Política

El búnker de Alberto. La caótica antesala del poder peronista

La guardiana de la antesala del poder se llama Agustina. Morocha, con flequillo, delgada, pestañas gi

La guardiana de la antesala del poder se llama Agustina. Morocha, con flequillo, delgada, pestañas gigantes a fuerza de rímel, luce blusa animal print, pantalón negro ajustado y uñas rojo fuerte. Toma té mientras tararea en voz alta a Andrés Calamaro: "Esta veeeez, el doloooor va a terminaaar". Nada más adecuado para recibir a los "compañeros" que anhelan un cambio de gobierno. En el edificio de San Telmo, en México 337, trabajan unas 25 personas con una sola misión: convertir a su jefe, Alberto Fernández, en presidente. En esos 300 metros cuadrados que hasta mayo albergaban el showroom de una fábrica de muebles de diseño se cocina con vértigo un proyecto de poder. En el hall, una gigantografía de Alberto y Cristina Kirchner recibe el incesante ir y venir de visitantes, un centenar al día. El venezolano de negro que acompaña a Agustina es portero y hombre de seguridad. Con ella se anuncian los busquines de la política, los que quieren una selfie con el candidato, los que vienen a pedir trabajo, ayuda, un subsidio, y, mezclados entre ellos, futuros ministros o con ambición de serlo, gobernadores, intendentes, diputados, senadores, abogados, punteros, publicistas y pesos pesados del peronismo de todos los colores. Fernández llega allí por las mañanas, a veces con su chofer, a veces en taxi, desde su casa de Puerto Madero, a pocas cuadras. Al otro lado de la doble puerta de vidrio blanco esmerilado, que impide ver más allá, se reparten cuatro oficinas. Piso de cemento alisado gris, paredes blancas, obras de arte abstracto decoran el lugar cool, de diseño. Alberto Fernández ocupa la que está junto a la entrada, custodiado por Anita, su secretaria. Dos sillones blancos dan a un jardín de invierno. Detrás del escritorio de Fernández descansa una guitarra, que el candidato suele rasgar cuando se relaja. Casi nunca. En el despacho, se acumulan regalos post-PASO: un muñequito Lego de su propia imagen con la banda presidencial; fotos con Fabiola Yáñez, su novia; o un cuadro al óleo absurdista de su collie Dylan vestido de granadero. Hay fotos con Néstor y Cristina Kirchner. En esa oficina recibió a los enviados del FMI. En la gran sala de reuniones, al lado, rosquea el presidente del PJ, el sanjuanino José Luis Gioja. Se reunió con Santiago Cafiero, 39 años, mate en mano, cabello enrulado, nieto del histórico líder peronista Antonio Cafiero, politólogo y mano derecha de Fernández. Tal vez su futuro jefe de Gabinete. El candidato deriva en él los asuntos importantes que requieren atención urgente, como la reunión con Gioja. Fernández está demorado. Se fue a almorzar sin decir con quién. Eligió un lugar que pensaba discreto: el restaurante del Faena. Pero ese día Alan Faena festejó allí su cumpleaños con 300 personas. El almuerzo secreto con Florencio Randazzo se hizo público y no faltaron especulaciones que lo colocaron en un futuro gabinete. Hacía seis meses que no se veían; Randazzo lo había llamado tras las PASO para felicitarlo y al final concretó el encuentro. En el despacho, se acumulan regalos post-PASO: un muñequito Lego de su propia imagen con la banda presidencial; fotos con Fabiola Yáñez, su novia; o un cuadro al óleo absurdista de su collie Dylan vestido de granadero. Hay fotos con Néstor y Cristina Kirchner En la puerta de las oficinas, a mediodía se presentan ante Agustina un chaqueño y un santiagueño. De hablar pausado, piden ver a Alberto Fernández. Se identifican: "Somos compañeros de facultad del Coqui Capitanich", es la contraseña con la que confían poder pasar. La cancerbera del poder los trata de disuadir, les da un mail, pero al final los anuncia. Comenzó la espera. Son soldados no reconocidos de Malvinas, "compañeros" que buscan una solución. Se les suma al rato un flaco hablador que se presenta como abogado "de los equipos técnicos del Instituto Patria". Al banco, con el resto, a esperar. Ya se habían ocupado casi todas las seis sillas de la entrada cuando entró una señora preguntando por Daniel Arroyo. "Militamos juntos, ¿Está acá? ¿No se reúnen acá?", pregunta. Agustina siempre sonriente la trata de disuadir: "No, no está. ¿Probó en el Instituto Patria?". Arroyo, que suena como ministro de Desarrollo Social, había estado allí hasta el mediodía reunido con Alberto Fernández, al igual que uno de los referentes del Movimiento Evita, Fernando "Chino" Navarro. Julio Zamora, intendente de Tigre, espera sentado en la única silla que queda libre en el hall junto al soldado santiagueño y al chaqueño. Se anunció y nadie advirtió quién era. Se suma después el diputado bonaerense de Pehuajó Pablo Zurro. Esperará al menos dos horas. Es el reloj del peronismo. Los actos partidarios empiezan dos horas tarde y las citas políticas tienen hora incierta. Días atrás le tocó hacer banco al gobernador electo de Santa Fe, Omar Perotti, que tuvo que deletrearle su apellido a Agustina para ser anunciado. Estaba junto a los que dejan cartas y mails con pedidos, que son clasificados por un colaborador de Fernández y derivados para su atención. Mientras tanto, se abrió paso entre la gigantografía de Cristina y Alberto y las flores blancas de la entrada el consultor político catalán Antoni Gutiérrez-Rubí. Zapatos negros, medias negras, pantalón negro, camisa negra y mochila negra al hombro. Solo desentonan los anteojos redondos de carey. Está acompañado de una morocha, de negro. Es el mago de moda del discurso político y de las redes sociales contratado por el Frente Renovador. -Venimos por el debate, para el final -dice. -Tranqui, es pan comido -le contestan los expertos albertistas. -Igual no hay que descuidar los detalles -aconseja el consultor. "A este lo manda Sergio Massa, pero Alberto no le da bola", confía un asesor del candidato. Lo atenderá Juan Courel, encargado de la estrategia de discurso de Alberto Fernández. Courel tiene oficina en el primer piso, Además allí está Juan Pablo Biondi, encargado de prensa de Fernández. Lo espera un periodista de Radio Brisas, de Mar del Plata, donde La Cámpora puede quedarse con la intendencia. Trabaja en este entrepiso, en escritorios encimados, el joven equipo de redes sociales. Son cinco personas. Hiperconectadas, caminan con auriculares Bluetooth para no perder ninguna llamada. Es el reloj del peronismo. Los actos partidarios empiezan dos horas tarde y las citas políticas tienen hora incierta. Días atrás le tocó hacer banco al gobernador electo de Santa Fe, Omar Perotti Tras el almuerzo, Fernández llegó a sus oficinas y se sumó a la charla mano a mano con Gioja. Arreglaron la gira del candidato por San Juan, su visita a la sede del PJ y la política a seguir con las empresas mineras, sostén económico de la provincia. Luego de tres horas de reuniones, Gioja se subió en el asiento delantero de un larguísimo Peugeot 408 blanco con chofer y vidrios polarizados y se fue. En el búnker, Santiago Cafiero va por su reunión número 10 del día. Lo asiste Cecilia Gómez Miranda, comunicadora social de la Universidad de La Plata del Grupo Callao, albertismo puro de la primera hora. Su escritorio, en el medio, pivotea entre los de los demás. Juan Manuel Olmos, hombre fuerte del PJ porteño, atiende ahí donde recibió a Jorge Landeau, el apoderado de la lista de Fernández. Landeau, de impecable ambo marrón, es el arquitecto legal de los amparos para desplazar a la empresa que cuenta los votos contratada por el Gobierno. Por ahora logró poner más veedores para controlar. Su relación con Alberto es vía WhatsApp, como gestiona el candidato sus vínculos con sus colaboradores cuando no puede verlos cara a cara. Landau esperó poco a Olmos. Media hora. La ronda de los despachos en el interior del piso de cemento alisado, gris, es permanente. Olmos sale de un despacho y entra en otros. Guillermo Nielsen se reúne con inversores en el salón de reuniones y Fernández se suma unos minutos para saludarlos y seguir en simultáneo con otra reunión en el despacho de al lado. Estilo Néstor Kirchner. Como en el juego de las sillas, se turnan las visitas. El candidato deriva en Santiago Cafiero, 39 años, cabello ensortijado, los asuntos importantes que requieren atención urgente Un chico y una señora de uniforme azul sirven café y mantienen todo limpio desde una cocina con isla digna de revista de decoración. Da vueltas por el amplio espacio central entre las oficinas, saltando de un despacho a otro, Miguel Cuberos. Camisa slim feet, pantalones chupines y anteojos oscuros. Es uno de los fundadores del Grupo Callao, en pareja con Carolina Papaleo, exfuncionario de Economía, ahora tiene una productora y se dedica a la actividad teatral. Su look lo vende. Integra el círculo del poder. Eduardo Roust, un histórico hombre de prensa del peronismo y de Alberto, también llega al búnker para atender cuestiones de periodistas con Biondi. En eso, desde la calle entra primero un perro guía y a su lado un ciego. Agustina se esfuerza por hacerle entender que nadie lo puede atender por su proyecto sobre perros guía. Pero el hombre, insistente, logra dejarle sus papeles y sus datos. A su lado otro recién llegado pide hablar con una colaboradora de Fernández. La mujer no lo quiere atender. El recién llegado no se desanima y se planta a esperarla mientras vocifera que edita y vende libros contra Macri. En eso, la mujer a la que esperaba sale, cubriéndose el rostro con la cartera para que no la vea, pero el editor persistente la descubre y no logra zafar. A las 19.45 Fernández, sin corbata, sale apurado por la puerta de vidrio esmerilado. El santiagueño, el chaqueño y el abogado que llevan cinco horas haciendo banco le hacen un tacle. Los soldados de Malvinas le contaron su problema y el abogado le dijo que iba a denunciar a Mauricio Macri por la basura en la ciudad. "Hablen con Santiago", los despacha Fernández, no sin antes sacarse una selfie con cada uno y salir a la calle, donde se zambulló en un taxi que traqueteaba por el empedrado.

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