Tan cerca y tan lejos... Pero bravo igual, Argentina. Todos estos jugadores, más grandes y más chicos, del círculo rojo y de la nueva camada, pueden mirarse a los ojos, caminar con la cabeza en alto y no ser carne de cargadas absurdas vía meme. Es cierto que perder un clásico te deja un gusto que puede apestar en la boca, pero es absolutamente necesario ser razonables, entender el contexto, dejar atrás el pasado, ser equilibrados en el momento y mirar con un moderado optimismo el futuro. El 2-0 se explica desde la eficacia de la dupla Firmino-Gabriel Jesús, la diferencia entre las defensas, ese inoxidable Dani Alves y la siempre influyente cuota de fortuna, un valor innegable más allá de aquello de que a la suerte hay que ayudarla. A la Selección le costó todo y jugó de la única manera viable para equiparar capacidades individuales y tres años de Tite contra un recambio profundo hecho por un entrenador sin ningún tipo de experiencia en la función. Un Scaloni que tomó varias decisiones lógicas en en el período post Mundial (a excepción de algunos cambios en esta Copa). Argentina jugó con el corazón en la mano, a veces al límite, pero jugar con el corazón en la mano es hacerlo al límite. Ahí, la bandera fue Messi. Nada de la mirada clavada en el piso y la sensación de derrotado antes de estarlo. El 10 mostró amor propio, bajó a buscar la pelota para sacarse de encima la marca de Casemiro, sacó a pasear al 5 del Real Madrid un par de veces, el palo le negó el empate, el mejor arquero del mundo le atenazó un tiró libre en el ángulo y no se dio por vencido hasta que el árbitro pitó el final. Se había puesto la cinta afuera de la cancha y ahora comandó al equipo adentro en la madre de todos los partidos. Ni siquiera el bendito VAR nos dio una mano en un foul a Agüero y otro a Otamendi tremendos. La bandera de Brasil es material de análisis de los brasileños, pero vale la pena detenerse un instante en Dani Alves. A los 36 años, riega la cancha de espíritu competitivo, jerarquía, velocidad, intuición, fiereza, viveza y se comió el clásico desde la jugada que rompió el resultado (qué horror que todavía paga el que alguna vez cometió el Barcelona al no retenerlo). Argentina pudo y debió empatarlo antes de ese contragolpe mortífero, a campo por abordar, que comandó Gabriel Jesús y definió Firmino. La Selección lo tuvo con Agüero, un Kun valiente y con amor propio, con un tiro alto desde posición franca de De Paul, con la determinación colectiva y la capacidad para mantener la línea aun en desventaja y, especialmente, en la del tiro en el palo de Messi y el centro posterior que cruzó la línea del arco brasileño. Fue valiente la decisión de Scaloni (si continúa, deberá calmarse al costado de la cancha y ser más tolerante a una supuesta injusticia arbitral) de plantar la formación que plantó. Y los jugadores le respondieron. Aun con fallas, como los zagueros centrales; incluso no con rendimientos anteriores, como el trío de volantes; pero todos con convicción, con fe, con ganas, con vergüenza deportiva. La Argentina de Messi otra vez no ganará un torneo y Messi, de nuevo, no tendrá lo que merece con su equipo nacional. Pero este es el camino para, algún día, conseguirlo. BELO HORIZONTE (ENVIADO ESPECIAL).
Jugó con el corazón en la mano
Argentina y Messi y jugaron su mejor partido en la Copa América pero no fue suficiente contra la eficacia de Brasil. Leo y el Kun Agüero reventaron los palos y nos dieron dos penales. Fue 2-0 pero la Selección puede caminar con la cabeza en alto.