Si hay una habilidad que hay que reconocerle al presidente Alberto Fernández es su destreza para desmembrar oposiciones. Creador del verbo “borocotizar”, cooptó -siendo jefe de Gabinete- al célebre doctor Eduardo Lorenzo Borocotó, en 2005, días después de haber entrado como diputado nacional por la lista del Pro y logró que se pasara a las filas del peronismo. Estos días, desde distintos sectores, intentan instalar categorizaciones dentro de la oposición tales como “halcones” y “palomas”. Nada más lejos de eso. Con una prosa rebuscada y repleta de filigranas castrenses cargadas de términos que remiten a la pertenencia a la patria, llaman a que no haya fisuras, a encolumnarse detrás del comandante y a ser fieles soldados en la lucha contra ese enemigo común llamado coronavirus. Ni Fernández es comandante, ni la oposición se compone de soldados, ni la sociedad es un ejército, ni nuestro país está en guerra. El Presidente fue elegido por más de doce millones de personas para presidir el Poder Ejecutivo y quienes formamos parte del Poder Legislativo fuimos votados por diez millones de compatriotas para cumplir con nuestra labor. El coronavirus es un flagelo sanitario de extrema gravedad y en nuestro país el tipo de gobierno es una democracia republicana que no debe entrar en modo “hibernar” ni siquiera en medio de una guerra. Pero antes de poner blanco sobre negro, cabe aclarar la función de la oposición al partido gobernante en una democracia. Ante todo hay que refrescar el significado de la palabra patria según la RAE: “Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. Es decir que honrar a la patria es apegarse a las normas jurídicas que emanan de su condición de nación. Ergo, en el caso de quienes ejercemos el rol legislativo es cumplir con nuestra misión de equilibrar -desde nuestro Poder- las balanzas de las instituciones a través del control de los gobernantes. Desde distintos sectores de la política he escuchado decir que es momento de no cuestionar porque al país no le fue bien haciendo uso de nuestras facultades de oficialismo y oposición en los últimos años. A quienes sostienen esas teorías carentes de toda argumentación fáctica vale la pena recordarles que los dos momentos en donde el oficialismo más se vandalizó robando desde el Estado fueron justamente cuando la oposición era sumamente débil: segunda presidencia de Menem y segunda presidencia de CFK. Nunca en democracia se robó tanto como en esos dos períodos. Es por eso que considero una falacia dividir a la oposición entre halcones y palomas. Los que consideramos que el rol opositor debe hacerse activo como lo requiere la democracia republicana y con responsabilidad somos opositores, no halcones. Somos políticos, no animales. Somos contundentes, no aves de paso. Hemos sido sumamente responsables -como corresponde- apoyando al Gobierno en todas las decisiones vinculadas al trato de la pandemia y acompañando a los ejecutivos de todo signo político en su trato con el oficialismo comprendiendo sus responsabilidades como gestores. Los que entienden que en este momento deben callar ante la suelta de presos, los sobreprecios, los pedidos de la secretaria de DDHH para liberar a Jaime, gobernar por decreto, emitir sin freno, hacer cyberpatrullaje, abandonar a los varados, no dar conferencias de prensa, salirnos del Mercosur, pelearnos con Chile, amenazar a la Corte Suprema de Justicia, referenciarnos a Cuba y el grupo de Puebla, etc. no son palomas, son oficialismo. Callar es ser funcional a un oficialismo que sabe mucho de quebrar oposiciones. Acompañar las políticas opuestas que enunciamos cuando fuimos votados lejos de hacer patria es traicionar la representación otorgada.
No es el momento de callar
Si hay una habilidad que hay que reconocerle al presidente Alberto Fernández es su destreza para desm