En rigor no dice nada diferente a lo que proponía Cambiemos cuando asumió. Sus funcionarios también creían que se iba a crecer solo porque con buena onda y entusiasmo iba a haber una lluvia de inversiones. La sequía de inversiones duró cuatro años y terminamos en una catástrofe económica. Una vez más hay que destacar que la crisis de la deuda es el síntoma de la enfermedad. Es la fiebre de la infección, y la infección es consecuencia de un Estado que sistemáticamente gasta más de lo que recauda y se endeuda para financiar ese exceso de gasto. No comparto la visión de que Argentina no crece porque se endeuda. En todo caso el endeudamiento público complica más la cosa, pero la causa fundamental de la falta de crecimiento es la ausencia de instituciones confiables que atraigan inversiones. Esto es un gasto público austero, un sistema tributario sencillo de liquidar y pagable por el contribuyente, una legislación laboral que incentive la contratación de mano de obra, respeto por los derechos de propiedad, menos regulaciones, una economía integrada al mundo, etc. Esas son las reglas de juego para crecer, pero la dirigencia política argentina está empeñada a llegar al poder para luego conseguir votos repartiendo subsidios, planes sociales y puestos públicos a diestra y siniestra. Ese festival de populismo eleva el gasto público hasta niveles que ahogan al sector privado con presión impositiva, luego se recurre al impuesto inflacionario y posteriormente al endeudamiento, cuando no a alguna confiscación de ahorros en los bancos. Es evidente que si el Estado aumenta el gasto público, en algún momento los recursos no van a alcanzar y si se toma deuda para financiar el déficit, el gasto aumenta en forma automática por la carga de los intereses de la deuda. Esto se vio en reiteradas oportunidades. Y como no se genera superávit fiscal primario para pagar los intereses, no solo se renueva la deuda tomada sino que se toma más deuda para pagar los intereses hasta que caemos en default. El problema de la Argentina es el populismo De manera que el problema grave que hoy tiene Argentina por delante no es la deuda pública. Ni siquiera es el más urgente. El real problema es tener una dirigencia política que deje de hacer populismo y presente un discurso que al menos atraiga la atención de los inversores y los seduzca y, junto con ese discurso, presente un plan económico que vaya desarmando este Estado elefantiásico, con impuestos descomunales y regulaciones insólitas. El problema pasa por las reglas de juego y el discurso de la dirigencia política que espanta inversiones con sus dichos. La deuda va resolverse más fácilmente si se presenta un discurso que muestre en serio un camino de crecimiento con un plan consistente y gente de trayectoria que inspire confianza en los inversores. No solo tiene que inspirar confianza el presidente y la dirigencia política, sino que su equipo de trabajó requiere de gente con suficiente prestigio para, inicialmente, cambiar las expectativas de los agentes económicos. En síntesis, todo parece indicar que el nuevo gobierno pondrá todos los cañones del tema económico en ver cómo resuelve el problema de la deuda. Eso debería ser el último paso de un plan económico, primero hay que formular una propuesta para desarmar este sistema económico que llevó a la decadencia que se ve con asombro como si fuera un castigo divino o mala suerte, en vez de absoluta impericia en la gestión de varios gobiernos.
No es la deuda la que frena el crecimiento, es la política económica populista
El real problema es tener una dirigencia política que presente un discurso que al menos atraiga la atención de los inversores y presente un plan que vaya desarmando un Estado elefantiásico