Hace muchos años, cuando recién arrancaba su primer Gobierno, Cristina Fernández se enfureció por una caricatura de Hermenegildo Sábat donde su boca aparecía tachada por una cruz de trazos gruesos. "¿Por qué me quieren callar? ¿Qué es lo que no quieren que diga?", gritó, frente a una plaza de Mayo repleta. Eran los inicios del conflicto por la 125 que en unas pocas semanas cambiaría tanto al país. Vueltas de la vida: casi una década después, Cristina adoptó aquel viejo consejo de Sabat. Casi no habló en toda la campaña electoral de este año. Es más: en algunos de sus avisos ni siquiera aparece su nombre. Es el caso inédito de una candidata que disimula que es candidata. Ese detalle fue marcado varias veces en público por María Eugenia Vidal: no aparece, se esconde, no contesta preguntas, acusa la gobernadora. Cristina es tan rechazada que prefiere no mostrarse, destacan cerca del Presidente. Es posible. Pero, mientras tanto, en todas las encuestas, ella aparece primera, por mayor o menor distancia. O sea: es una candidata que no puede mostrarse porque aleja a los independientes pero, al mismo tiempo, tiene serias chances de ganarle al Gobierno. Algo querrá decir esta aparente contradicción. Al cierre de esta nota, cuando falta apenas una semana para las PASO, los encuestadores se dividen en grupos muy definidos. Uno de ellos (Management & Fit, Hugo Haime, Aragón) sostiene que Cristina se separó por más de cinco puntos de sus dos competidores más cercanos y que ni siquiera está claro que el candidato oficial llegue al segundo puesto. El otro (Synopsis, Aurelio, Elypsis, Isonomía) pronostica que la diferencia a favor de la ex presidenta será menor a los dos puntos y que Sergio Massa está tercero, bastante lejos. Lo que no existe, al menos hasta ahora, es una encuesta donde Esteban Bullrich aparezca en el primer puesto. El jueves, Mauricio Macri almorzó con candidatos de la provincia de Buenos Aires. Ante algunas muestras de ansiedad, respondió: "Hay un escenario de paridad… O al menos eso es lo que me dicen". No tranquilizó a nadie. Hay demasiada distancia entre la percepción que reciben los intendentes en sus territorios y la que escuchan en la Casa Rosada: como si se tratara de dos países distintos. La estrategia del silencio, que guió la campaña de Cristina, revela en efecto sus limitaciones. Si la figura de ella fuera un imán, se mostraría sin disimulo, arrastraría multitudes en cada barrio, como lo hizo tantas veces. Pero sus movimientos son calculados y discretos. Las encuestas reflejan un alto índice de rechazo. Por eso, la alternativa, si quiere perforar su techo, consiste en disimular su presencia. Si la candidata de Unidad Ciudadana es ella, su techo es bajo. En cambio, si Unidad Ciudadana se transforma en la herramienta predilecta para castigar a Macri, sus posibilidades crecen. En ese sentido, la campaña kirchnerista es una copia de lo que Macri hizo en el 2015 pero no por cuestiones estéticas menores. Cristina intenta hacer ahora lo que Macri hizo entonces: disimular lo que es porque es la única manera de captar el mayoritario descontento que hay con el Gobierno. Así como en tiempos no muy lejanos ella le arrimaba votos a él, puede ser que, en alguna medida, ahora suceda lo contrario. El encanto de Macri residía, fundamentalmente, en que era la herramienta para vencer al kirchnerismo. El extraño atractivo de la candidata muda reside hoy, exactamente, en la misma cualidad, pero en sentido contrario. A eso se le agrega otra limitación más de fondo: Cristina no puede someterse a un reportaje no pautado porque no tiene respuestas para algunas preguntas muy sensibles. ¿Nunca sintió la necesidad de pedir perdón por la tragedia de Once? ¿Cómo explica su fortuna? La única vez que Cristina aceptó un reportaje libre fue en Harvard y terminó en un desastre. Esta semana, por ejemplo, hubiera tenido que responder acerca de su vínculo con Nicolás Maduro, quien aplica políticas calificadas como criminales por todos los organismos de derechos humanos del planeta (menos la mayoría de los argentinos). Mejor, entonces, callar. Pero aún con esas dificultades puntea en las encuestas. Es una candidata débil. Le está costando incluso retener los votos de Aníbal Fernández. Pero está cerca de ganarle al Gobierno. Es decir, si se mira bien, tal vez el problema de Macri no sea Cristina sino él mismo. Hay múltiples relatos disponibles sobre los primeros dos años de Macri. En uno de los extremos, se sostiene que es una mezcla de Carlos Menem y Jorge Rafael Videla: los noventa y la dictadura al mismo tiempo. En el otro extremo, los believers lo ven como un patriota que solo hizo lo necesario para desactivar una bomba de tiempo, y estuvo dispuesto a pagar costos muy altos para hacerlo. En el medio, hay muchas personas serias y dispuestas a acompañarlo, que comprenden las dificultades que debió afrontar, pero consideran que lo hizo con torpeza, sesgo ideológico y demasiada permeabilidad a los reclamos de grupos de interés corporativo. Sea como fuere, lo ocurrido desde el 10 de diciembre de 2015 no tiene relación con la fiesta prometida en el último tramo de campaña, que fue cuando se decidió la elección presidencial. Y eso es lo que se está pagando ahora. El Gobierno puede perder mal el domingo que viene -en cuyo caso su destino se complica mucho-, o perder por poquito o incluso ganar por un suspiro. Un resultado dentro de los dos o tres puntos de diferencia, ahora o en octubre, no definirá ningún destino. En 2009 el kirchnerismo sacó el 27% de los votos en todo el país y después renació. Al revés, en 2011 arrasó con el 54% y fue el principio del fin. Un gobierno, si no es aplastado, siempre tiene revancha. Por eso, su destino dependerá, en parte, de la reflexión que haga sobre las razones por las que empezó con una popularidad abrumadora y ahora enfrenta una situación límite. "Es exasperante ir a la Casa Rosada", dice un intendente de Cambiemos Dice un intendente de Cambiemos que, curiosamente, pide reserva de identidad: "Es exasperante ir a la Casa Rosada. Nosotros andamos por las peatonales, los centros comerciales. El discurso es repetido. Nos votaron. Pero aumentaron todos los costos y bajó terriblemente el consumo. No le venden nada a nadie y, al mismo tiempo, su vida les cuesta más. Eso recibimos todo el día, todos los días. Pero cuando vamos a la Casa Rosada nos dan planillas. Hace dieciocho meses que nos cuentan que ya llega el alivio, pero cada vez el horizonte se corre un poco más. Siempre hay nuevos argumentos. Pero volvemos al territorio y no es eso lo que se percibe. Es como si nuestro gobierno dijera todo el tiempo que hay sensación de malaria en lugar de la malaria que se siente". Si Cambiemos no sufre una derrota muy dura, la conducción del Gobierno tendrá la posibilidad de pensar en esa distancia enorme entre el país de la Casa Rosada y el de las personas comunes, tan evidente para quien observa las cosas con cierta distancia. Hay algunas tibias y contradictorias señales de que comienza a hacerlo. De hecho, en estos días, tal vez sin notarlo, los funcionarios oficiales empiezan a celebrar los efectos de la intervención estatal en la economía, que se materializan en el crédito barato y en el crecimiento de la obra pública, que derrama actividad por todos lados. Lo que el mezquino mercado no hace, solo puede hacerlo el Estado: un clásico para las personas sensatas, pero también un tabú para el núcleo duro de la esquemática fundación Pensar. Después de las elecciones, ¿serán tan torpes de cortar ese proceso? En 2009, dos años después de asumir, el macrismo hizo la peor elección de su historia en la ciudad de Buenos Aires: apenas obtuvo el 29% de los votos. El número quedó disimulado detrás del triunfo de Francisco de Narváez sobre Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires. "Pasaba lo mismo que ahora. Habíamos pagado costos altos al llegar y todavía no habíamos podido mostrar resultados. Después ya no nos pararon más y ganamos en todos lados, hasta en los barrios más humildes. Lo mismo ocurrirá en la Argentina", se tranquilizan en la Casa Rosada. Para poder demostrar si esa teoría es o no correcta, deben saltear el escollo inmediato: las elecciones en la provincia de Buenos Aires. Al menos, no ser aplastados por la archienemiga de siempre. Mientras tanto, es notable la disciplina de la ex presidenta. Alguien que ha hablado tanto, que ha defendido su derecho a hacerlo hasta niveles disparatados, ahora calla y ocupa así el centro de la escena. Quién dice: si en lugar de enojarse tanto, hubiera leído correctamente aquel consejo de Sabat, tal vez su Gobierno habría sido menos resistido y más sereno. Pero, aun cuando provengan de personas sabias, los consejos no siempre son bien recibidos. Alguna gente no puede consigo misma.
Cristina, el extraño atractivo de una candidata muda
Hace muchos años, cuando recién arrancaba su primer Gobierno, Cristina Fernández se enfureció por una