Para no ir a contramano de su historia, Argentina atravesaba momentos de incertidumbre, en los primeros días de Junio de 1974. El estado del Presidente Juan Domingo Perón, era el comentario obligado, porque su endeble salud llenaba de dudas a todos los ámbitos. Por su parte, la atención futbolera tenía dos focos. Por un lado, la participación de la selección en el mundial de Alemania, que marcaba el regreso a la máxima competencia tras ocho años. Por el otro, la definición del Metropolitano, con epicentro en Rosario, porción futbolera por excelencia de nuestra geografía, porque entre Newell´s y Central se iba a dirimir quién sería el campeón. Habían arribado junto con Boca Juniors y Huracán al cuadrangular definitorio. El cuadro rojinegro llegó a la jornada final con dos puntos de ventaja sobre su tradicional adversario, quien lo recibiría en su estadio de Arroyito el domingo 2 de junio, con la firme intención de vencerlo, forzar un desempate y postergar su anhelo de gritar campeón por primera vez. Por el Parque Independencia flotaba la confianza, no solo porque el empate alcanzaba para coronarse, sino por el equipo: sólido, eficaz y con destellos de buen juego, en la zurda de Zanabria. El mismo que ahora nos recibe en su departamento de Belgrano, unos pasos más allá del bullicio de la avenida Cabildo, bajando hacia Libertador, con la calma que nos regalan los centenarios árboles, que resisten estoicamente a los cambios. Lo que nunca se modifica es la forma de ser de Mario: amable, atento, apasionado y con una gran memoria. Y subida a ella viajamos hacia el ´74… "Para nosotros fue una alegría enorme y que llegó en el momento justo. Era un secreto a voces que Newell´s estaba necesitando un campeonato, porque Rosario es una ciudad que no permite una diferencia muy grande en conquistas entre las dos instituciones y Central venía de obtener dos títulos muy seguidos (Nacionales 1971 y 1973). El fútbol tiene cosas poco previsibles, porque por ejemplo, aquel 1974 lo encaramos con austeridad. El equipo fue consiguiendo resultados de a poco. Lo cierto es que se convirtió en una obsesión cuando llegamos al cuadrangular final, que comenzó y terminó en siete días, porque empezaba el Mundial. Para poder encararlo bien, el técnico Juan Carlos Montes decidió hacer una concentración en San Genaro, distante unos kilómetros de Rosario, para poder salir de la olla a presión que era la ciudad". Por más que uno ponga en marcha los mecanismos de la imaginación, es imposible poder suponer lo que habrá sido Rosario en aquellos febriles siete días. Los dos arrancaron bien: "Central le ganó a Boca 3-1 y nosotros 3-2 al Huracán del flaco Menotti que era un equipazo, aunque no tenía ni a Brindisi ni a Houseman, que estaban en Alemania para el Mundial. Uno días después, ganarle a Boca en Parque Patricios 1-0 con gol de Obberti fue importantísimo: nos dio la llave para llegar tranquilos a la última fecha, porque Central perdió con Huracán en la Bombonera. En los últimos minutos la pasamos muy mal, ya que Boca nos atacaba con muchos jugadores. Carrasco, nuestro arquero, fue el gran héroe de la noche: atajó todo, tapó todo. Parecía invencible". Como en un guión cinematográfico, allí estaban los dos frente a frente, para discutir mano a mano la gloria. El sorteo determinó que sea en cancha de Central, que empezó mejor y se puso en ventaja: "Al principio no hubo superioridad de ninguno. Ellos mantuvieron su línea de juego de agruparse bien atrás y tratar de explotar en contragolpe, mientras nosotros tratábamos de llegar tocando. El primer tiempo ya se terminaba y Pavoni hizo un penal llegando tarde a un cruce. El árbitro Dellacasa indicó que se pateaba y listo, no había rebote ni segunda jugada. Gabriel Arias lo pateó muy bien. 1-0 abajo y a los vestuarios puteándolo a Pavoni por lo que había hecho (risas). Salimos convencidos que podíamos, pese a que Central era un equipo difícil para entrarle. Las acciones eran equilibradas y a la salida de un corner, le hicieron una cortina a Carlos Aimar, que metió el cabezazo para el 2-0. El panorama era muy complicado, pero por suerte casi no tuvimos tiempo de ponernos a pensar, porque de inmediato, llegó el descuento de Armando Capurro, también de cabeza". El guión seguía su desarrollo. Con pasión, drama, angustia, incertidumbre. Pero como toda buena película, necesitaba de su héroe. Y en aquel soleado y fresco domingo a orillas del Paraná, el muchachito tenía puesta la camiseta número 10 de Newell´s: "Te soy sincero: ese descuento rápido fue decisivo, porque si seguíamos 2-0, no sé si lo hubiésemos logrado empatar. Estar a un gol nos hizo una revolución interna, volvimos a creer en nosotros. A los 81 minutos se produjo aquella jugada: fue un centro de Carlos Picerni hacía el borde del área, allí me la bajó de cabeza Magán, que había entrado por Rocha, y como venía la agarré de sobrepique desde afuera del área. La pelota salió con toda la fuerza y se clavó contra el travesaño de Carlos Biasutto. Cuando vi que entraba y cómo entraba fue una locura. Yo quise patear a ese lugar, pero no siempre sale así. Quedaban pocos minutos y estábamos mejor que ellos, si duraba un poco más, lo ganábamos. Fueron instantes increíbles, con el fervor de alcanzar el sueño. Para el plantel fue importantísimo, pero sobre todo para la gente de Newell´s, que merecía un título. Luego llegaron por suerte varios más como el de Yudica en la temporada 1987/88 (el más brillante), los de Bielsa en los '90, el de Gallego y el de Martino. Cada uno a su estilo. Pero siempre el primero es el que más se recuerda. Además por haberlo logrado en el estadio del tradicional rival". Pero en la mayoría de aquellos hombres que festejaban la primera estrella rojinegra, había un desahogo, el saber que se estaba pagando una deuda por haber perdido la semifinal del Nacional 1971 ante Central con el famoso gol de palomita de Poy: "Aquello había sido muy doloroso para nosotros, sin bien era la semifinal, igual nos ganaron y luego fueron campeones. La gente de Newell´s lo tomó también así, como que la deuda estaba pagada". El fútbol de Rosario se caracterizó por ser una usina inagotable de nuevos valores, un semillero incansable. Aquel plantel poseía nombres importantes y sustentados en unos chicos de inferiores, que estaban llamados a escribir la historia grande: "Los jueves hacíamos fútbol con ellos. Un grupo extraordinario de pibes entre los que estaban Gallego, Alfaro, Giusti y Valdano, que de a poco se fueron incorporando a la primera. También estaba Marcelo Bielsa, que ya desde chico mostraba su perfil bajo, introvertido, concentrado, muy educado. Valdano también insinuaba lo que sería después, dentro y fuera de la cancha. Como jugador, un fenómeno y como persona era distinto a la media del jugador. En cada viaje o en las concentraciones, siempre leyendo algún libro. Su forma de hablar también era diferente". A mediados de 1976, la vida de Zanabria iba a cambiar por el llamado de Boca, donde eslabonaría más alegría en su cadena de títulos. Pocos saben que esa historia, pudo adelantarse seis meses… "Nosotros hacíamos la pretemporada en Necochea y Boca también. Cuando volvíamos de la playa, pasábamos por la puerta del hotel de ellos. Un día, me agarró el loco Gatti, que había sido compañero mío en la selección el año anterior, y me dijo: "Lorenzo quiere hablar con vos. Me preguntó referencias para traerte. Te espera hoy a las siete de la tarde en el bar Barrabás, frente a la playa". Nos saludamos en la barra, sentados en las clásicas banquetas altas. Me habló claro: "River ganó los dos torneos del ´75, Boca no puede ser menos. Hay que ganar los torneos locales y luego cumplirle el sueño al presidente Armando, que es ganar la Copa Libertadores. Usted sabe lo que es Boca". Con pedazos de servilletas de papel, me mostraba en qué lugar de la cancha pensaba ponerme, Obviamente me entusiasmé, pero le dejé en claro que iba a ser difícil que me vendan. A los pocos días llegó la solicitud oficial, pero Newell´s me declaró intransferible. Nuestra campaña no fue buena en ese Metropolitano (donde Boca fue campeón) y al terminar, me pidieron nuevamente y se hizo la operación. Como si fuera un talismán, Mario se vistió de azul y oro y en el primer torneo, salió campeón contra el clásico rival, en la recordada final en cancha de Racing, como una reedición del ´74. "Al principio me costó adaptarme, porque practicaban un juego distinto. En Newell´s jugábamos más cerca, a un toque. Acá recibía la pelota y los punteros Mastrángelo y Felman, ya salían en diagonal esperando el pase. Lorenzo me tuvo paciencia y me fui insertando en el esquema. Para la final del Nacional 76 contra River fui al banco e ingresé al comenzar el segundo tiempo por Felman, que se había lesionado. El Toto me dijo: "Juegue de cuarto volante, no de puntero, así el lateral (Comelles) lo tiene que venir a buscar. A los pocos minutos, River se desorientó en esa zona y sacamos ventajas. Las sabía todas. La victoria con el gol de Suñé fue espectacular, otro hecho soñado. Porque el gran mérito de ese plantel, fue que éramos verdaderos amigos y la sabiduría de Lorenzo de armar el grupo con gente de experiencia: Suñé ya conocía el mundo Boca desde las inferiores, Gatti y Mastrángelo habían jugado en River, Veglio había sido campeón con los Matadores de San Lorenzo, Pancho Sa era múltiple ganador de Libertadores en Independiente, más la buena base que ya había en el club como Pernía, Tarantini, Mouzo, el Chino Benítez y Felman". En febrero de 1981, el ambiente del fútbol se conmocionó por el pase de Maradona a Boca, pero Zanabria no pudo disfrutar de ser su compañero, porque pasó a Argentinos, junto a otros futbolistas, en parte de pago: "Arranqué bien, pero luego tuve una lesión de meniscos que me privó de estar en buena forma. Una pena porque es un gran club, pero no le pude dar lo mejor. Me apuré para volver y fue peor. Nos salvamos del descenso en la fecha final condenando a San Lorenzo". Sin embargo, el destino le tenía reservada una carta feliz al lado de Diego: "El préstamo de un año se venció y en 1982 regresé a Boca. Allí tuve oportunidad de participar de la gira por Asia y Centroamérica y jugar con Maradona. Una cosa maravillosa, siendo parte de un mediocampo con él y Marcelo Trobbiani, más el Flaco Gareca arriba. No perdimos ninguno de los ocho partidos. Diego era un monstruo. Inigualable". Mario colgó sus siempre lustrosos botines en 1983 y al año siguiente, de manera casi sorpresiva, inició su carrera de entrenador, nada menos que en Boca. Primero como interino y luego de ser ayudante de campo de Alfredo Di Stéfano, fue confirmado como técnico principal en los últimos partidos de 1985 y todo 1986. Dirigió varios equipos en el país, con el punto más alto en aquel Newell´s 1996/97 que peleó el título con el River de Ramón Díaz y de donde salieron excelentes futbolistas como Walter Samuel, Damián Manso o Gabriel Heinze. Es muy reconocido en Centroamérica, donde sigue siendo una referencia ineludible y es una figura sumamente respetada. En la actualidad observa todo el fútbol que pasan por televisión y es muy placentero hablar con él por su vasto conocimiento de una liga en pleno desarrollo como la Major League Soccer. También reparte su tiempo dando charlas, como la más reciente, que lo llenó de orgullo: la primera de un ciclo que continuará con otras figuras. Fue con los chicos de las inferiores de su querido Newell´s, donde les inculcan la identificación con esos colores y un sentido de pertenencia muy particular. Debe ser haber sido muy lindo para los Leprosos disfrutar de tener cerca nuevamente al gran Marito. Aquel del zurdazo indeleble: "La cantidad de veces que me han recordado ese gol son incontables. Se transmite de generación en generación. Vienen jóvenes a contármelo, que ni estaban en los planes de sus padres en ese momento. Ahora me dicen 'mi abuelo estaba en el cancha y me contó la historia'. Es la muestra del paso de los años, pero también de un afecto de muchas generaciones". Y cómo no tenerlo, Mario. Si hasta un Canalla de ley como lo era Roberto Fontanarrosa escribió alguna vez: "Un día, charlando con Jorge Valdano, le confié que si Dios hubiese depositado sobre mí la pesada carga de ser hincha de Newell´s, yo hubiese escrito, sin dudas, algún cuento sobre esa final de 1974 en cancha de Central. Porque tuvo todos los condimentos necesarios para armar un gran relato, mal que me pese. La tensión, el drama de la derrota inminente, la esperanza y el grito agónico de la hazaña sobre la hora. No por nada, aquel zurdazo de Marito, aún hoy es levantado como bandera de lucha por la gente del Parque".
A 45 años del zurdazo de Mario Zanabria que cambió la historia del fútbol rosarino: "Cuando vi cómo entraba la pelota fue una locura"
Por Eduardo Bolaños