De pronto, en el celular de Mauricio Macri empezaron a acumularse videos, fotos y mensajes de amigos y conocidos que estaban en la Plaza de Mayo. Uno le llamó particularmente la atención. Era de Juan Campanella. “Estaría bueno que fueras”, le escribió desde España el director de cine. El Presidente estaba frente a la pantalla de TV, pero en el momento del mensaje todavía los canales transmitían en forma intermitente. “Quiero ir”, le dijo a Juliana Awada media hora después de las cinco de la tarde. Estaban en Los Abrojos, la quinta de la familia Macri. Antes de prepararse, el primer mandatario llamó por teléfono a Marcos Peña para preguntarle si estaba de acuerdo. “Es impresionante la cantidad de gente que hay”, se entusiasmaron. Hubo una rápida rueda de consultas en el equipo de comunicación. No todos estuvieron de acuerdo con que asistiera. Pero es difícil decirle que no a un jefe de Estado en circunstancias de este tipo. Lo que sí se acordó fue que no participaran ministros y que no pronunciara discurso. “Está en una etapa muy sensible”, contó uno de sus colaboradores. Siempre hay temor al paso en falso. A Macri le pasó al otro día de perder las primarias con Alberto Fernández. Dijo que las turbulencias en los mercados habían sido culpa del triunfo del kirchnerismo. Aún se lo reprochan. Con la bandera argentina, Mauricio Macri y Juliana Awada. Recibir newsletter El operativo de este sábado se montó de urgencia. Fernando De Andreis, el secretario general de la Presidencia, le pidió a la Policía de la Ciudad que quitaran las rejas que separan la Plaza de la Casa de Gobierno para que la gente se pudiera poner más cerca del balcón. Macri y Awada viajaron en auto y no en helicóptero, como suelen hacerlo. Llegaron cuando caía la noche. “Esto es muy fuerte”, balbuceó Macri cuando se acercó al balcón para saludar. Les gritaba a los manifestantes a viva voz, como si pudieran escucharlo: “Vamos que se puede”, “lo vamos a dar vuelta en octubre”, “los abrazo”, “por favor, sigamos juntos, todos juntos que se puede”. Saludaba, se llevaba la mano a la altura del corazón y tiraba besos al aire. Su mujer lo abrazaba. ¡“Argentina, Argentina!”, cantaban en la Plaza. En un momento, Macri volvió a entrar a la Casa Rosada. Dicen que pidió un micrófono, pero que no había. El equipo de sonido solo está disponible para los salones y no se puede trasladar, le explicaron. Volvió al balcón en seguida. El público agitaba banderas celestes y blancas y algunos carteles escritos a mano con consignas en contra de la corrupción kirchnerista. Macri lagrimeaba. En su entorno recordaron que una reacción parecida había tenido en el Teatro Colón, el 30 de noviembre del año pasado, en la gala especial por la cumbre del G-20. Aquella vez se asoció su emoción al año más difícil de la administración, luego de la crisis cambiaria, la suba de la inflación y la recesión que aún hoy afecta a la economía. Ahora el desahogo se produjo tras la durísima derrota electoral frente a Alberto Fernández. “Es una inyección de ánimo espectacular. Una motivación para nuestros propios votantes. Lo necesitábamos”, reconocían distintos voceros del Gobierno. Destacaban que la convocatoria fue espontánea y sin estructuras partidarias que la alimentaran. “No tenemos ese poder”, admiten. En efecto, el apoyo llegó desde afuera de la política. La convocatoria fue a través de las redes sociales. Demasiado prematuro sería arriesgar hasta qué punto podría influir la movilización en la campaña del oficialismo. Antes de cualquier movimiento en la estrategia y en el discurso, el macrismo apuntará a domar el dólar y la inflación. “Si no se estabiliza la economía no hay destino para Mauricio”, coinciden quienes, pese a todo, aún cree que es posible soñar con la reelección.
Un impulso inesperado para Mauricio Macri que llegó desde afuera de la política
De pronto, en el celular de Mauricio Macri empezaron a acumularse videos, fotos y mensajes de amigos…