconfianza de los otros en sus resultados. Los otros conforman, a veces, el "círculo rojo", que ya en 2015 le proponía una interna con Sergio Massa para que compitieran juntos por la presidencia. Dijo que no, y ése fue uno de sus mayores aciertos para llegar a la presidencia. Gran parte de la dirigencia política y empresaria lo miraba ahora, otra vez, con desconfianza. En todo caso, concedían, podría hacer unas aceptables elecciones nacionales. Las cosas no fueron así. Ayer ganó en cuatro de los cinco principales distritos nacionales (Córdoba, Santa Fe, Capital y Mendoza) y luchaba, también él palmo a palmo, para retener el quinto y más importante, Buenos Aires. También ganó el sexto, Entre Ríos. Lideró otros cambios, como la derrota de los hermanos Rodríguez Saá en San Luis después de casi 34 años de un gobierno personalista, feudal y autoritario. El macrismo llegó a esa victoria después de robarles a los Rodríguez Saá a un discípulo de los propios hermanos, Claudio Poggi, que descubrió la libertad cuando gobernó la provincia puntana en nombre de la vieja familia que mandaba ahí. Poggi era un delfín de los Rodríguez Saá hasta que entrevió que más de tres décadas de poder desgastan a cualquiera. Sea como fuere, la derrota de los Rodríguez Saá es uno de los datos simbólicos más importantes de la caída del viejo orden. Como lo es también la derrota en La Pampa de Carlos Verna, tan autoritario y hermético como los Rodríguez Saá. Nadie entre los peronistas trató de obstaculizar tanto a Macri como Verna; nadie expresa como Verna, con sus formas y sus ideas, el régimen peronista que cayó ayer. ¿Es Macri el que lideró ese cambio? ¿O es la sociedad la que está impulsando el cambio de Macri? El mérito de Macri reside en que fue él quien advirtió la enorme fatiga de la sociedad argentina después de 25 años de gobiernos peronistas, que recurrieron al derroche de casi todos las reservas del país, terminaron con cualquier noción de institucionalidad y culminaron la faena con dos fracasos consecutivos. Uno en nombre de la derecha y otro en nombre de la izquierda. Menem y los Kirchner. Buscó la alianza con partidos no peronistas, como el radicalismo y la Coalición Cívica, aunque también les abrió las puertas a los peronistas que querían una conversión. De sus acuerdos con Elisa Carrió y Ernesto Sanz surgió la fórmula de Cambiemos, que ayer se estrenó como fuerza nacional exitosa en las primeras elecciones nacionales en las que no participaron con identidad propia los dos partidos históricos del país, el PJ y la UCR. Macri es, al fin y al cabo, el auténtico heredero de la crisis de 2001, el que ocupa el lugar vacante después del "que se vayan todos". Macri sería injusto si no reconociera el enorme aporte que hicieron dos mujeres para que la de anoche fuera una noche de fiesta: María Eugenia Vidal y Carrió, las dos personas más populares del país. Si hubiera que personalizar el triunfo de ayer, debería nombrarse a un triunvirato: Macri, Vidal y Carrió. El Presidente ganó como ganó después de un año, 2016, con el 40% de inflación y con la economía en recesión hasta hace muy poco. En Buenos Aires, obtuvo un virtual empate con dos candidatos, Esteban Bullrich y Gladys González, que son tan buenas personas como desconocidos. Vidal se hizo cargo de la campaña bonaerense con su estilo de persona común, que le habla de las cosas comunes a la gente común. Carrió barrió en la Capital, pero hizo una campaña nacional (sobre todo en Buenos Aires y Santa Fe) en la que desplegó el magnetismo de su carisma. Su viejo coraje para denunciar la corrupción le fue también reconocido anoche. Hay que detenerse en ese país todavía económicamente desigual para advertir que ayer prevalecieron valores más perdurables que la contingencia económica. La recuperación de la economía no les llegó todavía a todos los argentinos y menos aún a los que habitan el pobre conurbano bonaerense. Pero, como dice Vidal, nadie mejor que el pobre sabe cuánta mentira hubo en los últimos años, cuando hablaban del paraíso kirchnerista y se negaban a contar el número de pobres. ¿Por qué no suponer que también la normalización de las instituciones, el final de la violenta épica discursiva y el sinceramiento del Estado no tuvieron influencia en la decisión del voto? ¿Por qué no inferir que todos los sectores de la sociedad (y no sólo la clase media y la alta) se estremecieron ante la magnitud de la corrupción que está siendo revelada por investigaciones judiciales? ¿Por qué no incluir en el cansancio social la insoportable grieta que abrió Cristina en la sociedad? Anoche, el peronismo quedó diezmado. Julio Bárbaro concluyó que Cristina Kirchner había logrado destruir el peronismo y el kirchnerismo al mismo tiempo. Cristina Kirchner exhibió ayer su desgaste después de estar en el primer plano político durante los últimos 14 años. Tal vez Bárbaro haya sido demasiado dramático, pero lo cierto es que sólo el salteño Juan Manuel Urtubey, entre los peronistas conocidos y presentables, logró sobrevivir. La caída del gobernador cordobés, Juan Schiaretti, tumbó también al único amigo que Macri tiene en la liga de gobernadores peronistas. Ni siquiera Massa se salvó en la provincia de Buenos Aires, donde obtuvo un lejano tercer lugar. Tampoco Florencio Randazzo. Ninguno de esos dos dirigentes bonaerenses quedó en condiciones de liderar una renovación del peronismo, que es lo que el peronismo necesitará con urgencia. Sólo quedaron en pie los gobernadores de San Juan, Sergio Uñac, y de Chaco, Domingo Peppo, pero ellos tienen escaso conocimiento público y todavía poco predicamento en el peronismo. La predecible interna peronista, que será intensa como todas las luchas internas peronistas, ampliará los márgenes de Macri para meterse con las cuestiones de fondo del conflicto argentino. La economía, el déficit y la pobreza en un mundo que cambia drásticamente. Tendrá también, durante un tiempo al menos, a la izquierda debilitada. Es notable cómo la capacidad de la izquierda para desordenar el espacio público no guarda ninguna proporción con su solvencia para conquistar votos. Casi en todos los lugares del país cosechó menos del 4% de los votos. La política, en efecto, nunca confió en las aptitudes políticas de Macri. Los resultados de anoche indican que el Presidente hace política, pero de una manera distinta a la que proponen la dirigencia tradicionales. Es lo que confunde a sus críticos. Macri es un ingeniero, no un abogado, como la mayoría de los presidentes civiles argentinos. Es también el primer presidente en 70 años que no es peronista ni radical ni militar. Su lógica es otra. El final de las primarias confirmará también la importante influencia del jefe de Gabinete, Marcos Peña, en la administración macrista. La estrategia de campaña y los candidatos fueron decisiones que Macri tomó con Peña a su lado. Ninguno de los dos sabía que estaban fraguando una revolución política y social, que los abarca y también los supera.

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