Política

Los personajes clave del libro de Cristina

Sinceramente llegó en tres días a la cuarta edición y ya alcanza los 126 mil ejemplares impresos. Cristina Fernández de Kirchner convulsionó el mercado editorial y el mundo político con su nuevo libro. Mauricio Macri como carancho del capital financiero. Claudio Bonadio: el sicario judicial. María Eugenia Vidal: el hada buena. De Jorge Bergoglio a …

Sinceramente llegó en tres días a la cuarta edición y ya alcanza los 126 mil ejemplares impresos. Cristina Fernández de Kirchner convulsionó el mercado editorial y el mundo político con su nuevo libro. Mauricio Macri como carancho del capital financiero. Claudio Bonadio: el sicario judicial. María Eugenia Vidal: el hada buena. De Jorge Bergoglio a Roberto Lavagna; de Claudio Bonadio, a Julián Ercolini y Héctor Magnetto. Uno por uno, los personajes más relevantes mencionados en el libro. Para Cristina Fernández de Kirchner la escritura de su nuevo libro ha sido una forma de revisionismo histórico en primera persona. Y, claro está, también un modo deliberado de intervenir en la escena pública. Sinceramente se convirtió en un suceso de ventas (acaba de entrar en imprenta la cuarta edición que será de 60.000 ejemplares y en total van 126.000 impresos), pero sobre todo volvió a demostrar que su figura tiene una fuerza de acción determinante en la vida social y política de Argentina. Redactado con un tono fluido y suelto (propio de su oralidad inconfundible), el libro se convirtió en un tema de agenda imposible de evitar. Y más de un personaje del mundo político debe haber ido corriendo a la librería más cercana para ver si aparecía. Las personas que Cristina menciona en el libro son incontables, propio de su vida como primera mandataria y de su memoria para los detalles (la clave del libro es su forma de hacer historia, de conectar hechos y recuperar trayectorias). De Macri a Vidal, de Bergoglio a Lavagna. Ercolini, Bonadio y Magnetto también tienen lugar en sus páginas. Se suman Néstor, Máximo y Florencia pero también Perón y Evita; Duhalde, Scioli y Cavallo; Cobos, Stolbizer y Fontevecchia, entre muchos otros. Destacamos siete de estas figuras y presentamos un breve perfil junto a un fragmento que los retrata. El actual presidente aparece retratado por capas. Una y otra vez Cristina Fernández de Kirchner vuelve sobre su figura para demostrar, sobre todo, que Macri no se equivoca ni es incapaz sino que sus políticas obedecen a un plan de gobierno y a un modelo de país. En más de una oportunidad cuenta que Macri le anticipó, en reuniones previas a ser presidente, medidas que luego terminó ejecutando. Como si en cierta forma la propia Cristina estuviera asombrada de que Macri pudiera ser tan programático en su gobierno de derecha –aunque ella ya supiera qué era lo que iba a hacer debido a los sectores que representaba pero también por sus propias confesiones en privado. En este sentido el retrato de Cristina es expresivo, lleno de texturas y con pequeños detalles, como si supiera que para hablar de Macri es necesario reponer una historia ideológica del (neo)liberalismo en Argentina pero también dar cuenta de sus movimientos, sus gestos, sus formas algo torpes o tensas de actuar. Se trata del antagonista perfecto. Como si fuera un juego de contraluz, la figura de Macri suele aparecer en el libro rompiendo la cronología, haciendo un salto en el tiempo, para señalar las diferencias entre ambos. De todos modos, la mirada sobre Macri responde a una preocupación por la época, por la coyuntura, por el estado de situación (y la situación del Estado). Cristina escribe sobre Macri para analizar estructuras sociales y proyectos políticos. “El asunto no es que Macri sea un gobernante más o menos inteligente: el tema es el modelo. Macri podría haber sido un capitalista exitoso, disciplinar al sector agroexportador con retenciones escalonadas y diferenciadas, pero eligió ser carancho del capital financiero. Ellos apostaron al sistema económico más depredador de la historia del capitalismo”. (p. 333) El juez Claudio Bonadio acumula una buena cantidad de menciones en el libro debido a que ha sido (y es) un agente judicial que tiene a su cargo varias de las causas contra Cristina. Y en este sentido, la ex presidenta, puntualiza que Bonadio es un brazo ejecutante, un engranaje operativo que responde a un sistema más grande, a un diseño intelectual que no es propio. Por eso mismo muchas de las menciones a Bonadio son al pasar, como quien anota un nombre con fines informativos (y narrativos) pero no necesita detenerse. Salvo, claro está, cuando el relato que desarrolla (causa Amia, por ejemplo) se vuelve imposible de contener sin glosar quién es, para la mirada histórica de Cristina, este juez con aspecto de reo y al que ella llama “el sicario”. Y quizás el punto más interesante de la función de este personaje sea que es la figura principal a través de la que la ex presidenta analiza el sistema judicial, los comportamientos de la corporación y la utilización que ciertos sectores de la política hacen de la justicia. “Hoy me enfrento a fiscales y jueces que me acusan para satisfacer las demandas de quienes me quieren fuera del circuito político argentino. Fiscales y jueces sin escrúpulos que dejan cráteres en la meseta patagónica buscando el dinero que jamás tuve. (…) Tengo claro que quienes gobernamos pensando en las necesidades y en las postergaciones que sufren los más humildes y en los intereses nacionales debemos sufrir el calvario de ver mancillado nuestro nombre y el de nuestros hijos. tengo claro también que es el precio que debo afrontar por ser Cristina”. (p. 460) “Claudio Bonadio, ex funcionario del gobierno de Menem, quien junto a otros funcionarios de ese gobierno estuvo acusado de haber encubierto el atento de la AMIA. Claudio Bonadio, el que había sido separado, con durísimos términos, de la causa de encubrimiento conocida como AMIA II por manifiesta inacción durante años. Claudio Bonadio, quien a esa altura del gobierno de Cambiemos ya estaba convertido en un auténtico sicario judicial, a quien le habían encargado ir por mi cabeza”. (p. 506) La gobernadora de la Provincia de Buenos Aires aparece en el libro como un personaje secundario, es cierto, pero clave para demostrar el tratamiento que han hecho los medios de comunicación de la figura de la mujer en cargos públicos en uno y otro gobierno. Es decir, a Cristina le sirve recurrir a la imagen de Vidal (la imagen que se ha construido sobre ella como una pieza de diseño industrial que va desde el vocabulario hasta la indumentaria) para poner blanco sobre negro con la imagen que los medios han construido sobre ella misma. De hecho, uno de los pasajes con más gracia del libro es cuando la ex presidenta compara las dos caricaturas mediáticas, la de ella y la de Vidal. Pero además, Cristina habla de la gobernadora para señalar un error de lectura propia del que se hace cargo. Ella creía, según escribe, que buena parte de las burlas y maltratos recibidos en los medios durante su gobierno respondían a la misoginia, a que es una mujer. Pero advierte que nada de eso sucede con Vidal, que contra ella no hay una mirada machista (aunque también podría leerse que el lugar “virginal” y de “hada”, para seguir con el léxico de Cristina, en el que ubican a Vidal es también una contraparte del machismo) y que ese trato diferencial se debe a pertenencias políticas. “María Eugenia Vidal: una mujer muy joven, de 45 años y divorciada; que gobierna la provincia más importante del país y a la que no pocos le asignan ‘aptitud presidencial’. Sin embargo, nunca ningún medio o periodista menciona romance ni noviazgo alguno. Todo lo contrario; la presentan como una mujer casi virginal, angelical, una suerte de haba buena. Y ya se sabe, las vírgenes y las hadas no tienen novio y los ángeles ni siquiera sexo”. (p. 45) El hombre fuerte del Grupo Clarín adquiere un rol protagónico hacia el final del libro. El de Magnetto es uno de los perfiles más atractivos de los que deja Cristina Kirchner en Sinceramente porque retrata no tanto al personaje como la relación entre ambos. Y esa relación no es lineal ni está simplificada en la narración de los hechos. Cristina reconoce un poder y un ansia de ser parte de la toma de decisiones de los gobiernos por parte de Magnetto. Como también recuerda los buenos tiempos juntos, las visitas del hombre de Clarín a Olivos y la relación que mantenía con Néstor Kirchner (dice que Magnetto tenía una autentica admiración y simpatía por el entonces presidente). Pero también señala los puntos críticos y los distanciamientos. Por ejemplo, una conversación en la que Magnetto le pide que no haga la reforma del Consejo de la Magistratura. Y, claro está, los momentos de mayor conflicto y enfrentamiento deliberado. Cristina recuerda la frase de Daniel Santoro (al que llama “periodista estrella”) cuando una vez que asumió Macri confiesa que habían hecho “periodismo de guerra”. Y hay un dato, para nada menor y para nada ingenuo, en el que dice que Néstor Kirchner siempre creyó en la posibilidad de reconstruir la relación con Magnetto. “Magnetto sabe que muchos le tienen miedo porque una campaña del Grupo Clarín en contra de ellos los pulveriza y pulveriza sus intereses. Es natural que teman, no estoy diciendo que san cobardes. Magnetto tiene y utiliza ese poder pero no solo para obtener beneficios económicos, sino también para tener poder en la política. Le gusta influir en los sistemas políticos, y por eso controla el sistema de decisiones en el Poder Judicial, al que tiene absolutamente colonizado salvo honrosas excepciones”. (p. 530) El juez Ercolini es otro personaje que deambula en el libro por su rol en causas contra Cristina Kirchner, pero sobre todo (y quizás lo más interesante del breve inciso que le dedica) sea la transformación que experimentó como hombre del poder judicial. El juez Ercolini había sobreseído a Cristina sin siquiera citarla a declarar en la causa que investigaba la obra pública durante el gobierno de Néstor Kirchner. Sin embargo, seis años más tarde cambia de opinión y reactiva la causa en la que se había declarado incompetente para investigar. La lectura que hace Cristina Kirchner es una lectura política en la que observa el uso que se hace de la justicia con fines de desprestigio y acusación mediática. Al punto que, según relata en el libro, el juez Ercolini, al que llama “el mutante”, termina por echar mano a materiales provenientes de los medios masivos de comunicación para poder apuntalar una causa madre que ya estaba cerrada. En este sentido es interesante algo que señalaba tiempo atrás el sociólogo Horacio González cuando analiza que hoy en día los medios no necesitan de la justicia como fuente de noticias sino que, por el contrario, la justicia necesita de los medios para poder sostener acusaciones judiciales. “Para que se entienda: Ercolini me imputa como prueba de conducta delictiva haber designado funcionarios y haber cumplido con la obligación constitucional de enviar el proyecto de ley de presupuesto nacional al Congreso de la Nación para su discusión, sanción y promulgación, una vez aprobado. ¿Qué delitos se pueden tipificar en estos actos institucionales y constitucionales? Obviamente ninguno. El juez Ercolini asumió como propio el relato de los medios”. (p. 447) El ex ministro de economía es retratado en el libro como un hombre clave durante cierto periodo del gobierno de Néstor Kirchner. Ahí puede leerse el relato de Cristina sobre la negociación que Lavagna y Kirchner llevaron a cabo con los organismos internacionales para saldar la deuda externa. Habían elaborado perfiles precisos de cada acreedor para tener tácticas específicas y diferenciadas. Pero también el momento en el que Lavagna intentó correrse a un lado en la contienda electoral que protagonizaban Cristina Kirchner e Hilda “Chiche” Duhalde y cómo ese hecho fue el principio del fin de la relación. Cuando fue consultado en el programa de Mirtha Legrand por a quien de las dos candidatas apoyaba (una esposa del actual Presidente, otra esposa de quien la propia Cristina llama su “referente político), Lavagna tan solo atinó a decir: “Yo no apoyo a nadie, la economía no va a elecciones”. Es ahí cuando, según puede leerse en el libro, Néstor Kirchner quiere pedirle la renuncia, pero la propia Cristina logra convencerlo de que no lo haga. Cristina alega también que además de ese “acto de deslealtad política” tenían profundas diferencias sobre las tarifas de los servicios públicos. El final es conocido, poco tiempo después Lavagna termina fuera del gobierno. “Lo cierto es que pese a que Lavagna ya no formada parte del gobierno, cuando el 15 de diciembre de 2005 Néstor anunció la cancelación total de la deuda con el FMI por 9.500 millones de dólares, Roberto lo llamó por teléfono. Lo felicitó y le dijo que era una decisión extraordinaria e histórica. La verdad… estuvo muy bien. Trece años después, el gobierno de Macri tiró por la borda el enorme esfuerzo que hicimos los argentinos durante una década”. (p. 203) Ya el nombre del capítulo dedicado al Papa es toda una declaración de principios: “Cuando Jorge era Bergoglio y después fue Francisco”. Única figura pública que tiene un capítulo entero a su servicio. Si hasta ese momento el libro está confeccionado a partir de entradas temáticas (los días después de dejar el gobierno, la historia de la vida familiar, los gobiernos presididos) acá el formato es otro, mucho más dedicado y, podría decirse también, menos altisonante. Cristina reconstruye la relación que los une y, como es inevitable, los conflictos que había entre Nestor Kirchner y Jorge Bergoglio. Pero sobre todo se dedica a ubicar los puntos en común, la preocupación por la pobreza y la desigualdad, y el tipo de relación cercana que tiene. Cristina llega a escribir que las veces que se reunieron, cuando Bergoglio ya era Papa, fueron encuentros muy cálidos entre dos argentinos con intereses comunes y funciones distintas. En este mismo capítulo Cristina deja en claro su posición a favor de la legalización del aborto y explica que es un tema que no habló con Francisco y que cree que va a ser saldado por la sociedad civil. “En el primer almuerzo, recuerdo que conversamos sobre Néstor y yo le dije: ‘Sabe qué creo que pasó entre ustedes, Jorge… -porque le digo Jorge cuando hablamos y no su santidad y él, obviamente, me dice Cristina-. En el fondo, creo que la Argentina era un lugar demasiado chico para ustedes dos juntos’. La verdad, es que lo veo de ese modo. Ambos eran dos grandes jefes y dos grandes hombres y esto último es clave para entender: ambos… eran hombres. Los hombres tienen un concepto del ejercicio de la jefatura totalmente diferente a nosotras, las mujeres”. (p. 387) Comentarios

To Top