Espectáculos

"Chau, Edgardo", la carta de Pepe Gil Vidal para despedir a su amigo

Estudiaron juntos y se conocían desde hace más de 40 años. Antoñana murió a los 62 años. Recuerdos, aventuras y códigos compartidos.

Esta historia empezó en 1977. Sí, hace 40 años. Todos entrábamos a un mundo sin tener la menor idea de adónde podía llevarnos: la escuela de locutores. Había tres o cuatro que pintaban bien. Pero al verlo me dije: "Este es crack". Esa persona era Edgardo. De algún modo instintivo supe que él iba a poder convertirse en lo que quisiera. No tardó nada en demostrar por qué era crack. En las evaluaciones intelectuales, muchos caminábamos por la cornisa. Él, no. Era muy joven, pero tenía una extraña mezcla de tipo culto y con calle. No solo te mostraba sin aspavientos lo que sabía, sino que a los profesores que lo evaluaban se lo contaba de un modo tal que ni ellos, ni nosotros - sus compañeros que seríamos sus colegas-, podíamos dejar de escucharlo. Después, eso seguía y se podía tornar en una discusión en algún café bohemio de la calle Quintino Bocayuva. Éramos pibes y creíamos que la teníamos atada. Entonces hicimos un diario en el Cosal, donde estudiábamos locución. No había con qué darle a la hora de escribir. Si se ponía culto, arremetía casi como si fuera de la Sorbona. Si se ponía gracioso o irónico, te dejaba boquiabierto. Y lo peor es que le salía natural (como versear a las minas, porque era un chamuyero y ganador incomparable, aunque esa es otra historia). Mientras tanto, el país vivía épocas oscuras. Dictadura y una probable guerra con Chile marcaban tiempos difíciles. Pero el grupo que formábamos, siendo tan distintos, era fuerte: de respeto y códigos. Y hablando de códigos, Edgar, tal como le acortábamos el nombre en confianza, los tenía todos. Y acá recuerdo una aventura que vivimos juntos. Corría 1979 y me tuve que ir a España por seis meses por cuestiones familiares. Mi carrera quedaba trunca hasta que apareció Edgardo. Hablamos con quienes dirigían el instituto y quedamos en que él me iba a resumir los apuntes. Eran resúmenes brillantes y con cosecha propia. Mes a mes, mi novia -hoy mi esposa- pasaba a buscarlos. Ella era un bombón (aún lo es) con lo cual cuando llegaba llamaba la atención. Y ahí estaba el guardián. Edgar avisaba a todos: "Muchachos, es la novia del Gallego, no se les ocurra hacerse los vivos". Edgardo vivía la vida como le daba la reverenda gana. No le quedó nada sin hacer, pero todo lo que logró siempre lo hizo con códigos. La vida nos llevó muchos años por caminos y lugares distintos. Sin embargo, cada vez que nos veíamos me emocionaba ver que Edgardo seguía fiel a sí mismo. Finalmente, llegó el día en que tuve el honor de trabajar con él y ya no cortamos más ese andar. Hasta que la vida decidió noquearnos a todos. Así como así, porque sí, porque le pintó. Y para colmo lejos. Muy lejos. Aunque no debería quejarme tanto. La última vez que estuvimos juntos fue a la distancia. Y con los códigos de toda la vida, le dio su toque incomparable a TN Internacional. ¿Por qué? Porque era para el Gallego. ¡Había hecho 7 horas de noticiero! Me bancó y recontra bancó el programa. Así como te cuidaba la mina, también lo hacía con el AIRE. La novia de un amigo era sagrada en aquellos códigos antiguos, y ayudarlo con el programa o lo que hiciera falta a ese amigo también era sagrado. La estabas rompiendo Edgar, como cuando te fiché en el '77. Y yo, otra vez, estoy en España. El Barba dijo: "Yo, que soy Dios, ¿voy a prescindir de este tipo?". El muy turro y egoísta te llevó. Y nos dejó K.O. a todos. Y a mí me mandó a la lona una historia de 40 años. Qué lo parió, amigo.

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