Los pañuelos verdes de quienes no han aceptado la derrota legislativa siguen agitándose. En un escenario con claros indicios de nuevos esfuerzos por consagrar el aborto en nuestra legislación en este nuevo año, sorprende el reciente testimonio de algunas niñas madres a edades en las que mejor habría correspondido que estuvieran estudiando y atendiendo su formación. La crónica periodística da cuenta de que una de estas mamás precoces quedó embarazada por primera vez a los 12 años. Perdió a ese bebé naturalmente y quedó nuevamente embarazada al año siguiente cuando su tía se la "olvidó" en casa de un muchacho. Con 14 años, prosiguió su vínculo con el joven padre. Su mamá solo la acompañó a la primera ecografía y luego quiso "hacérselo perder". Otra niña, identificada como "L", que sufrió abuso sexual y fue mamá a los 13, expresó: "Cuando se enteró, mi mamá me lo quiso sacar, pero le dije que no (. . . ) Yo dije: 'Nadie me lo saca'". Los testimonios de las dos son contundentes, tanto como la intención de las dos madres, que coincidentemente apuntaron a "sacarles" los hijos pretendiendo obligarlas a abortar. El relato de estas realidades mueve a reflexionar sobre lo que es natural en la mujer, lo que le viene de su instinto de madre, lo que le nace de sus ovarios casi infantiles. "Nadie me lo saca", afirmarán aferradas a la vida engendrada en sus vientres. Mucho más allá de la forma en que se gestaron los embarazos, claramente nada deseada ni deseable, y recordándonos todo aquello que se ha predicado con justeza sobre la necesidad de una educación sexual preventiva que contemple información sobre el propio cuerpo, resulta admirable y emocionante ver desplegarse el instinto materno. Encarnado, corporizado, ese instinto vital de preservación arrasa con todo lo que se ha dicho y escrito desde una teoría reñida con el derecho a la vida. Despedaza el pañuelo verde, al error inducido del "yo decido sobre mi cuerpo", al feto como desprovisto de vida, entre otras denominaciones eufemísticas creadas para bajar la carga emocional que encierra decir que hablamos de un hijo desde el minuto de la concepción, de un bebé por nacer que se desea eliminar asesinándolo. Admiración hacia las niñas madres, madrazas por cierto. Tristeza para las "abuelas abortistas" que felizmente no lograron su criminal propósito. Bienvenida a los felices niños de ambas mamás y un mensaje claro y esperanzador a la sociedad para que haga lo que tiene que hacer sobre educación sexual, primero, y sobre apoyo a las mamás, después, tanto si sus embarazos fueron deseados como si fueron causados por una violación, por ignorancia o estado de necesidad. Nada importó a estas mamás niñas, salvo conservar a sus hijos. Cuando la realidad golpea con la suba de cifras de embarazo adolescente, como sociedad debemos ayudar a prevenir tan conflictivas situaciones no deseadas con una adecuada educación sexual. Ante los hechos consumados, la ley ha de apoyarlas y ampararlas para que puedan transitar sus embarazos con el soporte que merecen. Una sociedad madura y solidaria no será aquella que condene y rechace a las jóvenes madres y a sus hijos por nacer. Tampoco aquella que les imponga un aborto en la falsa creencia de que se trata de un estorbo, un problema que han de quitarse de encima. Será aquella que respete y cobije en su seno a quienes tan valiente como amorosamente proclaman un claro y responsable compromiso, un canto a la vida, cuando defienden, con uñas y dientes, a sus niños.
Niñas madres con mayúsculas
Los pañuelos verdes de quienes no han aceptado la derrota legislativa siguen agitándose. En un escena