El jueves 30 de septiembre de 1948 Eva Perón visitaba la ciudad de Rosario por segunda vez. Fue a encabezar, en representación de su marido Juan Domingo Perón, un acto con los obreros ferroviarios, que se realizó en los depósitos del puerto local. El 1 de marzo se habían nacionalizado los ferrocarriles, en las elecciones del gremio de la Unión Ferroviaria había resultado electo Pablo Carnero López, que respondía a la esposa del presidente. Evita -que desde el 19 de junio presidía su fundación- estaba acompañada por el teniente coronel Juan Francisco Castro, a cargo de la Secretaría de Transporte de la Nación y que, a partir de la Constitución sancionada en 1949, se elevaría al rango de ministerio. Ánimos crispados Luego de un almuerzo con los ferroviarios del puerto de Rosario, del que participaron los gobernadores de Buenos Aires y Santa Fe, Domingo Mercante y Waldino Suárez, respectivamente –”un momento de alegría”, lo describió Evita, pronunció un encendido discurso, transmitido por Radio del Estado y por las emisoras locales de la ciudad. Su virulencia se había incrementado porque días atrás el gobierno había denunciado la existencia de un complot para atentar contra el presidente y su esposa cuando concurrieran a la velada del Teatro Colón del 12 de octubre. Acusaron al sindicalista de la carne Cipriano Reyes, el motor del 17 de octubre de 1945 y uno de los líderes del Partido Laborista que había llevado a Perón como candidato a presidente. Cuando el presidente anunció en 1946 que todas las agrupaciones políticas que lo habían apoyado se fusionarían en el Partido Único de la Revolución, Reyes y los laboristas se opusieron y pretendieron mantener su identidad. Estaban convencidos que habían sido el único aporte doctrinario de ese peronismo en formación, y tenían planes para el futuro. Fueron objeto de persecuciones y el que peor la pasó fue el propio Reyes. Del supuesto atentado, también tomarían parte Walter Beveraggi Allende, vicepresidente del Partido Laborista, Luis García Velloso, dos capellanes militares y hasta un funcionario de la embajada norteamericana, John Griffith, quien ya no estaba en el país. Reyes terminó encarcelado, donde fue torturado, y sería indultado en 1955. Botellazo en la cabeza “Por cuatro chauchas quieren asesinar al líder de los trabajadores”, denunció Evita. “Ferroviarios argentinos”, podéis estar tranquilos mientras el general Perón rija los destinos de la Patria. Y si el general Perón algún día estuviera en peligro, cada argentino saldría a pelear y a morir si fuera necesario para ahogar ese peligro”. Luego advirtió: “Pero no debemos ir a la lucha a menos en este momento hasta que no se dé la orden; pero cada descamisado, cualquiera que hable mal de Perón, debe romperle un botellazo en la cabeza o la cabeza, si es necesario”. “¿No ven que son las fuerzas del mal las que están actuando? ¿No ven ustedes que nosotros somos el pueblo que quiere resurgir y queremos tomar la bandera de la justicia social, de la soberanía y de la independencia económica? ¿No ven que los oligarcas no quieren que se reforme la reforma constitucional porque saben que en ella se van a poner los derechos del trabajador y se van a consolidar todas las conquistas que Perón le dio al pueblo trabajador?” Evita convocó al pueblo a votar “para derrotar a la oligarquía” en las elecciones del 5 de diciembre de ese año, en las que elegirían convencionales constituyentes. Asimismo, los convocaba al acto del 17 de octubre para “decirle presente a Perón en la plaza histórica de Mayo. “¡Lo tendrá! ¡Lo tendrá!”, respondió al unísono la multitud. La justicia en sus manos Los discursos encendidos eran, en Evita, moneda corriente. Unos días antes, siguiendo con el intento de atentado, expresó que “…así como el general Perón les dice que tengan tranquilidad y que se fíen en la justicia, yo que no soy más que la más humilde colaboradora del general Perón, les digo que tengan tranquilidad, que cumplan una vez más la consigna del líder. Pero sepan también que si ellos no obedecen a la consigna de los argentinos, que es la de luchar por una Argentina libre, justa y soberana, el pueblo puede tomarse algún día la justicia por sus manos”. Cuando en la Plaza de Mayo el 23 de septiembre de 1947 defendió el proyecto de voto femenino, dijo que “…tenemos, hermanas mías, una alta misión que cumplir en los años que se avecinan. Luchar por la paz. Pero la lucha por la paz es también una guerra. Una guerra declarada y sin cuartel contra los privilegios de los parásitos que pretenden volver a negociar nuestro patrimonio de argentinos”. En su último discurso en público, el 1 de mayo de 1952, en el Día del Trabajo, desde el balcón de la Casa Rosada advirtió: “Yo le pido a Dios que no permita a esos insensatos levantar la mano contra Perón, porque guay de ese día. Ese día, mi general, yo saldré con el pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del pueblo, yo saldré con los descamisados de la Patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista. Porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora de los vendepatria que han explotado a la clase trabajadora; nosotros no nos vamos a dejar explotar jamás por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven a sus amos de las metrópolis extranjeras y entregan al pueblo de su Patria con la misma tranquilidad con que han vendido al país y sus conciencias”. A partir de ese año, el gobierno exaltaría las fechas del 1 de mayo y del 17 de octubre y fue por esa época se acuñaría la frase “Perón cumple, Evita dignifica”. Pero esa es otra historia.
El día que Evita pidió a sus descamisados “romper cabezas a botellazos” a los que hablasen mal de Perón
Lo dijo en un discurso pronunciado ante obreros ferroviarios del puerto de Rosario, acompañada por los gobernadores de Buenos Aires y Santa Fe y otras autoridades nacionales