Sociedad

Vivía en Estados Unidos, sabía que era adoptado y buscó su verdadera identidad: “Mi mamá me parió con los ojos vendados arriba de una chapa”

Martín Ogando Montesano, criado como Diego Berestycki por una familia que no tenía vínculo con el gobierno militar, siempre supo que era adoptado. Instalado en Miami, con la muerte de sus padres inició el camino para conocer su verdadera historia. Sus miedos y cómo se convirtió en “el Nieto 118”. El testimonio de Delia Giovanola de Califano, la abuela que lo buscó incansablemente hasta encontrarlo y hoy, con 93 años, sigue luchando

“No abra, es el Ejército, queda una nena sola durmiendo en una cuna”. Ese grito en la madrugada despertó a una vecina del fondo: en el departamento de adelante un grupo de encapuchados se llevaba a la rastra a una pareja que descansaba en su casa de La Plata. Él, Jorge Ogando, era empleado bancario; ella, Stella Maris Montesano, con 27 años era abogada y cursaba un embarazo de 8 meses. La nena que dormía era Virginia, la hija de ambos, de apenas 3 años. De esa historia que comenzó en octubre de 1976 y de todo lo que ocurrió después, Martín Ogando Montesano –que fue criado como Diego Berestycki– fue recogiendo piezas mucho tiempo después. Supo, con el tiempo, que había nacido en el centro clandestino de detención –uno de los tantos montados por la dictadura militar que tomó el poder en 1976 en la Argentina, donde eran torturados y llevados prisioneros de manera ilegal y donde miles terminaron siendo víctimas de delitos de lesa humanidad– conocido como El Pozo de Banfield. “Me secuestraron con 8 meses de gestación, en la panza de mi madre, me hicieron nacer en la cocina de una celda toda sucia, sobreviví de casualidad. Me contaron que estuve con mi madre apenas tres días. Después me separaron de ella, me vendieron y durante 39 años me robaron mi identidad. Eso me pasó a mí, ni hablar a mis padres que los torturaron y los hicieron desaparecer. Mi madre me dio a luz esposada y con los ojos vendados arriba de una chapa, en un lugar asqueroso, mugriento”, recuerda él, que es Diego, Martín y también “el nieto recuperado 118 de Abuelas de Plaza de Mayo” (hasta fines de 2019 eran 130 los nietos recuperados por Abuelas y se calcula que fueron más de 400 los bebés apropiados durante la dictadura). Esta entrevista con Infobae, es la primera que da desde que conoció su historia. Es la primera vez que revela cómo fue ese camino de lucha y búsqueda, sus miedos y el cambio en su vida cuando supo la verdad. Diego o Martín (en Estados Unidos lo llaman con el primer nombre, su familia porteña con el segundo -el que quería ponerle su madre-, él usa los dos), de visita en el país, se conmueve al recordar. También está feliz. Uno de los pilares para ir entendiendo ese entramado, que hasta la actualidad se sigue engordando con nuevos testimonios, relatos y búsquedas, es Delia Giovanola, la mujer que pocas horas después de esa madrugada atroz, se hizo cargo de la pequeña que había sido separada violentamente de sus padres y empezó la búsqueda de aquel bebé que nació poco después, cuando su hijo y su nuera estaban en cautiverio. Tanto caminó, investigó y se movió que terminó convirtiéndose en una de las 12 fundadoras de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo. “Yo siento mucho orgullo por ella, mi abuela es una persona muy especial. Y también es muy cómica”, afirma él sonriendo, mientras cuenta que en los últimos días le llegó una imagen de la muy comentada película Los dos Papas, en la que aparece justamente una imagen de Delia, en la Plaza de Mayo, pidiendo en plena dictadura por la aparición de su hijo, junto con otras madres y abuelas que recién empezaban a juntarse en ese lugar icónico. Él, que vive en Miami, Estados Unidos, desde hace 20 años y es padre de dos hijas de 15 y 11 años, empezó a encontrarse con su historia en 2015. –¿Dónde creciste? –En el barrio de Colegiales, Buenos Aires. Crecí con Armando y Sofía, mis padres de adopción, por así decirlo, y con Lorena, mi hermana no de sangre, digamos. Una familia de clase media: él era comerciante, después de trabajar afuera pusieron un pequeño mercadito propio. Los años del corralito y toda la crisis fueron complicados para ellos, como para muchos. Entonces se retiraron y se fueron a vivir a Las Toninas, donde teníamos una casa de veraneo. Vivieron hasta el 2015. Ellos, con diferencia de pocos meses, fallecieron de cáncer. Y a partir de ahí es que me presento en Abuelas. –¿A vos te habían dicho que eras adoptado? ¿Por qué tenías dudas sobre tu identidad? –Porque la cosa es así: yo siempre supe que no era hijo de Armando. Y siempre lo charlábamos, siempre hablábamos de cómo había sido que él me adoptó, entre comillas. Él no podía tener hijos y lo que más quería era tener un hijo. Entonces le dijeron: “Andá a tal clínica de la localidad de Wilde. Tenés que llevar bastante plata y ahí ves”. Y así es como fue. Él se presentó en esta clínica clandestina y, bueno, le vendieron un bebé. Él pagó por mí. –¿Esto fue una iniciativa de Armando solo? –Armando en ese momento estaba con otra mujer, Ana. Armando y Ana me fueron a adoptar. Estaban casados. Pero cuando yo tenía un año ellos se separan. Al tiempo, Armando se junta con Sofía, que a su vez tenía a Lorena, mi hermana que me lleva un año y medio. Entonces ahí se arma esta familia. Cuando estuve en primer grado, cuando ya tuve un poco más de noción, pedí irme a vivir con Armando y ya no más con Ana. Y ahí ya me quedé. Con Armando siempre hablábamos de todo, de cómo fue mi “adopción”, de que fue en diciembre del ‘76, plena dictadura. Y siempre estaba en el aire el tema de que yo podía ser hijo de desaparecidos. De alguna manera tuve esa suerte de que se hablara, a diferencia de otros nietos recuperados. A muchos les dijeron, hasta muy grandes, que eran hijos biológicos de esas familias. Hasta que se hacían el test y les daba lo contrario. En ese sentido, yo le súper agradezco a Armando que me haya dicho siempre la verdad. –¿Sabías algo de Abuelas de Plaza de Mayo o de cómo era el procedimiento para que te hicieran el test de ADN? –Uno siempre había visto o escuchado el slogan. Muchos crecimos escuchando “si tenés dudas de tu identidad y naciste entre el ‘75 y el ‘80 presentate a Abuelas”. Así que lo hice de manera espontánea. Me atendió una muchacha que, en el momento que vio mi partida de nacimiento, me dijo: “Esta partida es trucha”. Ellos tienen experiencia en detectar esas cosas, para mí era la partida con la que me había manejado toda mi vida, en trámites, en escuelas, en todos lados. Además hubo un dato que le debe haber llamado la atención: la firma “Franicevich”. Franicevich es una partera de la dictadura, que estaba directamente relacionada con lo que se conoció como “Circuito Camps”. –Vos esperaste que Armando y Sofía murieran para iniciar esta búsqueda. ¿Por qué tomaste esa determinación? –Yo sentía que no era mi momento, que les debía respeto. Y también sentía que, en el caso de que el análisis me diese positivo, podrían llegar a tener problemas con la Justicia. La verdad es que todo eso yo no lo quería. No es que yo esperé, sino que se dieron así las cosas. Ellos fallecieron y a partir de ahí empecé. Pero siempre crecí con eso de querer saber sobre mi identidad. Quería saber de dónde venía, crecí con un apellido polaco y quería saber si venía de esos lados, de Polonia, de Italia, o de España, qué sé yo... Tengo rasgos rubios y de ojos claros, entonces me parecía que tal vez de algún lugar así venía. –Hay historias de chicos apropiados que tuvieron vínculos muy conflictivos con las familias con las que crecieron sin saber su verdadera identidad. No parece ser tu caso... –Yo sé que a otros nietos recuperados los han criado militares, los han criado mal o a las piñas, con torturas físicas y psicológicas. Incluso a algunos los han criado los mismos militares que han torturado y desaparecido a sus propios padres. Un horror. En ese sentido yo tuve suerte. Me criaron bien, con cariño. LA ABUELA “Mi nombre es Delia Cecilia Giovanola y puedo decirlo porque sé quién soy”, comienza su diálogo con Infobae y agrega: “Nací en la prehistoria (risas), en 1926, en la ciudad de La Plata. En febrero cumplo 94 años”. Delia creció en la ciudad a la que su abuelo llegó desde Italia para embellecer. “Mi familia vino desde Milán a fundar la ciudad de La Plata, a hacer obras, edificios ornamentados. Él vino con dos o tres hijos, entre ellos mi padre, que también fue escultor. Me recibí de maestra y empecé a ejercer en el ‘45. Hice mi carrera docente y me jubilé como directora de escuela, justamente, a raíz del golpe militar. Lo tuve que hacer obligatoriamente”, recuerda. Uno de los primeros dolores que tuvo que afrontar en la vida fue la muerte de su primer esposo: “Me casé muy joven, a los 20 años, y tuve un único hijo, Jorge. Enviudé a los 37 años. Jorgito tenía 15. Ahí empecé a trabajar de todo lo que podía porque yo era el sostén. También estudié bibliotecología, que me sirvió mucho”. Durante sus años de docente era, de alguna manera, la maestra del barrio. La escuela donde trabajaba quedaba en la esquina, así que su casa era una especie de continuidad del establecimiento: “Mi hogar era una sucursal de la escuela. De hecho la propia Stella Maris, que terminó casándose con mi hijo, había sido alumna mía cuando tenía 5 años. La mamá me la trajo a casa junto con su hermana melliza, Lili, porque quería que aprendieran a leer y escribir para adelantarlas un grado. Fue realmente maravilloso porque fue increíble lo que aprendieron”. Años después, la docente se casó nuevamente y se mudó con su nuevo marido a Villa Ballester. Para entonces su hijo, empleado del Banco Provincia en La Plata, se había casado con Stella y tenían una hija. “Ese octubre del ‘76 me llama por teléfono a la escuela la hermana melliza de Stella y me dice: ‘Delia, se llevaron a los chicos’. No tenía la menor idea de qué me hablaba. ¿Quién los llevó? ¿Dónde? ¿Cómo? Era una pregunta tras otra. Y cada vez era peor la respuesta: terminé gritando y llorando en la dirección de la escuela. No entendía nada ni sabía nada. Yo hacía mucho que ya no vivía en La Plata, en la ciudad siempre hubo movilización estudiantil, eso lo viví toda mi vida. Pero acá en Ballester yo vivía en otro mundo, no existían las universidades, las luchas estudiantiles, nada. Y no entendía qué pasaba. Me fui a La Plata y me la traje a mi nieta Virginia a vivir con nosotros”, afirma. En medio de la incertidumbre, Delia y su esposo se encargaron de la crianza de Virginia: “Al principio éramos como los padres, criando a una criatura de tres años. Eran días de no poder llorar, con ella chiquita. Un día, después de no sé cuánto tiempo de que se llevaron a los padres, mientras la acunaba a la noche para dormirla, me dice: ‘¿Abuela, hoy no llorás?’. Los chicos saben todo". La búsqueda de Delia empezó, entonces, por el paradero de su hijo y de su nuera: “Instintivamente salí a buscarlos, entre las primerísimas madres. Estaba Azucena Villaflor en la Plaza de Mayo, éramos muy poquitas y nos quedábamos paradas hablando, hasta que los militares con armas largas nos dicen ‘no pueden estar paradas, hay estado de sitio tienen que circular’. Y ahí empezamos a circular y, qué ironía, fueron ellos quienes nos obligaron a hacer la ronda. La verdad es que yo cuento la historia desde mis vivencias y mis recuerdos: yo busqué primero a mi hijo y mi nuera y después al nieto”. A medida que el tiempo pasaba, en la casa de Delia crecía Virginia y ella seguía asistiendo a las rondas donde se encontraba con esas otras mujeres que vivían lo mismo que ella. Un día, una de las presentes sorprendió al grupo con un pedido especial: “Si hay alguna madre o suegra de embarazadas, que venga”. “Y ahí salí, cuando éramos dos o tres posibles abuelas. Empezábamos a ver cómo buscábamos al nieto. Con la experiencia de buscar a los hijos, buscábamos a los nietos: en vez de ir a cárceles, visitábamos Casa Cuna, guarderías, hospitales donde nacieran bebés, presentábamos hábeas corpus en tribunales de menores. Lo que hacíamos con los grandes, lo hacíamos igual con los bebés. Así fuimos dando nuestros primeros pasos”. Delia integró el grupo de las primeras 12 Abuelas de Plaza de Mayo y, como sostiene hoy, lleva 43 años en una institución que atravesó las fronteras y se convirtió en un emblema mundial de la búsqueda de la identidad y los derechos humanos. En el medio supo que su nieto había nacido en un centro clandestino de detención, que era rubio y de ojos celestes, que los padres lo querían llamar Martín y que Stella conservó un pedazo de cordón umbilical que, mediante otros detenidos, llegó a manos de Jorge, para que él supiera que el bebé había nacido. Quien la acompañó durante años fue su nieta Virginia, que llegó a donar su sangre al Banco de Datos Genéticos para que, en caso de encontrarlo, fuera contrastada con la de su hermano. Hasta que en 2011, un nuevo dolor golpeó a Delia de manera inesperada: a los 38 años, Virginia se quitó la vida. “Ella no pudo salir de una depresión muy tremenda. Es algo que no voy a superar nunca”, afirma Delia y su voz se entrecorta. “Pero así como prometí buscar a mi hijo, le prometí a ella buscar a su hermano”, señala. EL BANCO Después de la primera reunión en la sede de Abuelas, comenzó una pequeña investigación y a aquel joven que entonces tenía un documento en el que se llamaba Diego lo mandaron a hacerse una extracción de sangre, para comprobar si su identidad se correspondía con la de los familiares de desaparecidos que se conserva en el Banco Nacional de Datos Genéticos, el organismo que funciona desde 1987 y que, tal como explica en su página web, es el “archivo público y sistemático de material genético y muestras biológicas de familiares de personas secuestradas y desaparecidas durante la dictadura militar argentina”. La licenciada en genética y doctora egresada en la Universidad de Buenos Aires (UBA) Carolina Álvarez trabajó durante cinco años en esa institución, que es reconocida a nivel internacional. “Cuando la muestra ingresa al Banco lo hace mediante un número, nosotros no sabemos de quién es, así que ante cada muestra que ingresa lo vivimos como una nueva esperanza de que pueda ser un posible nieto”, señala a Infobae la especialista, que en la actualidad reside en Miami, casualmente la misma ciudad en la que vivió durante 20 años Diego, a quien ayudó a recuperar su identidad. “Trabajar en el Banco en lo personal me marcó de manera significativa ya que poder conjugar la ciencia al servicio de los derechos humanos y poder devolver la identidad de una persona es una de las labores más nobles de las cuales pude ser parte y siento orgullo de haber podido aportar un granito de arena y devolver la esperanza a muchas familias tras años de búsqueda. Fue un trabajo que me marcó favorablemente: te hace entender la historia de un hecho tan grave de nuestro país y poder utilizar la genética forense y poder restaurar al menos un poco esas historias es algo muy fuerte”, agrega la experta. Como entonces Diego estaba viviendo en Miami, la extracción se hizo en el consulado argentino de esa ciudad. “Me atendió el cónsul, fue todo bien protocolar y serio, con una enfermera matriculada. Me extrajeron sangre y todo siguió varios pasos de seguridad, todo firmado y lacrado por el cónsul. Eso viajó en valija diplomática a la Argentina y de ahí, al Banco Genético”, apunta él. –¿Estabas ansioso por los resultados? –Es que pasaron más de cinco meses sin novedades. Hasta que el 5 de noviembre de 2015 yo estaba trabajando en mi oficina, solo, me llaman por teléfono. Era Claudia Carlotto. Cuando me dice “Carlotto” yo pienso: “Upa, acá pasa algo”. Ella me pregunta si yo estaba sentado, me dice que teníamos que hablar de algo muy importante. Entonces ahí es donde me dice que el análisis había dado positivo. –¿Cómo siguió el diálogo a tantos kilómetros de distancia? –Ella me dice: “Te cuento que tu padre se llamaba Jorge Oscar Ogando, tu mamá Stella Maris Montesano. Ellos están desaparecidos, vos naciste en el Pozo de Banfield, un centro clandestino de detención. Y tenés una abuelita que te buscó toda su vida, durante 39 años, que se llama Delia, que es una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo”. -¿Cómo reaccionaste? -Yo le digo: “¿En serio?”. “Sí, sí”, me responde. Yo estaba solo recibiendo esta información de todo lo que había tenido que ser mi vida. Me dicen también que yo tenía una hermanita. “¿Cómo?”. “Sí, tenías una hermana que participó un montón en tu búsqueda, ansiaba mucho encontrarte pero en 2011 sufrió una depresión muy grande y se quitó la vida”. Yo seguía recibiendo toda esta información, me cuentan todas estas cosas que son súper fuertes para mí. Y bueno, enseguida le pregunté por mi abuela. “¿Qué? ¿Está ahí mi abuela? ¿Me la podés pasar?”, le digo. Y ahí me pasan con ella. Enseguida ella me dice, toda exaltada: “Hola, hola, ¿Martín?”. Y yo le digo: “Diego habla acá”. “Bueno, bueno, pero para mí vos sos Martín, yo te busqué toda mi vida como Martín. ¿Te molesta que te diga Martín?”. Le digo: “No, no me molesta, me agarra desprevenido”. La verdad es que mi abuela es un amor, es muy simpática. –¿Cómo te llevás con esta suerte de dualidad que surge a partir de ese momento? Vos siempre respondiste y te presentás como Diego, a la vez los que te buscaban, buscaron siempre a Martín y te llaman así. –Sí, por supuesto. Mi abuela me llama Martín. Ya me acostumbré. Acá en Argentina mi partida de nacimiento vieja ya no existe más. Me hicieron una nueva y un DNI nuevo donde figuro como Diego Martín Ogando. Me mantuvieron el número de siempre. Es todo un tema, realmente un lío de explicar (risas). Pero cuando me preguntan, yo digo que no es que cambié la identidad sino que agregué identidad. No es que borré todos los años que viví como Diego Berestycki, sino que a esos años ahora les estoy agregando años como Martín Ogando. Por su parte, la genetista Carolina Álvarez, conserva los mejores recuerdos de su tarea: “Siento ser una privilegiada por haber sido parte un poco de algunas historias de vida que me marcaron, como la historia de Diego y su abuela Delia y así tantas otras historias conmovedoras. Una vez restituida su identidad pude conocerlo en un evento que se organizó por los 30 años del Banco y ahí me lo presentaron con la suerte de poder generar un vínculo mucho más estrecho ya que en la actualidad ambos vivimos en Miami. En lo personal este caso para mí fue muy emocionante por haber sido, además, la primera restitución que tuvimos luego del traspaso del BNDG a la órbita del Ministerio de Ciencia y Tecnología”. EL ENCUENTRO Delia recuerda que tenía que ir desde Villa Ballester hasta el Centro Cultural Kirchner, a un evento. En el camino, la llaman para que cambiara el destino y fuera a la sede central de Abuelas a almorzar, en el centro porteño. Ella decía que no, que se había comprometido a ir a ese acto, que no podía faltar. La charla siguió un buen rato, hasta que le mintieron, le dijeron que el acto se había suspendido. Entonces, como ya había salido de su casa y el auto que la llevaba se encontraba en medio de la autopista, fue al edificio de la organización y se encontró a todos muy silenciosos. Hasta que finalmente le dijeron, en una especie de grito colectivo, lo que ocurría: “¡Encontramos a Martín”. “Ahí me pongo a gritar y a llorar en la parte del frente. Pero yo veía que se iban al fondo algunos. En ese momento no conocía bien el protocolo cuando aparece un nieto, porque siempre llegaba cuando ya lo habían anunciado o para las conferencias de prensa. Ante la aparición de un nuevo nieto, primero le avisan a la abuela y después al nieto. Si ellos quieren, los ponen en contacto”, señala Delia. Aquel día, fue ella la que escuchó una voz que desde una oficina le dijo: “Tu nieto quiere hablar con vos”. “Fui corriendo como una libélula, ¿te imaginás cómo corre una libélula? (se ríe). Agarro el teléfono y del otro lado, ¡un silencio! Le digo: ‘Hola, Martín’. Y después caigo. Le pregunto si estaba bien que lo llamara así. Y él me dice: ‘Podés llamarme como quieras, me buscaste 39 años’", recuerda con orgullo. Pocos días después de aquella primera llamada, Delia y Diego Martín pudieron encontrarse en la Argentina. Él se tomó un avión desde Miami con sus hijas y su esposa de entonces. –¿Cómo fue el encuentro? –El 17 de diciembre viajamos para Argentina a conocer a mi nueva vieja familia (risas). En el aeropuerto fue a buscarme la tía Lili, ahí es que la conozco a la melliza de mi madre. Al día siguiente voy a conocer a mi abuela. Hay una anécdota porque habíamos dicho que íbamos a la mañana para desayunar y llegamos más cerca del mediodía. Cuando llego, ella agarra la puerta y ya de lejos me señala el reloj como diciendo “estás súper atrasado” (risas). Ella es muy cómica. Y fue espectacular. Abrazos, besos. También con mis nenas. -¿Cómo es el vínculo con tu abuela a la distancia? -Hablamos mucho por teléfono. Por suerte ella es una abuela muy tecnológica, muy canchera con el celular, a pesar de que ahora en pocos días cumple 94 años. Con la tecnología anda bárbaro: tiene su Facebook, tiene su Instagram. Está todo el día contestando mensajes en el Facebook, maneja el teléfono y Whatsapp perfecto. Y yo estoy viajando más a Argentina. Para Delia, el vínculo con su nieto es “una de las mejores cosas” que le dio la vida. “Él fue comprado, pero la persona que lo crió lo hizo con mucho amor y es una persona muy cariñosa. Es igual a mi hijo Jorge”, señala y cuenta que tienen contacto diario. “Cuando voy a las reuniones en Abuelas, más de una vez me retan. Me dicen: ‘Ya estás con el celular otra vez’”, dice Delia y agrega: “La verdad es que hacen bien en retarme; yo no me comporto como una abuela, tengo mis defectos, hice rappel a los 84 años y manejo lanchas. Y es como digo siempre: estoy en peligro de extinción”. Si tenés dudas sobre tu identidad o conocés a alguien que puede ser hijo de desaparecidos, contactate con Abuelas de Plaza de Mayo: 0054 11 4384 0983 Seguí leyendo

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